En nuestras latitudes latinoamericanas tenemos algunos grandes referentes de la psicología social, como Ignacio Martín-Baró o Maritza Montero. Pero no caben dudas de que, si alguien sabe del asunto, son los gringos. Podremos no compartir el uso que ellos le dan a ese saber, por cuanto se pone el conocimiento científico al servicio de un proyecto de dominación, pero lo que no podemos dejar de reconocer es que ¡lo hacen bien!
¿Por qué tomamos Coca-Cola, si no fuera así? ¿Simplemente porque nos gusta? Piense el lector en algunas marcas de productos mundialmente conocidos (de refrescos, de comida rápida, de gasolina, de cigarros, etcétera). En todos ellos se repiten siempre los mismos colores: blanco, amarillo y rojo. Bien estructurado, ¿verdad? Sin necesidad de leer, el solo hecho de ver un logo y esos colores distintivos nos fuerza a decidir su consumo. ¡Eso es psicología social! O al menos es una forma de hacerla con resultados evidentes. ¿Manejo de la masa? ¡Obviamente!
Podemos estar en absoluto desacuerdo con ello. Podemos y debemos luchar denodadamente contra esa manipulación. Pero tenemos que partir por reconocer que esa práctica existe, que está bien hecha en términos técnicos y —esto es quizá lo más importante— que consigue resultados.
«En la sociedad tecnotrónica, el rumbo lo marca la suma del apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón», se expresaba sin tapujos Zbigniew Brzezinsky, gran ideólogo de la derecha estadounidense. En otros términos: manejar, manipular a la población. Para eso existe la psicología social hecha en el Norte. Y de que manipula ¡no caben dudas!
Para demostrarlo podemos tomar lo recientemente acontecido con las movilizaciones en Guatemala. Sin quitarle importancia al descontento popular, real y espontáneo, que fue creciendo entre los miles y miles de personas que salieron a protestar, puede verse también una agenda oculta. Ese proyecto bien presentado responde a una estrategia política de dominación, está muy bien hecho y tiene resultados incuestionables. La pregunta que debe guiarnos en este análisis es: ¿fueron efectivamente las movilizaciones sabatinas las que sacaron del poder al binomio presidencial o había allí otro plan?
Desde hace tiempo Washington fue remplazando su apoyo a dictaduras sangrientas por lo que se conoce como golpes suaves. Así tenemos las llamadas revoluciones de colores en las ex repúblicas soviéticas, la Primavera Árabe, los movimientos de estudiantes democráticos en Venezuela, las Damas de Blanco en Cuba o ¿los camisas blancas en el caso Rosenberg? ¿Podríamos agregar las actuales movilizaciones de Guatemala también?
Estos movimientos no son, en sentido estricto, populares. Con las diferencias del caso, todos presentan líneas comunes: son fuerzas aparentemente espontáneas que tienen como objeto principal oponerse a un gobierno o proyecto contrario a los intereses de Estados Unidos (hoy en día, las mafias de La Línea son un peligro para la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte que impulsa la Casa Blanca).
Son sus notas distintivas su gran impacto mediático (llamativamente amplio, que no tienen los genuinos movimientos populares de protesta, por ejemplo la lucha contra la minería): el uso de las redes sociales, la no violencia, el espíritu cívico sin cuestionar nada de fondo (cantar el himno nacional e irse a su casa), la participación de grupos juveniles, en la gran mayoría de los casos estudiantes universitarios. Y también el hecho de recibir, directa o indirectamente, fondos de agencias estadounidenses como la Usaid, la NED, la CIA o la Fundación Soros, en general negado o escondido.
Estas supuestas movilizaciones tienen una agenda clara: servir a los intereses desestabilizadores favorables a la Casa Blanca boicoteando proyectos con tinte socializante o popular. Se podría llamarlas gatopardistas, es decir, que cambian algo para que no cambie nada.
En Guatemala tuvimos estas grandes movilizaciones sabatinas, urbano-capitalinas en buena medida, que limpiaron la corrupción del país, con la Cicig como elemento clave. Pero ¿la limpiaron?
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