Su asesinato es simplemente de horror. Fue perpetrado con total desprecio a la vida. Las autoridades dicen que fueron los Zetas y que fue por que Stowlinski habría participado en un operativo en el cual se incautó poco más de 400 kilos de cocaína. No puedo concebir que alguien en sus cinco sentidos tenga tanto desprecio por la vida y descuartice a otro ser humano.
Ya varias organizaciones nacionales e internacionales han mostrado su repudio a este crimen. Este es el momento para que las autoridades, cuanto antes, den muestras de que pueden hacer la labor que les fue encomendada, investiguen y lleven a los tribunales a los responsables de este crimen y nos demuestren que la esperanza no está del todo pérdida.
Es urgente resolver este caso y no porque la muerte de Stowlinski sea más importante que la de otros los miles de guatemaltecos que han caído víctimas de la violencia, porque no lo es, simplemente porque este crimen nos está mandando un mensaje claro: quien va contra el crimen puede acabar de esa misma forma y en este país todos debemos estar en contra del crimen que cada día nos arrebata de a pocos la tranquilidad.
No debemos permitir que estas muertes recientes se diluyan, como ha sucedido con otros casos, como el de la bomba que estalló en un bus, al final de la Calzada San Juan, el pasado 3 de enero, y donde murieron más de 10 personas. Solamente han pasado cinco meses y parece que fue hace tanto tiempo y que sucedió en un país lejano, hasta parece que ya se nos olvidó el dolor del señor que perdió en ese ataque a toda su familia.
Apenas ha pasado una semana y media de la historia de horror que el domingo 14 de marzo nos trajo la masacre de 27 personas en la finca Los Cocos, en La Libertad, Petén, y ya parece que la historia pasó a un segundo plano. Parece que la violencia y el crimen, simplemente, nos están rebasando.
Estoy cansada de (sobre)vivir día a día, en medio del miedo, del dolor, de la tristeza cotidiana, de decirles a los amigos extranjeros que llegan de lejos que se cuiden, que la vida aquí simplemente no se puede asegurar. Hace un par de días una amiga llorando me dijo que vive con el miedo constante de ser asaltada. “¿Y si los ladrones se llevan mi carro y a mi bebé con él? Simplemente, estoy aterrada” , me dijo. El miedo nos está paralizando.
Ya me cansé de vivir entre discusiones sobre la violencia y el dolor, ya me cansé de despertar y dar gracias porque una vez más vuelvo a ver el sol, pidiendo porque nuestra familia regrese tal como salió. ¿Cuántos vivimos así? ¿Y cuántos queremos seguir viviendo así?
Ya me cansé de que los políticos sigan lucrando con el dolor y la intranquilidad que nos provocan esas muertes. Que nos digan qué vamos a hacer, cómo vamos a solucionar y sacar adelante a nuestro país.
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