El Gobierno mexicano dijo que se ha detenido a 74 personas como presuntas responsables de las masacres. Entre los posibles perpetradores hay 17 policías; se supone que estos estaban a cargo de resguardar a la población, sean migrantes o no, pero quebrantaron su juramento por unos cuantos pesos. De los 183 cuerpos encontrados solamente dos personas han sido identificadas y entregadas a sus familiares.
Nuestro gobierno identificó a Feliciano Tagual Ovalle, de 44 años, oriundo de Chimaltenango. No lo identificaron por una ardua investigación, sino porque a él se le ocurrió llevar consigo una partida de nacimiento que alertó a las autoridades mexicanas sobre su origen. Tagual agarró lo que pudo, se despidió de su familia, dejó a un lado su tristeza y en marzo se dispuso a buscar el tan trillado sueño americano. Unas fotos de sus tatuajes fueron suficientes para que su hija lo reconociera.
Otra familia guatemalteca que también sufre es la de Luis Daniel de León. La familia interpuso una denuncia en el consulado de Los Ángeles, Estados Unidos. De León vivía “allá” pero fue deportado e intentaba regresar a Los Ángeles. Su familia no supo más de él, la última comunicación con su familia fue desde Tamaulipas, precisamente en los mismos días en que se descubrieron las fosas. Aún no saben nada de él.
Hasta hoy, el Gobierno de Guatemala se ha limitado a pedir información sobre los muertos, que el ADN, que las huellas, que los dientes de los que ya están muertos para hacer comparaciones. ¿Bastará con una carta pidiendo castigo para los responsables o se podrá hacer más? Se me ocurre, incluso, contribuir con la investigación mexicana, ser querellantes adhesivos si la legislación de ese país lo permite, pero al final accionar, hacer algo, no dejarnos con la sensación de la indiferencia, de la injusticia.
Y al final, ¿cuál es la salida real que el Gobierno y el Estado les van a dar a los cientos de guatemaltecos que cada día se van buscando un mejor vivir? El pasado martes las autoridades mexicanas rescataron más de 40 emigrantes secuestrados, 14 de ellos habrían sido guatemaltecos. ¿Y entonces?, está visto que la muerte no los amedrenta: le tienen más temor a no tener pan para darle de comer a sus hijos.
Es aquí donde Guatemala podría hacer algo más, quizá pedirle cooperación al Gobierno de Estados Unidos. Al final, ese imperio de país se ha construido también con el sudor, la tristeza por la tierra propia, la sangre y la vida de miles, cientos, millones de migrantes.
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