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Lucha libre: enmascarados contra las drogas

La lucha libre es un deporte muy difícil. Hay que tener mucha disciplina y temple. Bien lo sabe Alberto Martínez, de 26 años y cuyo nombre en el ring es “Guerrero Sagrado”. Le gusta practicarla porque “uno huele el cariño de la gente, los aplausos son lo que más nos gusta”.
Se levanta el polvo en una calle angosta y enlodada y también se levanta, decadente pero a la vez majestuoso, el gimnasio o Arena La Loba, nombre heredado de una cacique llamada Guadalupe Buendía, alías La Loba, actualmente en prisión.
El gimnasio o Arena La Loba lleva el nombre heredado de una cacique llamada Guadalupe Buendía, alías La Loba, actualmente en prisión. EFE
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Lucha libre: enmascarados contra las drogas

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En medio de Chimalhuacán, municipio humilde y con elevado índice de criminalidad del Estado de México, se erige el gimnasio La Loba, donde Juan Francisco García imparte clases de lucha libre para alejar de la calles a decenas de niños. Su trabajo ha sido inmortalizado en el World Press Photo.

Aunque un cartel advierte que está ingresando en una calle segura sin pavimentar, algo huele a desintegración social en el municipio mexicano de Chimalhuacán, fundado en 1950 y vecino de la controvertida Nezahualcoyotl, con más de 550 mil habitantes sujetos a las leyes de la Familia Michoacana (cártel dominante en esa zona). Unas leyes que arrasan con cualquiera que las contradiga y que gobierna mediante el narcomenudeo, el desprecio a la vida y la violencia extrema.

Unas colonias sin drenajes, carreteras sin asfalto, casas con tejados de láminas, sin alumbrado público y con medidores de luz alterados…Unos barrios donde las canchas de juegos son sitios para el tráfico de armas y de drogas y para las disputas entre pandillas, un lugar donde el 50% de los jóvenes menores de 28 años ya ha tenido algún roce con la ley, y en el que el 70% de ha sido reincidente… .

En Chimalhuacán, siete de cada diez mujeres sufren violencia psicológica, económica o social, mientras que cinco de cada diez padecen agresiones físicas, según datos del Centro de Atención a la Violencia Familiar (Ceavif). Unas colonias dominadas por más de cincuenta bandas delictivas con nombres tan descriptivos como Los Ángeles del Infierno.

Y es que, hasta la fecha, la violencia y la pobreza, unidas de la mano, copan los titulares de unos medios que temen acudir al lugar, casi tanto como la propia policía, invisible en una ciudad donde la vida no vale nada.

“LA LOBA”, OASIS PARA LA JUVENTUD.

Se levanta el polvo en una calle angosta y enlodada y también se levanta, decadente pero a la vez majestuoso, el gimnasio o Arena La Loba, nombre heredado de una cacique llamada Guadalupe Buendía, alías La Loba, actualmente en prisión. Nos recibe Juan Francisco García Zúñiga, un luchador veterano, hombre curtido por la vida y comprometido con ella.

El gimnasio está viejo y cuenta con un hangar destartalado con un tragaluz en lo alto del techo, mobiliario roto y el paso del tiempo acumulado en soledad.

La parte de la arena se abre ante nosotros con un encanto peculiar, aunque esté vacío, se percibe el eco de un aforo engrandecido apoyando a su luchador preferido. Un par de vestuarios, una barra junto a la taquilla y la Virgen de Guadalupe protegiendo al visitante en la misma entrada.

Juan Francisco lo tiene claro: “La droga es un monstruo muy grande, enorme, que se come a la juventud”. Lo sabe por experiencia. El cayó en sus redes y consumió de todo: cocaína, "piedra", activo, pastillas… Una vez superada su multiadicción, echó a volar. No se droga desde hace diez años. Y no solo eso, apoya y dedica su tiempo a evitar que las nuevas generaciones caigan en el mismo error.

“La drogadicción es una puerta falsa, es un tiempo perdido”, sentencia. Y, así como este deporte le ha dado mucho, también le ha quitado mucho. “Hoy soy un hombre soltero pero feliz. La lucha libre me ayudó a subir mi autoestima y a realizarme”, añade.

García es el instructor y director gerente de La Loba. Vive en su interior y enseña a los jóvenes del barrio el arte de la lucha libre, una modalidad de espectáculo deportivo que combina disciplinas de combate y artes escénicas.

Imparte las clases de forma gratuita. La entrada para ver los eventos está al alcance de una mayoría muy humilde. 35 pesos (2,8 US$), adultos; 20 pesos (1,5 US$), niños. Su nombre de batalla es “Piloto Fantasma”.

A sus 49 años lleva ya 34 en la lucha y está en buena forma física. Hombre nacido en el seno de ese municipio, explica con modestia que “no consigue un éxito total con su proyecto, pero sí que rescata a un 60% de los jóvenes que buscan la salida del deporte frente a la de los vicios. “Ofrezco clases mixtas, a hombres, mujeres y hasta niños. Platico con ellos, les brindo el espacio en el gimnasio, les hago ver que las drogas no dejan nada bueno”.

Estando en la educación secundaria, en su camino diario a la escuela, pasaba siempre delante de la Arena Azteca Budokan, que aún existe. Le llamaban la atención los “vuelos, los azotones, los lances”. Un día se fue "de pintas" y empezó a nacerle la inquietud por el deporte. La vida le condujo hasta los platós de Televisa, donde condujo su propio programa. “Entonces viajé mucho, me convertí en un profesional, conocí mundo, hoteles, buenas y malas comidas”, comenta.

La lucha libre es un deporte muy difícil. Hay que tener mucha disciplina y temple. Bien lo sabe Alberto Martínez, de 26 años y cuyo nombre en el ring es “Guerrero Sagrado”. Le gusta practicarla porque “uno huele el cariño de la gente, los aplausos son lo que más nos gusta”.

LOS LUCHADORES DE ‘PILOTO FANTASMA’.

Nelly y Elba Nayely, de 16 y 17 años respectivamente, se están preparando para la lucha de exhibición de damas a una caída. La dulzura de sus voces contrasta con la dureza que desprenderán minutos después en el cuadrilátero. Kelly, alías “Caramelito de cianuro”, asegura que la lucha libre es su pasión y que ello le ayuda a alejarse de la mala vida. Lo mismo opina Elba, alías “Lady Venenosa”, que lleva dos años luchando y pretende convertirse en una verdadera profesional.

Afuera del gimnasio, en una casa sumergida en la miseria, Adriana Guillén, madre de cinco hijos, aparece sonriente mostrando una dentadura destrozada. Aunque cree que la lucha libre es algo violento, siempre le ha gustado ir a verla con sus hijos. "Al menos se entretienen alejados del alcohol y de las drogas", comenta.

No así un grupo de jóvenes colocados con activo (pegamento) que se acercan a los periodistas para criticar esta disciplina. Pertenecen a los “perdidos, los que se echaron a perder, los que están sentenciados”, afirma el instructor Juan Francisco García.

De nuevo en la Arena, el público empieza a llenar las gradas. Lizette Guzmán, 27 años, ha venido a ver a su cuñado “Rambito”. Ella practicaba la lucha libre desde los 19 años pero una mala caída le lesionó la cadera y la apartó del ring. En declaraciones a Efe confiesa que “este deporte la ha ayudado a defenderse de asaltos”. Su nombre de luchadora era “mini Amazona”.

En el décimo aniversario de la “Pilotomanía”, se celebra en el gimnasio una ceremonia prehispánica de apertura. Sergio Ismael, con una camiseta con la virgen de Guadalupe y un anillo en cada dedo de ambas manos, se sube a la arena. Su función es la de atraer gente con la ocarina. Es también el doctor espiritual encargado de sanar a los luchadores.

“Hago reiki con las manos”, dice mientras “Piloto Fantasma” le compara por su aspecto deslucido con un delincuente. El baile de origen azteca termina y el público empieza a alentar a sus luchadores preferidos: Máscara de Hielo, Cruz Imperial, Payaso Punk, Serpiente Dorada o Turbodiesel. Empieza el espectáculo.

Un espectáculo o deporte, aparentemente, violento. Una paradoja que, sin embargo, como opina Héctor Rivero Borrel, director del Museo Franz Mayer de la Ciudad de México, que acoge actualmente la muestra fotográfica World Press Photo, “aunque es un deporte violento, no deja de ser un deporte y, además, fomenta las actividades en familia, por lo que ciertamente debería ayudar a mantener a los jóvenes alejados de los vicios. Por otro lado, entiendo, los luchadores terminan siendo héroes y figuras míticas y muchos de ellos transmiten mensajes positivos a los jóvenes, por lo que también colaboran en la difusión de valores”.

LA OTRA CARA DE LA LUCHA LIBRE.

El ensayo, vencedor del tercer lugar en la categoría de Deportes en el prestigioso concurso World Press Photo, recoge el lado humano de los luchadores. Rostros con máscaras pero con facciones definidas. La Loba fue uno de los escenarios donde se tomaron unas de las imágenes más impactantes. El fotógrafo polaco, Tomas Gudzowaty, está detrás del proceso.

A él le ayudó Milo Villegas, mexicano de 24 años encargado de buscar la localización perfecta para el proyecto por la Ciudad de México y sus alrededores.

Villegas comparte con Efe que siempre buscó enseñar la otra cara de la lucha libre, “la que no se sintoniza en la televisión abierta y la que no tiene patrocinios ni edecanes sensacionales, la que no es accesible a la mayoría del público curioso, a los turistas y algún que otro fanático de fin de semana”.

Para ello se alejó de los barrios repletos de comodidades y se acercó a las colonias donde nace un luchador ilusionado y esperanzado que arriesga el físico en cuadriláteros maltrechos o en la misma calle.

Incursionó por lugares populares y hostiles como la Colonia Guerrero, el Barrio de Tepito, la Morelos y Ferrocarril Cintura, la Bandojo, La Doctores y la Buenos Aires hasta que llegó a Tránsito, Nezahualcoyotl y, finalmente, a Chimalhuacán, a La Loba.

”Cuando vi el bodegón con dejo de grandeza, con el tiempo en sus muros, con su nombre rotulado en todo lo alto: La Loba Aero Gym, inmediatamente surgió el amor entre ese espacio que sudaba recuerdos y nostalgias y yo”, recuerda Villegas.

Durante su trabajo de investigación, este joven productor de fotografía. que montó su propia productora a los 17 años, observó cómo ese espacio tan lúgubre se poblaba con familias enteras, con personajes como el vago del barrio, el narcomenudista, la prostituta, la familia modelo, el adicto, el deportista, y, “de repente, los aplausos a las estrellas del ring estallaron al unísono”.

Magdalena Barceló, asistente de Villegas, toma fotografías en el momento de la primera lucha. Son instantáneas de luchadores con trajes y máscaras percudidas, con cierta torpeza al ejecutar sus movimientos, pero eso sí, con un desborde de la verdadera esencia de La Loba, la pasión.

Villegas pronto tomó otra perspectiva hacia “Piloto Fantasma”, “ya no tan romántica como la que le guardaba por preservar su Arena, sino ahora mucho mayor, por preservar la juventud de su barrio”.

Y concluye que Juan Francisco García merece todo su respeto y su admiración ya que “sustituye cabalmente la labor de un Gobierno olvidadizo, con algo tan puro como el deporte, su deporte, su vida”.

En efecto, ley de vida. Las lobas siempre han defendido a sus cachorros con uñas y dientes, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, aunque está sea endémica y se cebe siempre con quienes no pueden acercarse a sus políticos y menos aún a un dentista. Se nace llorando y llorando se pasa la vida, hasta que muere.

*Nota publicada con autorización de Agencia EFE.

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