La alegría según Ernesto

Me lo imagino en el Congreso Latinoamericano de las Juventudes, saludando a Jacobo Árbenz, hablando del ejemplo de la revolución guatemalteca. Al fin alguien, y no cualquiera,  que habla bien de mi país.

Siempre hablaba de ideas dinámicas, de reformular al tiempo y contexto los principios de análisis marxistas que permiten conocer una realidad y de ahí imaginar futuros. Hoy, en Guatemala, luego de tantas intervenciones de un Estado y de un Gobierno que se pasa constantemente de la raya, supongo que sus palabras siguen teniendo algún sentido. De la experiencia en la Sierra Maestra, Ernesto decía: “Aprendimos el valor de la organización, pero enseñamos de nuevo el valor de la rebeldía, y de ese resultado surgió la rebeldía organizada por todo el territorio de Cuba”. En Guatemala hay que aprender y reaprender para otros, la rebeldía organizada de algún día, la entendida como un valor imprescindible de los movimientos políticos guatemaltecos.

Trato de reconstruir al Che, preguntando a los jóvenes, ya en 1964, aquello que tantas veces me hace interrogarme a mí misma: “¿La juventud debe reunirse, tres, cuatro, cinco horas a discutir sabios temas filosóficos?”. A la juventud, no sólo urbana, nos toca encontrar nuevos caminos, en donde la teoría ayude y no reemplace la acción colectiva de la solidaridad y la nueva concepción de la política como relación humana. Entre la mezcla de ideas producto de los movimientos económicos, políticos y culturales, del mundo de hoy, nos toca hacer frente a una realidad que se traslapa con tantos factores pasados de moda en los países “ricos y desarrollados”; factores característicos de nuestro lugar en el mundo, como país dependiente y vendido. 

Aún así, ni las discusiones teóricas ni el volcarse al trabajo político en diferentes espacios, puede ser separado de la alegría: “Se ha hablado de la necesaria espontaneidad, la alegría de la juventud. Entonces la juventud ha organizado la alegría. (…) Se puede ser y se debe ser espontáneo, pero se debe ser profundo al mismo tiempo”. Los grupos insurgentes guatemaltecos, decía muchas veces alguien de quien aprendo mucho, tenían un culto a la muerte y al martirio muy diferente a la alegría necesaria en cualquier cambio social y político.

Si de no replicar errores se trata, yo propongo ante una realidad tan jodida y perversamente mediática, no entregar la alegría a nadie ni nada. La alegría no pelea con el compromiso profundo, con el estudio serio, con la acción ampliamente política, con la intervención en los espacios públicos. Yo propongo la alegría como principio revolucionario hoy, como hace tanto lo propuso también Ernesto.