Tuve la suerte de visitar la comunidad, junto a 22 maestros, catedráticos y empleados de gobierno en la rama de educación de Suecia por una semana, como parte de un intercambio que realiza cada año la organización sueca Escuela Global con el proyecto de educación Niwán Nha, que en q’anjob’al quiere decir Casa Grande y que se ubica en Yalambojoch. La experiencia tiene como fin que los extranjeros conozcan de cerca la vital importancia de continuar con el proyecto, compartan la experiencia educativa sueca y conozcan cómo viven las familias locales.
El proyecto brinda educación secundaria a un grupo de 40 estudiantes y a igual número de niños en educación preprimaria, con el apoyo de personas y organizaciones de Suecia y la voluntad de la comunidad. Mujeres de la comunidad son las encargadas de la educación que realizan con métodos alternativo, porque hacerlo de la forma tradicional (formal) ha sido simplemente imposible.
La comunidad habla chuj y pocos son los que se comunican en español. Sin embargo, basta una sonrisa de los locales para sentirse bienvenida en casa. A mí me tocó vivir en el hogar de la familia de Cecilia Marcos y Benjamín Pérez, junto a una jefa de directores de escuela de Suecia. Poco a poco, fuimos entrando en confianza e intercambiando nuestras distintitas formas de vivir, en este caso de sobrevivir.
En Yalambojoch viven unas 1050 personas, entre hombres, mujeres, niñas y niños, todos retornados de México. Huyeron hacia allá en 1982, cuando un grupo de soldados entró en la comunidad, arrasó con todo, incluso con los que allí vivían. Pocos fueron los que se salvaron y huyeron a México para proteger sus vidas. Y como la tierra llama, poco tiempo después decidieron volver y comenzar de nuevo en la comunidad. La tarea no ha sido fácil.
Vivir durante una semana con la familia me hizo meditar muchísimo. Allá se vive a diario con un pequeño plato de frijoles, tortillas y café. Su principal fuente de ingreso son las remesas y la agricultura, aunque en la comunidad poco se consume de ello. Cada familia vive con lo mínimo. Pedro Guzmán, un agrónomo local, me comentó que la falta de consumo de proteína animal estaba haciendo su efecto en el cuerpo de la gente y tiene razón: son morenos con manchitas blancas en sus rostros, delgados y además de baja estatura.
Hay luz, incluso algunos locales viven del contrabando de diesel y gasolina que llega de México y aunque la pobreza no justifica hacer esto, no hay otras formas de sobrevivir. Yalambojoch está rodeado de hermosas montañas. A donde se vea, se ve verde, son los orgullosos poseedores de la laguna Brava, adonde se llega solamente a pie y escalando. Muchos dicen que no tiene nada que envidiarle a los otros hermosos lagos de este país.
Hoy, además de buscar formas sustentables de subsistencia, una de las preocupaciones más grandes de la comunidad es que en medio de la misma se planifica construir parte de la carretera de la Franja Transversal del Norte. La sola idea de este megaproyecto les espanta, y no porque estén apartados de los posibles beneficios que puedan recibir con una carretera transitable, sino porque temen que sus recursos naturales, que han conservado tanto, puedan ser sobreexplotados y los pierdan y en lugar de que el beneficio llegue a la población esto pueda perjudicarlos más.
Lo que sí llegó a la comunidad son las promesas de campaña. Incluso aquellas donde les prometieron que su familia iba a progresar, pero que en realidad no ha pasado. ¿Cuánto más hay que esperar para que comunidades como Yalambojoch tengan lo que el Estado está obligado a darles: “garantizar a los habitantes de la República la vida, la libertad, la justicia, la seguridad, la paz y el desarrollo integral de la persona?
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