Mi papá dice quien que se enoja tiene dos problemas: estar enojado y arreglárselas para ya no estarlo. Tiene toda la razón.
Hace poco, comenté con A. que el enojo, por demás visto generalmente como una manera irracional de reaccionar en situaciones específicas, era algo que me ayudaba a levantarme en algunos momentos en que sentía que ya no daba más. Él me dijo que el enojo permitía seguir caminando y no dejarse vencer. Creo que también tiene razón.
Es posible que parezca incohe...
Mi papá dice quien que se enoja tiene dos problemas: estar enojado y arreglárselas para ya no estarlo. Tiene toda la razón.
Hace poco, comenté con A. que el enojo, por demás visto generalmente como una manera irracional de reaccionar en situaciones específicas, era algo que me ayudaba a levantarme en algunos momentos en que sentía que ya no daba más. Él me dijo que el enojo permitía seguir caminando y no dejarse vencer. Creo que también tiene razón.
Es posible que parezca incoherente decir que los dos tienen razón, y me quedé pensando en si podía existir un puente entre los dos consejos. El enojo es muchas veces instintivo y es reacción hacia algo o alguien, es decir que se está enojado por algo. Esta semana estuve enojada por muchas cosas: la masacre de Petén, la cantidad de propaganda sin sentido que ha proliferado como plaga en cada poste de luz, el precio de la gasolina, las distancias irreparables… Sumémosle también ese tipo de enojo cotidiano que nos toca vivir como sociedad: por la cantidad de asesinatos de bala o de hambre que ocurren diariamente, por todos los juicios (de justicia y de razón) que hemos perdido, por la cantidad de noticias que no animan, la falta de explicaciones y la indiferencia al dolor. Si no es una situación que vivo solo yo, me atrevo a decir que no soy la única enojada.
Es por eso que el enojo es algo que nos recuerda que estamos vivos, que nos hace pensar en qué hacer para dejar de estar enojados. El enojo individual, por sí, corroe y oxida el alma, pero si lo que compartimos como colectividad es el enojo, podemos también compartir la forma de solucionar nuestro enojo. Convertirlo en un enojo activo, en un enojo que no nos haga cruzar los brazos y ver para otro lado. Un enojo santo, diríamos los católicos, que no se alimente de él mismo, sino que impulse los pasos de aquellos que queremos una vida diferente.
Cientos de españoles se reunieron hace unos días en la Puerta del Sol. Algunos se hacen llamar los “indignados”. No sé si es en respuesta al llamado de Stéphane Hessel. En todo caso es también una indignación que tiene mucho de enojo hacia una forma de vida que nos niega como humanidad. Aunque la situación española es muy diferente de la nuestra, me veo identificada en la indignación y el enojo. ¿Por qué, entonces, no inventar nuestra propia forma de organización que proponga una nueva manera de hacer política?
Sigo confiando en el consejo de mi papá. Estoy enojada y, definitivamente, no es como pienso vivir toda mi vida. Hoy espero encontrarme con aquellos que, al igual que yo, nos arriesguemos (con lo que eso significa en Guatemala) a enojarnos y a converger en un proyecto diferente —a lo que se nos tratar de vender a la fuerza— en la actualidad como único camino para hacer supuestos cambios.
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