El modelo de desarrollo con equidad que en Brasil se ha impulsado le ha permitido, además de pasar de ser la treceava economía mundial a constituirse en la séptima; a que millones de brasileños hayan salido de la pobreza y pobreza extrema, ampliándose en el país el sector de clase media. Si en 2002 más da mitad de los brasileños era pobre o muy pobre, ahora tres de cada cuatro integran la clase media y alta.
En doce años, Brasil no sólo ha consolidado su economía sino que, sobre todo, ha ampliado los beneficios sociales, reduciendo las desigualdades. La población con escolaridad básica pasó del 50% en el año 2000 a 70% en 2013, y la tasa de empleo formal del 60% a 71%. El poder de compra de los trabajadores aumentó en 71%, con lo que ahora el hambre ya no es un azote social. La mitad de los beneficios de la explotación petrolera son dedicados exclusivamente a educación, y una cuarta parte para la salud, con lo que se tienen permanentes recursos frescos para atender la demanda y mejorar la calidad. Ante la crisis financiera de 2008, Brasil consiguió sortearla sin castigar el empleo ni los salarios, como sí lo hicieron varias economías europeas y aún Estados Unidos.
Junto a todos estos éxitos sociales y económicos, Brasil logró implementar una política exterior autónoma, dando fuerza al MERCOSUR e impulsar a la alianza con Rusia, China e India, al grado de que se está trabajando arduamente en la creación de un banco de desarrollo que no tenga como moneda básica el dólar. Actualmente es el país con mayores intercambios económicos con África, manteniendo además activa la agenda por los derechos humanos y la paz mundial.
Todo ello, evidentemente preocupa a los sectores más conservadores y neoliberales de Brasil y países altamente desarrollados, quienes ven con recelo que en los albores de este siglo nuevas economías, con otros estilos de hacer política puedan convertirse en actores preponderantes. De allí que el combate e intentos por desprestigiar al gobierno de la presidenta Rousseff hayan sido múltiples y constantes, situación que se incrementó conforme los comicios electorales se aproximaban.
Los candidatos que finalmente las élites pudieron impulsar habían sido incapaces de poner en cuestión el liderazgo y posibilidades de triunfo de la Presidenta, esto a pesar del asedio permanente que los grandes medios de comunicación locales e internacionales le han impuesto durante todo su período de gobierno. La muerte trágica de uno de ellos abrió el espacio para que Marina Silva, candidata a vicepresidenta del fallecido, tomara su lugar, con lo que su imagen vino a ser levantada, dentro y fuera de Brasil, como la opción de una tercera vía capaz de para derrotar a la petista.
Marina fue militante del PT por muchos años y electa como senadora por ese partido, habiendo sido además ministra de Medio ambiente del gobierno de Lula. Con aspiraciones presidenciales, salió del gobierno y del partido y, radicalizando su propuesta ambientalista, se posicionó como la opción moderna a la ya ahora considerada política tradicional del PT y su principal opositor, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), en la actualidad una desteñida propuesta socialdemócrata, influenciada fuertemente por las propuestas privatistas, la teoría del derrame y la supremacía del mercado sobre la sociedad.
Convertida en candidata presidencial, la activa defensora del desarrollo sustentable inmediatamente se identificó con la agenda privatista defendida por las élites, defendiendo el papel rector de los mercados y sus intereses sobre los de la población. Además, pasó no sólo a cuestionar la factibilidad del Mercosur y la alianza de los BRICS, sino a defender la ya obsoleta propuesta del tratado de libre comercio con Estados Unidos amparada por la ALCA.
Su rápido ascenso en las encuestas en lugar de hacerla enfatizar en su agenda ambientalista y de combate a las élites económicas, le llevó a abrazar con fervor la agenda pro norteamericana y neoliberal, con lo que, paradójicamente, comenzó a perder impulso, estancándose en un 25% de las intenciones de voto, mientras la presidenta Rousseff recuperó el apoyo, con lo que “los mercados” –especuladores– se dispusieron a jugar de electores privilegiados, atacando la moneda brasileña y creando pánico en las bolsas.
A pesar de ello, todas las encuestas coinciden en que en las elecciones de este domingo la actual presidenta obtendrá un poco más de 40% de los votos, lo que obligará a un segundo turno, muy probablemente contra la ex ambientalista. De darse ese escenario, toda la campaña negra que burda o sofisticadamente se ha lanzado contra Rousseff, su partido y su gobierno se intensificara, siéndole necesaria mucha madurez y cuidado para, manteniendo los apoyos conseguidos, lograr convencer a los que en este turno no la consideren la mejor opción.
Los brasileños votan por el futuro de su país, pero junto a ello deciden, en mucho, el futuro del continente.
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