Cada jugador disponía de 40 ejércitos al comenzar el despliegue militar. Carlos se arriesgó y cuando desplegaba la bandera en Europa (en un pueblo de Bélgica), lo hizo con tan solo 10 ejércitos. Estaba exhausto y comenzó a beber cerveza con verdadera ansia. Raúl decidió aunar fuerzas con Beatriz, para anexionarse Norteamérica a su amplio territorio del sur. Bárbara quedó eliminada al perder Asia después de la invasión de su novio. Lucía empezó a bostezar, observando cómo todas las jugadas priorizaran otras zonas. Empezó a denunciar que África siempre será el continente olvidado. Yo le recordé que se trataba de un juego, pero no me hizo caso.
Faltaba reclamar la Antártida, un espacio azul sobre el tablero. Carlos sopesó una intervención rápida con parte de su armada, pero al final optó por afianzar su poderío bélico en lo conquistado. El territorio helado finalmente fue a parar a manos de Lucía, que dijo que construiría allí un observatorio para focas. Carlos criticó la idea. “Mejor exportar su carne en sushi”.
Beatriz tiró el dado, pero cayó de canto en la esquina del tablero. Raúl se enfadó por la torpeza de su aliada. “Así no conquistaremos ni un campo de futbol”. Beatriz le mandó a paseo y dijo que ya no quería jugar. Yo intenté mediar insistiendo en que era solo un juego. Carlos me pidió que me callara, por favor, que guerra avisada no mata gente y que si queríamos, nos podíamos unir a la plataforma No a la Guerra. Lucía lanzó con desprecio sus cartas, lo que hizo que los ejércitos hasta ahora invencibles de Raúl, se desplomaran sobre los de Infantería y Artillería de su enemigo napoleónico, Carlos, quien después de colocar sus soldados en primera línea de fuego, decidió atacar territorios del noroeste. Ganó la batalla y se anexionó Ontario, Québec e Islandia. Raúl se puso rojo de ira, soltó dos exabruptos y decidió atacar a la que consideraba la rival más débil, Lucía. Y es que desde el norte de África, pensó, podría atacar Egipto, parte de Europa y Brasil.
Lucía le llamó ¡déspota!, ¡capitalista!, ¡tirano! y se percató de que para conquistar el valle del Ngong le compensaba intercambiar cinco ejércitos de Caballería por uno de Infantería. Propuso el trueque en medio de una batalla en Norteamérica, pero nadie aceptó y Lucía perdió su territorio y su turno. Se puso a llorar. Carlos la llamó onejera y Raúl terminó por tirarle la baraja a Beatriz por inútil, porque ya solo se dedicaba a rearmar a los soldaditos de plástico. Todos a la vez acusaron a Carlos de haber hecho trampas y releyeron las reglas del juego para saber si era cierto que por haber conquistado dos continentes en menos de una hora te regalaban el comodín Kamchatka, un espacio de exclusión aérea en Rusia.
Carlos dispuso todo su armamento contra sus cinco contrincantes. Tanques, cañones, morteros, obuses y misiles de tierra, mar y aire. Lucía deslizó por el tablero dos lanzacohetes, una bazuca y tres lanzagranadas. Beatriz aplastó los soldados de plástico de las zonas devastadas. Raúl nos amenazó a todos con llevarse el juego. Y yo llamé a la ONU, pero el número daba error.
PD: La guerra es el arte de destruir hombres, la política de engañarlos.
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