No hay ningún mérito en nacer mujer —u hombre—. Simplemente nacemos con un aparato biológico distinto el uno del otro. Eso es todo. Ese cuerpo es lo único que nos distingue al nacer. Por lo demás somos seres humanos exactamente iguales. Ahora bien, todas las ideas de lo que es ser mujer —u hombre— son construidas artificial y arbitrariamente. Y de ahí emanan todas esas diferencias e inequidades que muchas mujeres enfrentan por haber nacido mujeres.
Pero no todas las mujeres pasamos por lo mismo. El llevar una vida jodida no está determinado solo por ser mujer. También tenemos que ver las diferencias étnicas y de clase. A una mujer blanca de clase alta le irá mucho mejor en la vida que al guardián del residencial donde vive, un hombre pobre e indígena, por ejemplo. Es por eso que algunos feminismos también han hecho hincapié en esto que se ha llamado interseccionalidad, ya que no toda dominación y opresión está dada únicamente por el género. También debemos ver el aspecto racial/étnico y de clase social.
Sin embargo, el 8 de marzo se insiste en felicitarnos a todas las mujeres por ser mujeres. Y las felicitaciones giran alrededor de un montón de mensajes clichés como: «No hay nada más bello que la mujer y su fuerza para nunca rendirse». O en torno a esta imagen del rostro de una mujer formado por palabras en distintos tamaños: belleza, entrega, compromiso, éxito, ternura, dedicación, cariño, valor, emoción, sabiduría, sensibilidad, pasión, paciencia. Ninguna de nosotras es esa mujer, esas ideas, esas palabras o esas imágenes que vemos en la publicidad. Esa es la construcción que la sociedad ha hecho de lo que es ser mujer. Eso sí, muchas —o todas— aprendemos de cierta forma a ser esa mujer. Más bien no nos queda otra opción porque estos mandatos están tan interiorizados y normalizados que cuestionarlos parece ridículo o transgresor (y entonces te llamarán algo así como feminazi).
Pero ¿quién es capaz de cuestionar que las mujeres son bellas, fuertes, inteligentes, tiernas, luchadoras… —y demás cosas bonitas—? No parece muy apropiado. Y menos un 8 de marzo.
Lo que quiero decir es que no hay ninguna esencia de mujer. Ninguna de las características asignadas vienen predeterminadas genéticamente al nacer mujer. Lo que sí es que hay un sistema patriarcal construido, que con estructuras de diverso tipo (como la familia, la escuela, la Iglesia, el Estado o los medios de comunicación) nos marca un camino determinado a seguir y que muchas veces nos pone en desventaja frente a los hombres. Así somos educadas y socializadas —y ellos también—. Los hombres tampoco se llevan todos los privilegios. También les toca padecer este sistema patriarcal que les marca el camino de cómo ser hombre: fuerte, proveedor, sexual (no sentimental), agresivo… En fin, todo lo que pueda afirmar su masculinidad.
Ahora bien, muchas mujeres se han levantado y han alzado la voz en contra de ese sistema que oprime (tanto a mujeres como a hombres, aunque a distinta escala). Y esas son las luchas que conmemoramos el 8 de marzo. Y entonces sí podemos hablar de mujeres valientes que han tenido que librar diversas luchas a contracorriente y en múltiples niveles.
Pero, mientras se sigan repitiendo estos clichés de la mujer sin ninguna reflexión y sin ningún cuestionamiento, el 8 de marzo seguirá siendo una ocasión perfecta para continuar perpetuando una esencia de mujer que no existe y que nos condena a seguir reproduciendo los roles de género que nos limitan como seres humanos a hombres y mujeres.
* «No se nace mujer. Se llega a serlo», es una de las frases célebres que resume algo del aporte de Simone de Beauvoir, una de las primeras feministas en sumarse al debate y a la reflexión en el siglo XX sobre lo que es ser mujer.
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