Estábamos muy cerca cuando empezaron a quemar todo esto y a llenar de humo negro todos los alrededores. Junto a nosotros, los pilotos de unos camiones se bajaron de ellos y se sentaron a la orilla de la carretera diciendo “esto va para mediodía por lo menos, así que ni modo, a esperar”. Afortunadamente, logramos encontrar un desvío y pudimos continuar nuestro camino. Pero ese comentario de los pilotos me dejó pensando. Nadie de los que estábamos ahí parados sabía cuál era la razón de la protesta y a nadie parecía importarle nada más que lograr salir del embrollo. Días después, no puede decir a ciencia cierta porqué estaba protestando ese grupo de personas.
Hoy, mientras escribo esto, escucho las noticias de una manifestación de los maestros de escuelas públicas que ha llenado la ciudad. Caos, desorden, tráfico, bloqueos. Todo suena a apocalipsis. Pero en el fondo, a nadie le importa. El comentario general es que los maestros todos los años hacen lo mismo, que nadie quiere trabajar, que sólo fastidian y ya. Me pongo a pensar en cómo “manifestamos” en Guatemala. De por sí, las protestas no son muchas. Estamos más acostumbrados a la resignación y hacerle ganas a lo que venga porque ni modo.
Mientras tanto, hemos visto como, desde la Primavera Árabe, (que resultó en derrocamientos y cambios de régimen, aunque no garantizó estabilidad) hasta los estudiantes chilenos, las protestas se han universalizado. Las protestas son noticia de cada día. Cada vez es más fácil seguir minuto a minuto lo que está pasando y hemos podido ver con horror a veces, cómo las protestas se vuelven enfrentamientos violentos. Se reconoce en todo el mundo que la protesta social pacífica puede tener efectos cruciales en las sociedades democráticas, pero he aquí la cuestión: ¿cómo lograr esa protesta pacífica? ¿Cómo aseguramos que ni los manifestantes ni las fuerzas de seguridad se excedan? Es difícil, cuando los ánimos se caldean, las tensiones suben y las multitudes se agolpan. Se han popularizado las imágenes de jóvenes abrazando a policías antimotines y de maratones de besos, pero ¿qué lecciones tangibles podemos extraer de eso?
Cuando hay protestas como la que mencioné al principio, nadie se solidariza. Porque obviamente, es casi imposible sentir simpatía por quien te amenaza, te impide moverte, te da miedo, te molesta. La causa queda perdida en los medios. Para que una protesta tenga eco real, debe ser articulada y pacífica. Cuando una demanda se comunica de manera violenta, lo más seguro es que sólo se gane apatía o indiferencia. Es cierto que aquí, como en todo el mundo, existen intereses políticos y económicos detrás de las protestas. Se habla de manipulaciones, acarreo y motivaciones oscuras para mover cantidades de gente en nombre de una “causa”. Pero deslegitimar por completo la protesta social no sirve de nada. Sentarnos siempre a un lado y ni siquiera preguntarnos qué está pasando y porqué, no sirve de nada. Estos espacios deben seguir abiertos, debemos seguir pendientes, porque de vez en cuando aparecerá una protesta legítima, una causa real y no podremos voltear la cara.
Ejemplo que me parece no sólo llamativo, sino simpático: Protesta por la educación gratuita en Chile, 2011. Más de 100 deportistas se unen para trotar alrededor del Palacio de la Moneda, durante 1,800 horas consecutivas, en demanda de los fondos necesarios para garantizar la educación gratuita.
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