Casi desde el principio las cifras que divulgaban el presidente Alejandro Giammattei y Hugo Monroy, el primer ministro de Salud Pública y Asistencia Social de este gobierno, sembraron la duda y la desconfianza. Los datos oficiales mostraron comportamientos caóticos e inconsistentes, lo cual incapacitó herramientas técnicas como los modelos matemáticos aplicados a la epidemiología para hacer predicciones confiables: si un sistema se alimenta con basura, lo más seguro es que nos devuelva basura.
Pero lo más alarmante y reprobable es que el presidente Giammattei y su gabinete han estado tomando decisiones basadas en información errónea y dependiendo de la gravedad del caos en el sistema guatemalteco de información que registra los datos de la pandemia. Quizá hasta han estado actuando prácticamente a ciegas. Semejante situación fue responsabilidad primaria y directa del presidente Giammattei y, por delegación, de Hugo Monroy, sobre quien ya pesa el convencimiento de haber sido un funcionario inepto y negligente. Y si él no lo es, pues entonces debe de haber estado rodeado de ineptos, negligentes y, como ya fue denunciado al Ministerio Público, también de corruptos.
Giammattei mitigó un poco su responsabilidad en el asunto al haber tomado, quizá tardíamente, la decisión de destituir a Monroy y, por segunda vez en la mayoría de los casos, a sus viceministros. Tan grave es la situación que una de las primeras acciones de las nuevas autoridades del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS) fue ordenar una auditoría al sistema de información, la cual a la fecha continúa en desarrollo. De ahí que la semana pasada, en los reportes diarios, los datos fueran publicados con asteriscos y con sendas notas aclaratorias que lamentablemente confunden, más que aclarar.
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Pero, más allá de la mala redacción de las notas aclaratorias en los reportes diarios recientes, esa auditoría al sistema de información es una medida correcta que debió haberse hecho mucho antes. Es imperativo que la auditoría se practique correctamente y que con base técnica se corrijan los datos históricos y se refuerce la obligación de todas las fuentes, públicas y privadas, a efecto de lograr datos diarios confiables y creíbles.
Sin embargo, la auditoría solo es una parte de las correcciones que Giammattei debe hacer. Como se ha dicho hasta el cansancio, ahora reiterado por el mismo doctor Edwin Asturias, a la sazón comisionado presidencial de Atención a la Emergencia de Covid-19, el número de pruebas que a la fecha se están realizando continúa siendo demasiado pequeño. A duras penas se realizan diariamente poco más de 1,100 pruebas diarias, muy por debajo de las 5,000 que Asturias planteó como meta. Y es que, siguiendo una lógica contundente por su sencillez, si no se hacen suficientes pruebas, es imposible saber cuántos contagios realmente hay cada día.
Este caos y desorden en los datos constituye un impedimento severo para considerar decisiones como rehabilitar el transporte público y reabrir los centros comerciales o negocios como los restaurantes. Algo muy grave porque, tal como reveló el Banco de Guatemala la semana pasada y como lo han venido diciendo centros de pensamiento como el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales, el daño a la economía ya es grave y lo peor es que quizá apenas está comenzando. En la medida en que no seamos capaces de frenar el avance del covid-19, el cambio de la agudización de la recesión al inicio de la recuperación económica y social aún está lejos para Guatemala, peor si tratamos de manejar la crisis a ciegas, sin datos confiables.
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