En ese mismo documento se anota que “a pesar de que muchos testigos se refieren, en sus relatos, a violaciones sexuales cometidas contra mujeres en las comunidades rurales, la CEH recibió un número de denuncias no muy elevado”.
Hace poco, una amiga me contó que su prima desapareció hace un par de años de su casa. Estaba casada con un hombre que se dedicaba a transportar mercadería por Centroamérica. Aquel individuo no se destacaba por sus buenos modales, le gustaba divertirse y salir a tomar licor con sus amigos. Sin embargo, cumplía su rol de macho proveedor, se cuidaba de llevar comida y ropa a sus dos hijas y a su esposa. Aparentemente, ni ángel, ni demonio.
Tras la desaparición de la prima, los familiares comenzaron a sospechar de este personaje. Dicen que era muy celoso. Dicen que no sólo transportaba mercadería, sino droga y personas.
El hecho es que la mujer lleva dos años desaparecida y sus familiares ya perdieron la esperanza de encontrarla viva. Su caso no lo conoció la prensa, no fue noticia en la televisión, nadie hizo una columna de opinión pidiendo aclarar los hechos, tratando de buscar respuestas. Esta historia no conmovió la seguridad de nuestros urbanos hogares clasemedieros. Nadie puso cintas rosadas, sus amigos no se volcaron en las calles reclamando justicia.
¿Por qué es diferente la desaparición de Cristina Siekavizza y sus hijos? ¿Por qué hay tanta cobertura de prensa? ¿Por qué el MP se ve obligado a dar respuestas convincentes y efectivas? La respuesta es simple, Cristina tiene voz, la voz de sus familiares, la voz de sus amigos, la voz de conocidos, la voz de otros que comparten la misma sensibilidad, la voz de los que sienten empatía. Empatía de género y empatía de clase. Es la voz de la clase media alta. La única que se reconoce con derechos y los exige. No tiene culpa y no acepta la impunidad. Necesita del Estado, pero no acepta limosnas de este. Porque el Estado para ellos no da caridad, sino que garantiza derechos.
Las otras víctimas, la prima de mi amiga, las cientos de mujeres violadas y/o muertas durante el conflicto armado y las muchas otras a las que, cada día, un criminal les quita la vida… ellas no tienen voz, porque sus familiares, amigos, o su comunidad no creen en el sistema, y porque el sistema no funciona para ellos. Son los excluidos, los marginados, los que están afuera. Ellos no exigen porque no se sienten con derecho a hacerlo y porque cuando lo hacen no son escuchados. Ellos no tienen voz.
Guatemala necesita ampliar la clase media, necesita darle voz a los sin voz. Necesitamos que Guatemala grite, proteste y exija.
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