Con este marco, mi propuesta es simple: la revolución la tenemos que hacer desde la cama.
Muchos nos han dicho que es responsabilidad del hombre hacer que la mujer alcance el orgasmo. Sin restarle mérito al trabajo (no siempre bien ejecutado) de los varones, me parece que las responsables cardinales de nuestro placer somos nosotras mismas. Conocer nuestro cuerpo y nuestro placer es vital.
Si nuestro compañero se pusiera a querer maquillarnos, le diríamos que eso es asunto nuestr...
Con este marco, mi propuesta es simple: la revolución la tenemos que hacer desde la cama.
Muchos nos han dicho que es responsabilidad del hombre hacer que la mujer alcance el orgasmo. Sin restarle mérito al trabajo (no siempre bien ejecutado) de los varones, me parece que las responsables cardinales de nuestro placer somos nosotras mismas. Conocer nuestro cuerpo y nuestro placer es vital.
Si nuestro compañero se pusiera a querer maquillarnos, le diríamos que eso es asunto nuestro. Nosotras conocemos nuestro cutis, los colores que nos benefician, los puntos a resaltar y los que debemos opacar. Sabemos perfectamente el labial que nos gusta y el que mejor nos va.
Este nivel de conocimiento de nuestro rostro lo tenemos que tener de nuestros genitales. Para eso debemos contemplarlos a diario. La vagina no siempre huele a sardina o queso, como dicen los caballeros. Pero, si no la olemos, ¿cómo vamos a refutarlo? Las contracciones de las paredes vaginales son un arte que se cultiva con la práctica solitaria. Las manos se convierten fácilmente en mariposas cuando revolotean alrededor de nuestro monte de Venus.
El conocimiento es poder. Eso todos lo saben. Por tanto, conocer nuestro cuerpo y su centro de placer nos dará control y autonomía. «La autonomía como fundamento del poder vital comienza con la individualidad», nos confirma la maestra Lagarde.
La individualidad se construye desde la intimidad, ese espacio de mayor confianza donde no necesitamos ropa para mostrarnos, pero donde a menudo nos ponemos máscaras para complacer al hombre. Fingir un orgasmo no es lealtad al compañero, sino una traición a nosotras mismas. Igualmente, hacer todo para complacer al otro a costa de olvidarnos de nuestro placer no es generosidad, sino falta de amor propio.
Liberar territorios, dicen en la jerga militar. El dominio de la cama lo han tenido los hombres, que como tiranos seductores nos dictan lo que quieren, cómo lo quieren y cuándo lo quieren. Ahora nos toca a nosotras tomar control del cuadrilátero acolchonado. No se trata de usar la fuerza. Eso es cosa de hombres. Nosotras tenemos la virtud de convencer con buenos argumentos y un poco de encanto.
Desde ya declaro mi cama territorio liberado.
Más de este autor