Decidí hacer mi recorrido a la Ciudad de Guatemala el día de Navidad, una costumbre de encontrarme en una ciudad fantasma y vivir por un momento pequeño la soledad en donde siempre hay movimiento, tráfico, gente caminando.
Guatemala, donde los grandes centros comerciales pareciera que nunca duermen, ese día se levantó con pereza, como sin ganas de hacerlo. Estaba ensombrecida por todo el humo de los cuetes y la exagerada cantidad de luces pirotécnicas que ya muchas familias han integra...
Decidí hacer mi recorrido a la Ciudad de Guatemala el día de Navidad, una costumbre de encontrarme en una ciudad fantasma y vivir por un momento pequeño la soledad en donde siempre hay movimiento, tráfico, gente caminando.
Guatemala, donde los grandes centros comerciales pareciera que nunca duermen, ese día se levantó con pereza, como sin ganas de hacerlo. Estaba ensombrecida por todo el humo de los cuetes y la exagerada cantidad de luces pirotécnicas que ya muchas familias han integrado a las costumbres navideñas. “La tacita de plata” parecía olvidada por sus habitantes, indiferentes tal vez a la belleza de sus grandes avenidas como La Reforma y Los Próceres, ese día solitarias. Todos los carros se me hicieron cajas mecánicas de historias, y mientras manejaba, me inventaba los relatos de regalos, de tamal y ponche que se pudieron haber dado horas antes.
En la medida en que entraba al Centro Histórico, la Ciudad Fantasma se transformaba. Los locales comerciales estaban cerrados, pero en la 18 calle, la vida solo comenzaba un poco más tarde. El lujo de muchos que están en el mercado informal, no era el feriado, sino unas horas más de sueño. El mediodía parecía frente al edificio de la Tipografía Nacional, retrasado de unas cuantas horas y actividades. En Navidad, en la Ciudad Fantasma, se trabaja. Sigue siendo una de esas grandes contradicciones de nuestros países: si no se trabaja en Navidad, no se come en Navidad. ¿Cuáles serán las historias de esas personas que deben montar el negocio el día del nacimiento de Jesús? ¿Estarán lejos de sus casas para que no se le encuentre sentido al descansar? ¿Significará trabajar en Navidad un buen día para los clientes?
La Plaza Central escapó a ser víctima de la soledad. La Catedral era un lugar de encuentro para los católicos que iban a misa de doce, las campanas recordaban que era ante todo una fiesta con sentido de esperanza. Esa Plaza, como cualquier lugar de encuentro en lo urbano, me hizo pensar que en esos días deberíamos salir a tomar esos espacios que son nuestros. Reunirnos con los amigos fuera de nuestras casas, en la Ciudad Fantasma, y hacer fiesta colectiva. Conocer extraños, sonreír mucho, respirar fuera de nuestras cuatro paredes y sentir que afuera, es también mi casa, una casa grande y abierta.
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