Pensar en qué libro liberar en cada convocatoria convoca una pasión tan especial. Primero, porque significa compartir algo muy querido y a la vez especular con qué sentimientos provocará en quien lo encuentre. Pero más inquietante aún es pensar qué pasará si lo encontramos de nuevo, también liberado en un lugar público, después de haber sido leído por muchas personas más.
La verdad es que con esos objetos pequeños, medianos, en ocasiones pesados por el volumen, se establecen relaciones a veces tan estrechas que pareciera que cobran vida. Se los asocia no solo con el contenido por el que los hacemos parte de nuestra vida. Se los asocia también con los momentos que vivimos junto a ellos o con los momentos que nos recuerdan o simboliza su literatura.
De esa manera, la espera de la próxima edición de la Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua), en su XIII edición, es por supuesto embrujadora. Son 13 ediciones de un evento cuyo montaje no resulta poca cosa y que para quienes lo organizan representa batallar contra la corriente: costos elevados de infraestructura que se deben rentar año con año, sin que exista un sostenido patrocinio estatal que garantice y facilite su realización.
Casi resulta tentador sugerir que una de las tantas mansiones extinguidas a los corruptos se destine como local permanente de exposiciones culturales, Filgua incluida, para que el costo de montaje y locales no sea un valladar para el encuentro con los libros. Pero, por desgracia, la visión y la actitud política son otras. A tal grado que en Antigua Guatemala, por ejemplo, la alcaldesa negó el uso del parque para la feria del libro en la ciudad, todavía patrimonio cultural de la humanidad.
El desprecio más que el aprecio por la valía de los libros es lo que reflejan políticas y decisiones como la planteada. Algo que no cambiará si no impulsamos acciones encaminadas a transformar esa visión y a generar prácticas oficiales que estimulen la lectura y su oferta.
Por ello, aprovechar la realización de la Filgua 2016 para darse un paseo por ella es necesario. Incluso, si se puede, apoyar a por lo menos uno de los tantos grupos que promueven la venida de jóvenes, niñas y niños de los departamentos. Consumir comprando y leyendo libros de las editoriales que en cada edición de la Filgua hacen un esfuerzo enorme por presentarse y ofrecer sus productos al público.
Y, por esta vez, ¿por qué no repetir el ejercicio de liberar un libro en el marco de la Filgua? ¿Qué les parece si desde ya ubicamos un ejemplar que queramos dejar libre, le ponemos la nota que explique el destino de libertad y la invitación a leerlo y lo liberamos nuevamente? ¿Cuántos libros, después de ser liberados, encontrarán ojos para que los lean y manos que luego los liberen? Ojalá sean varios. Ojalá nos encontremos con una lectura interesante, que nos haga cómplices del esfuerzo colectivo por estimular y mantener viva la lectura.
De ese modo, que el solo ejercicio de encontrar un libro y de poder tenerlo sea la respuesta ciudadana a la política oscurantista que encarcela el conocimiento. Al fin de cuentas, como dice el cartel, si no leo me aburro, así que debemos leer para crecer.
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