Pensaba en si, antes de septiembre, tendríamos el honor de leer los trabajos de cada uno de los partidos políticos que asumen la responsabilidad de proclamar a un candidato a la Presidencia. Esperemos que tengamos también la suerte de leer algo coherente.
Iba todavía en la 4ª. avenida de la zona 1, cuando entró una muchacha muy guapa, de no más de 30 años, a vender libretitas para todo “dato importante que se necesite guardar bien”. Cuando terminó de vender se sentó a la par mía, hasta...
Pensaba en si, antes de septiembre, tendríamos el honor de leer los trabajos de cada uno de los partidos políticos que asumen la responsabilidad de proclamar a un candidato a la Presidencia. Esperemos que tengamos también la suerte de leer algo coherente.
Iba todavía en la 4ª. avenida de la zona 1, cuando entró una muchacha muy guapa, de no más de 30 años, a vender libretitas para todo “dato importante que se necesite guardar bien”. Cuando terminó de vender se sentó a la par mía, hasta el fondo, donde estaba otra mujer, igual de joven. Comenzamos a platicar las tres. La vendedora iba de camino a una entrevista de trabajo, en una oficina profesional de la zona 9. Aparte de la necesidad, se subía a cada uno de los buses que la llevara a su destino como vendedora, para ahorrar lo del pasaje —un quetzal—. La habían despedido el viernes anterior y tuvo que pedir a su hija mayor, de 17 años, dejar su último año de diversificado para encontrar un trabajo que pagara la renta del cuarto que compartían con otras dos hijas más pequeñas.
La tercera mujer respondió que lo más difícil de la situación era el trabajo, conseguirlo y mantenerlo. Ella llevaba alrededor de seis meses desempleada y ahora le tocaba llevarle la comida a su esposo, desde la zona 12 a Vista Hermosa, donde trabajaba en turnos de 24 horas como agente de seguridad. “Difícil”, volvió a decir.
Me recuerdo que al leer con los Intergeneracionales los manuscritos de Marx, muchos pensábamos como una realidad que se había estudiado por aquel joven veinteañero era tan parecida, más de un siglo después, a la realidad que vivían muchos guatemaltecos. Unos más jodidos que otros (y unos pocos que no lo están). El joven Marx hacía ver que el sistema económico capitalista paga el trabajo como otro componente de la producción, y como cualquier componente, solo se paga el mantenimiento. Eso sí, mientras sirva. Es decir, mientras produzca más viajes a Miami o ropa cara. Cuando lo superfluo está amenazado por el “componente” trabajo, se reducen gastos. Lo que no se quiere ver, es que se trata de vidas humanas (humanas como yo), de familias enteras, antes bien se buscan el sacrosanto bienestar de la economía. La persona humana y su trabajo reducidos a la posibilidad de comprar en Oakland Mall.
Cuando me quedé sola, pensé en que no hay ningún candidato que les pueda resolver a estas mujeres su condición. Ellas nunca hablaron de política, y tienen razón de no hacerlo, si la política está infestada con propuestas tan mediocres. “Es lacayuno limitarse a pinchar con alfileres lo que habría que atacar a mazazos”, dice Marx. Una sentencia muy merecida a aquellos que nos proponen la bondad y la solidaridad, la familia unida y el amor a Guatemala como solución para los problemas estructurales de nuestro país. El camino no está ahí.
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