Veo el mapa del viento que nos trae el polvo del Sahara y pienso en esa sábana climática que nos une con los magrebíes, con las pieles profundas y bellas del Cuerno de África; en caminatas entre casuchas de hojalata y niños de la guerra con fusiles tan grandes como ellos, y en nosotros dando pasos entre carteles, exclusión, explotación, olvido.
En este momento, cientos de miles de personas van en camiones de ganado, en buses destartalados, pagando al traficante, al policía gordo y sudoroso que mira a otra parte mientras la madre limpia a su hija lactante con lo que puede y tiene a mano, todos callados. Oscuros trayectos de la desgracia y de la huida. Lo de atrás está peor que la posible muerte en la frontera o en una patria que no es la tuya, que siempre fue de ellos, del poder sin control, del marero-narco-policía-militar-político-vecino-violador. ¿Y qué puedes hacer contra eso? Balsas frágiles cruzan el Mediterráneo, y en la playa un niño sentado en la arena juega con su hermano menor, ajeno a los cuerpos flotando: cientos, miles, un gran cementerio. De vez en cuando aparecen cadáveres en la Costa Brava, en Malta, en Cerdeña, en el río Bravo.
Un mundo frágil gobernado desde el cinismo y la desconfianza. Los otros, los que vienen de lejos, son los enemigos a derrotar. Mi vecino, que vive a cuatrocientos metros en un miniasentamiento, es el otro y viene de muy lejos. Desde la distancia de la desigualdad absoluta, sin esperanza de escalar en los satisfactores mínimos, huyen también.
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Ellos se aprovechan soltando odio y desprecio. Los ponen en jaulas. Nos ponen en jaulas. ¿Qué tan diferentes somos a ellos si tenemos el mismo color, la misma estatura, si los vemos en las fotos y reconocemos a nuestros tíos, a nuestros primos, a nuestras novias, si también conocemos el sabor de las tortillas recién hechas y tenemos la misma piel quemada por el mismo sol envenenado con la nueve plástico? Hemos visto los barrancos y sus láminas y blocs, sus calles empinadas y las paradas de camionetas atestadas.
Jimmy Morales, Juan Orlando Blanco, Daniel Ortega, Nicolás Maduro, Donald Trump, los generales de la guerra del centro de África, Teodoro Obiang Nguema, Benjamin Netanyahu, Mateo Salvini, Víktor Orbán son nombres y sombras, cruces y muerte, fuego y sufrimiento, ojos con miedo, terror en las veredas evitando el retén narcomilitar, coyotes, traficantes, violación. Ellos son todo eso y más.
Poco a poco vamos aceptando esa retórica maldita del negro o blanco, del enemigo absoluto en el otro, del distinto, del negro, del marica, del indio, del rojo comunista, del chairo resentido, de la gorda feminazi, del racismo inverso. Que no se casen, que no emigren, que obedezcan, que no exijan, que no sean igualados, que sean agradecidos. ¿Por qué la desconfianza? ¿Por qué me habla así? Los hijos, a obedecer. Del sexo no se habla, ni de condones, ni de aborto, ni de familias rotas, ni de enfermedades mentales, ni de suicidio, ni de desigualdad, ni de revolución, ni de evolución, ni de regeneración, ni de cambio climático, ni de responsabilidad, ni de las élites: palabras prohibidas, mundo vedado, cerrado con candados, con jaulas y fosas comunes. Sin archivos históricos, sin saber lo que pasó, sin pensar en el futuro. Total, dicen que Dios proveerá.
Vamos al mundo raro de José Alfredo, donde no se sabe llorar, donde no se entiende del amor y donde nunca se ha amado.
Siempre es un buen momento para oír esta versión con la Chavela.
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