Recordaba los colores de la ropa que ella vestía y el olor de esa mañana cuando la vio por primera vez. A_ _ _ A siempre mostró una risa pícara. Chaqueta de cuero negro, corta, con detalles plateados a los costados; camisa blanca pegada; labios pintados de color rojo vibrante; el pelo suelto, húmedo; anteojos que la hacían más atractiva. Sus ojos en clase no estaban conectados con la materia: había algo más. El Profesor lo intuía, pero, al hacer la matemática de la desgracia (como él se refería a ese proceso), los números no cuadraban: 30 años mayor que ella y sin el appeal físico que las mujeres jóvenes buscan. Pero el encuentro entre A_ _ _ A y el Profesor fue inevitable. El deseo y la pasión eran demasiados. «Tenía que pasar», dijo en su mente mientras regresaba al cuarto de hotel donde A_ _ _ A ya había marcado el cuello y los brazos con mordidas, como diciendo: «Si te vas, es con mis marcas para siempre. Porque fuiste y serás mío».
El Profesor lo entendió. Por un momento fue profundamente feliz mientras una diosa del ateneo lo poseía. Sonaba en el fondo la canción Shallow, interpretada por Bradley Cooper y Lady Gaga. El vino, los besos y la intensidad de la conexión habían producido la desnudez de los cuerpos, pero también la desnudez emocional. El Profesor le regaló una primera novela, que le dedicó con las palabras: «Siempre nos recordaré así». Asumía equivocadamente que este romance tenía fecha de caducidad y prefería recordar los encuentros iniciales. Pero no intuía que con el tiempo habría muchos libros más, tantos versos como botellas de vino compartidos piel a piel.
Las horas habían pasado, y A_ _ _ A se hallaba sentada, desnuda en el piso. Contemplaba la madurez del Profesor y era incapaz de creer que al fin su fantasía se había hecho realidad: un romance con un hombre mayor e intelectual. De golpe la voz del Profesor la despertó del sueño diurno con un profundo, directo pero inesperado «quiéreme».
No sabía lo que pedía, pues A_ _ _ A y el Profesor jamás dejarían de estar juntos, aunque el tiempo nunca los favorecía. A_ _ _ A y el Profesor se conocían bien. Eran amantes no solo porque se deseaban, sino porque, a pesar de sus demonios y temores, aun así se habían decidido el uno por el otro. No era la primera vez que A_ _ _ A y el Profesor se besaban, pero sí la más violenta de todas. En su juego de provocación muchos besos habían corrido ya, algunos en silencio, otros entre miradas. Ambos habían peleado con honor el juego de la provocación bajo el lema: «Besos, caricias y mordidas, pero quien se quita la ropa pierde». Pero antes de quitarse la ropa se cayeron las caretas y las máscaras: ambos reconocieron que eran seres quebrantados y almas sedientas de cariño.
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El Profesor se sumergió en su memoria, que ordenaba hechos y momentos de forma impresionante. Recordó cuando por primera vez devoró mentalmente la figura de A_ _ _A. Pero también su mente. Recordó cuando en el seminario inquirió directamente y A_ _ _ A fue capaz de soportar la presión de las preguntas, usar el sarcasmo y coquetear. Recordó la sesión de estudio directa cuando ella, con una blusa morada, fingió preguntas simplemente para dilatar el tiempo. La sesión no sería cualquier cosa porque el Profesor y A_ _ _A estaban destinados a ser amantes intelectuales, amantes del deseo secreto. Tiempo después de este encuentro, exactamente un año después, ya habían discutido a fondo su primer libro haciéndole el amor al texto. Y no fueron pocos textos. Discutieron a Plath, a Nin, a Talese, a Sastre, a Camus, a Sartre y a Woolf, entre otros.
Una y otra vez.
Pero esa tarde, esa temprana tarde, bajo la lluvia y las horas contadas, eran los amantes y amigos perfectos al dejar brotar el libre fluido de la pasión. «Piensa menos y vive más», le dijo A_ _ _ A. «Ha sido tu problema siempre». La interrupción lo hizo pensar en la frase de Sylvia Plath: «If I didn’t think I’d be much happier». De hecho, uno de los primeros libros que el Profesor le obsequió a A_ _ _A fue La campana de cristal, de Plath. Ambos conocían perfectamente la tragedia de tener mentes brillantes, pictográficas, abiertas al aire, capaces de memorizar y recordar con facilidad los detalles más complejos, pero también sabían que los demonios vivían en las cuevas mentales. Pero A_ _ _ A tenía razón: pensar menos, vivir más.
Lo que sucedía estaba destinado a ser: no antes, no después, sino como fue. Y en un arranque de pasión el Profesor tomó a A_ _ _ A de las manos y le dijo: «Cásate conmigo. Aquí, bajo estas sábanas. No hace falta más. Ni nadie más. Solo tu y yo».
Fueron dos mentes libres que se encontraron.
Pour A_ _ _ A, sine qua non.
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* El contenido de este artículo es un extracto de una novela estrictamente de ficción en proceso de producción por el autor de la columna.
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