A ver. Si estamos parados en el carro durante varios minutos y el carril contrario está vacío, mi lógica de Homo sapiens sapiens me hará suponer que más adelante hay un tapón que impide la circulación y que en el momento en que ese tapón se quite deberemos circular por donde corresponde. Pero no, inmediatamente se inaugura la calle de una sola vía. Del otro lado del accidente, del árbol caído, del puente en reparación, otra manada de listos con testosterona también habrá hecho tres o cuatro carriles y, como choque de trenes de la irracionalidad, nos encontraremos indefectiblemente en una obstrucción adicional a la causada por el evento que nos tiene parados, provocando atascos monumentales. Camionetas extraurbanas, camionetas blindadas, picops con verdura, microbuses de pasajeros, carros familiares: todos participan en la aventura de la estupidez. Los listillos lo mismo te rebasan por la derecha subiéndose a la banqueta que conducen una moto con cinco pasajeros cargando entre todos una arroba de mangos verdes.
Las camionetas invariablemente se irán por la hondonada. El picop cargado con familias saliendo del culto volcará. Los mirones de un accidente morirán atropellados por un camión manejado por un chofer mal dormido y mal pagado. Las motos derraparán en carreteras nacionales sin señales, sin líneas de referencia, estallando cabezas contra bómperes de carros cuyos conductores pararán en las carceletas de juzgados de turno de municipios siempre olvidados, pero no por los narcos. Las carreteras mal diseñadas y mal construidas se hundirán y caerán sobre champas levantadas a toda prisa en otra invasión a la orilla del camino.
Carros sin placas ahora comunes permiten la impunidad del asesino serial, del sicario, del hijo de papá, del heredero de haciendas y vidas, del guardaespaldas del narco, de la amante del diputado, del funcionario de tercera sintiéndose poderoso pisando el acelerador dentro de su colonia. Que lo vean. Un carro oficial bien tapa sus miedos, fobias y carencias durante los meses de prebendas.
[frasepzp1]
Las horas en el carro de ida y vuelta a una vida que no es tu vida, a dormir unas horas, a comer rápido, a pedir a domicilio, porque estás cansada, porque llegaste tarde, porque nadie te espera aunque haya alguien en tu cama.
Pensarás en salir y mirarás el retrovisor esperando no ver la maldita radiopatrulla que te joderá la noche o la semana o tu vida. Si vas sola, tendrás pánico. Si vas solo, también. Ya no importa si tomaste una o tres cervezas: el riesgo es real. Uniformes negros con una agenda bajo el brazo apuntando las víctimas del día en un cuaderno donde siempre el haber supera al debe.
No, no es un placer ver a los niños payasos, a los niños dormidos, a los viejos abandonados temblando de frío, a los vendedores de dulces rancios y percudidos en pequeñas canastas sin vida ni dignidad. Bailes urbanos, pinturas metálicas sobre la piel joven de una niña abusada, penes exhibidos mientras orinan en plena calle y suicidas a la orilla del puente con sus dos hijos mientras piadosas voces gritan desde la ventanilla de algún carro: «Dios te ama».
Viene la riada a lo lejos. El agua sube. La propaganda política cae en remolino y ves caras y más caras de personas que no identificas. Dejas el carro en el parqueo, que también es tierra de nadie. Allí no se responsabilizan de nada de lo que pase, ni de los robos ni de las violaciones ni de los choques ni de los rallones ni del horario, ni siquiera de tener un baño. «Entras porque quieres. Sales si puedes», es el lema. Y lo haces: dejas el carro y sales a la calle. Te plantas en la esquina mirando el semáforo en rojo, esperando a pasar, y tu mirada se posa en la otra esquina. Ella está llorando y te das cuenta de que tú también.
Más de este autor