El hecho de que la población económicamente activa sea mayor que la económicamente dependiente (menores de 15 años y mayores de 65) abre las puertas a un período en el que puede haber gran crecimiento económico. La clave es aprovechar el bono demográfico mientras dure.
Paralelamente a este fenómeno demográfico, Guatemala experimenta desde el 2012 la transición de una población mayoritariamente rural a una de mayoría urbana. En 1994, apenas un 36 % de la población era urbana, pero el siglo XXI marca una aceleración de la urbanización de la población, que ahora alcanza el 47 %. En menos de una década la población urbana creció diez puntos porcentuales. Se estima que desde el 2012 tenemos más población urbana que rural: un proceso que no se va a revertir por más que les recemos a los santos y que, al contrario, se profundizará en los próximos 20 años, cuando más del 70 % de la población será urbana.
Si se dan cuenta, tanto el bono demográfico como la urbanización están llegando casi simultáneamente (uno en el 2015 y el otro en el 2012). Esto es positivo porque nos permite planificar las ciudades en función de este grupo poblacional, que será el que genere la riqueza que cubrirá a la población dependiente (niños y ancianos). Entre más educados y sanos estén estos jóvenes, más productivos serán. Actualmente, solo una ínfima parte de los jóvenes terminan la universidad, y el 49.8 % de los niños sufren desnutrición crónica, es decir, uno de cada dos. Esto no solo es una injusticia, sino que además nos está condenando como país.
«Si un país quiere aprovechar su condición del bono poblacional, deberá crear ciudades con oportunidades de acceso a educación, vivienda, salud y tecnología», dice Alberto Mora, coordinador del informe Estado de la Región. La suerte para Guatemala es que está llegando rezagada a ambos procesos cuando ya varios países han sobrepasado esta experiencia.
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Los Tigres Asiáticos —Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Japón— se dieron cuenta de que tener un crecimiento de la población en edad productiva implicaba una oportunidad de ese segmento de habitantes en la generación de actividad económica y de que eso permitiría dar saltos importantes en el crecimiento económico y en el desarrollo. Por eso los Estados de esas economías, expertos en el arte de la planificación, no dejaron que la espontaneidad ni la mano oscura del mercado definieran ese proceso. Desde el Estado se asumió la responsabilidad de planificar la estrategia mientras el sector privado proyectó su aporte dentro de esos planes.
Acá en Guatemala se hizo un intento de planificar nuestro futuro con el Plan Nacional de Desarrollo: K'atun Nuestra Guatemala 2032. Sin embargo, el gobierno actual fue incapaz de ajustar su quehacer en función de este y de dirigir con mano dura la formulación de políticas públicas, el gasto fiscal y la orientación geográfica y sectorial de la inversión pública y privada en función del plan.
Es urgente que el gobierno recién elegido tome cartas en el asunto. Por muchos es sabido que los niños y los jóvenes son el futuro de una nación, pero en nuestro caso, además, de ellos depende nuestro porvenir. Después del 2050 estaremos llegando a una situación muy similar a la de sociedades envejecidas de Europa, solo que sin la riqueza de aquellas. Seremos viejos y estaremos en la miseria. Y en una miseria urbana, que es más cruel e inhumana que la rural. Estamos a tiempo.
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