Por limitaciones de espacio seré muy selectivo. Intento ilustrar las insuficiencias argumentativas del pensamiento randiano.
Warren Orbaugh argumenta que el egoísmo “racional” de Rand recupera intuiciones básicas de Aristóteles. Mi objeción es que esto solo puede lograrse a costa de distorsionar el pensamiento del Estagirita. La evaluación aristotélica del amor propio se inscribe dentro de la Polis, cuyo bien goza de prioridad respecto al del individuo. La ciudad es anterior a este, de la misma manera en que el todo es anterior a las partes (La Política, 1253ª, 18019). Una valoración equilibrada del altruismo y del amor propio se dibuja en la visión de la amistad en Aristóteles, pero aun esta relación se ubica en el campo de la Polis, sin la cual es imposible alcanzar la vida buena. De este modo, me parece injustificado que se pretenda proyectar el sentido negativo de libertad sobre la arquitectura aristotélica. La ausencia de coacción, un sentido relativamente moderno de libertad difiere del concepto antiguo, el cual privilegia la participación en la Polis.
Desde mi punto de vista, la doctrina randiana exhibe insalvables barrancos argumentativos que la hacen indigerible como un sistema plausible de filosofía; sus tesis pretenden un alcance que solo es superado por su vaguedad. Al leer el discurso de John Galt en Atlas Shrugged uno puede comprobar los milagrosos saltos filosóficos con que se pasa de una tesis a otra. Cuando se afirma, por ejemplo, que la racionalidad es una cuestión de elección, uno puede preguntarse ¿en nombre de qué racionalidad previa vamos a elegir la racionalidad? Uno se queda sin palabras frente a la afirmación de que todos los desastres del mundo se derivan de ignorar que A es A, tesis de la cual Rand deriva el filosofema de que “la existencia existe”. John Galt intenta saltar de un enunciado lógico a un enunciado metafísico y después a posiciones éticas y políticas. Todo en medio de la niebla de la vaguedad.
No puedo evitar la impresión de que el principio de identidad en Rand es como la tela de araña de la canción infantil: a pesar de su fragilidad es tan resistente para que se columpien en ella cualquier número de elefantes.
Dejando de lado qué tanto se puede obtener de una tautología, la existencia no se puede entender solo como la realidad en un sentido restringido. Cuando Rand, en el discurso de John Galt, concibe a la razón como facultad orientada a percibir, integrar e identificar los objetos que se ofrece a los sentidos, parece apuntar a un realismo muy grosero. Lo que existe o lo que se experimenta no existe tan solo en el sentido de existencia física. ¿Cómo puede un valor, por ejemplo, explicarse como una síntesis de los sentidos? Si John Galt hubiese leído al gran filósofo guatemalteco Héctor-Neri Castañeda —a quien recuerdo ahora con emoción— y hubiese entendido sus bellísimas teorías sobre experiencia, existencia y predicación, se hubiese puesto a pensar en serio lo que significa decir “la existencia existe”.
Por otra parte, una visión ya tan restringida de la razón se vuelve aún más inaceptable en cuanto, de manera desdeñosa, se la despoja de la sensibilidad, de la emoción. Nuestra razón se encarna en un cuerpo que no es una porción de materia inerte; es un cuerpo con órganos cuyas sensibilidades no se pueden menospreciar. Si desplazamos de su lugar a la sensibilidad y la intuición emocional, no podemos entender la obligación ética que emerge en la experiencia concreta del rostro del otro.
En su introducción a su The Virtue of Selfishness, Rand dice que el egoísmo es una preocupación con el propio interés. Pero el egoísmo no puede identificarse con un sentido equilibrado del auto-interés; el segundo, a diferencia del primero, no supone ignorar el bienestar y los intereses de los otros. El altruismo, en su sentido habitual, no significa auto-inmolación sino simplemente la capacidad de “ponerse en los zapatos del otro”, de saber ponerle límites a nuestro interés cuando se afecta el bienestar y la dignidad del otro.
El pensamiento de Rand genera rechazo por el sentido inhumano con el que se aproxima a los temas de justicia social y solidaridad; el desprecio con el que Rand se asoma a los problemas sociales y culturales es escalofriante. El mismo Orbaugh cita un texto en el que Rand considera como bestias a los hombres que “nunca han descubierto una sociedad industrial y que no conciben otro interés personal que el de arrebatar el botín del momento”.
Claro, los randianos podrán decir que no se oponen a la benevolencia individual, sino a un Estado que despoja a los sectores productivos del fruto de su trabajo. Esta posición, tan simplista, es de esperar en una doctrina que sostiene una idea tan distorsionada del ser humano. Por mi parte, no me entusiasmo con la benevolencia de aquellos que no reconocen sus obligaciones frente al otro.
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