En horas de la tarde, de la forma más inesperada, 87 diputados y diputadas al Congreso de la República, haciendo gala de la desfachatez, desvergüenza, clasismo, arrogancia y desprecio por las mayorías explotadas y desposeídas del país, particularmente por las víctimas del conflicto armado interno, decidieron aprobar el Acuerdo Gubernativo 3-2014, que pretende “contribuir a la reconciliación nacional”, sobre la base de la negación de que en Guatemala pudiese haberse cometido el delito de genocidio. Baste recordar en este contexto que la sentencia condenatoria contra el ex Jefe de Estado de facto, Efraín Ríos Montt probó y fundamentó, basándose en decenas de testimonios de las víctimas y en peritajes científicos, lo que la Comisión para el Esclarecimiento Histórico ya había también comprobado irrefutablemente, en su informe de febrero de 1999, cuando afirmó que en nuestro país puede hablarse de al menos cuatro casos de genocidio, debidamente documentados, cometidos contra distintos pueblos mayas, como parte de la política contrainsurgente del Estado durante el enfrentamiento armado interno.
Esta decisión de los padres y madres de la patria es –por el momento– el capítulo más deplorable que se escribe en una interminable novela de hechos que apuntan a preservar la impunidad como el elemento principal en el imaginario colectivo guatemalteco. La posterior declaración del Presidente del Congreso, en el sentido que “es mejor olvidarse del pasado y ponerse a trabajar para lograr la reconciliación del país…”, genera altos niveles de indignación y se hace acreedora de mi más profundo rechazo. Valdría la pena formularles la pregunta, a algunas de estas mentes que pretenden lograr la reconciliación nacional barriendo la basura debajo de la alfombra, si ellos también estuviesen dispuestos a olvidar el pasado, en el caso que hubiesen sido sus familiares las víctimas de masacres, violaciones sexuales, desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales o genocidio; o si sus cosechas, viviendas, animales domésticos y poblaciones completas hubiesen sido arrasadas como consecuencia de una irracional y bestial política de Estado, planificada, dirigida y ejecutada por quien hace un año y días fue –efectivamente– condenado por genocidio y delitos contra los deberes de humanidad.
Señores y señoras, diputados y diputadas: ¡No se puede tapar el Sol con un dedo, ni negar la historia cruda, pero real de nuestro país, pretendiendo que con cerrar los ojos y hacer las veces del avestruz pueda lograrse construir la paz y la democracia! ¡Mientras los hechos sucedidos permanezcan en la más absoluta impunidad, mientras la sociedad guatemalteca no tenga plena conciencia del destino corrido por las víctimas y los victimarios, mientras no se haya hecho justicia, mientras no tengamos plenas garantías de no repetición de los hechos, no será posible lograr una genuina conciliación nacional, toda vez que nuestra sociedad nunca ha estado conciliada previamente! ¿Será esto demasiado difícil de entender, para quienes debiesen de ocuparse con mucha altura, conocimientos académicos, experiencia profesional y política, pero sobre todo, con mucho compromiso ético, en representar, intermediar, fiscalizar y legislar por el bien común? A juzgar por sus actos y comportamiento, con este tipo de actitudes se demuestra una vez más qué intereses representan y a qué amos obedecen la mayoría de los partidos representados en el Congreso, con pocas y honrosas excepciones.
Las cavilaciones y reflexiones que motivaban originalmente esta columna, fueron superadas con creces, mas no olvidadas. Poco antes del ya tristemente célebre “martes 13” me refería yo al fenómeno del transfuguismo exacerbado, a la volatilidad e inconsistencia de las bancadas en el Organismo Legislativo. Utilizaba para ello algunos ejemplos recientes, como la renuncia del diputado Edgar Ajcip al bloque de “Lider”, quien aduce no querer prestarse a ser parte de un sistema corrupto, pero permanece inserto en el mismo; o bien la presentación con bombos y platillos de conocidos futbolistas, como Carlos el Pescado Ruiz, como prototipo de nuevo político que pretendía entusiasmar a las multitudes y que más tardó en llegar que en volver a abandonar el barco que el supuesto líder de la oposición ha construido como vehículo electoral con el exclusivo fin de llegar al poder.
También hacía alusión a las declaraciones del más joven de los diputados del Congreso, el representante de San Marcos, Juan Manuel Giordano, quien en sus escasos dos años y meses de carrera parlamentaria se ha cambiado cinco veces de camisola política, reflejando no sólo el oportunismo tan característico en la mayoría del Club de los 158, sino también su descaro, al afirmar que “se complacía en unirse al partido ganador”, toda vez que la organización a la que se incorporaba iba en primer lugar en las encuestas, comparándose él mismo con un conocido futbolista portugués, al referirse que a los buenos jugadores, el cambiar de equipo no les hace ser peores o mejores, sino que ellos “sólo ven con quién pueden ganar más trofeos…”.
Pero la bancada del supuesto partido, que ya se hace con el trofeo en las próximas elecciones, no representa en lo más mínimo la excepción en materia de oportunismo y transfuguismo. Según recuentos propios y de medios de comunicación, más de una cuarta parte de los 158 diputados han cambiado una o más veces de bancada durante esta legislatura. El Congreso de la República ha dejado de ser el poder de Estado que represente los intereses de las y los ciudadanos, para pasar a ser la sede de la componenda, la tranza y las manipulaciones, por excelencia.
Desde el punto de vista ideológico, con excepciones para las que sobran dedos de una mano, no hay mayores elementos que diferencien entre sí a la mayoría de partidos, particularmente en el lado derecho del espectro político. El partido oficial, sus aliados y los autodenominados grupos “de oposición”, pero del mismo signo ideológico, se asemejan cada vez más, al convertirse en un reservorio de distintos intereses personales y grupales de figuras cada vez más sui géneris que tratan de encontrar el mejor vehículo electoral para agenciarse posiciones de poder y de lucro con los recursos del Estado, desgastando cada vez más el sistema político y la representación parlamentaria ante los ojos de millones de guatemaltecos, con un alto nivel de frustración, que ya no creen en ellos, pero que tampoco tienen muchos referentes en quiénes creer. En ese panorama, no extraña por tanto, que un punto resolutivo como el que niega el genocidio haya obtenido 87 votos, no sólo del partido oficial, sino también de partidos pseudo opositores, como los de las corbatas rojas, moradas, verdes o azules… En ese tema sí, todos de la mano.
Ante este panorama, es urgente, necesario e imperioso comenzar con un movimiento de unificación de todas las fuerzas progresistas y democráticas, genuinamente honestas, que rescaten el parlamentarismo y el debate ideológico de altura, para proponer y generar soluciones a los problemas nacionales y edificar una nueva institucionalidad al servicio del bien común de la población de nuestro país. Dignifiquemos la política, transformemos a Guatemala.
* Politólogo graduado en la Universidad de Viena, Austria. Escribe sobre temas de DDHH, Seguridad, Justicia y Paz, así como análisis político nacional e internacional. Profundamente comprometido con las transformaciones estructurales que necesita nuestro país.
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