Sin embargo, basta con ver un poco más allá del mero sentido común para poner en entredicho este supuesto cambio en la tendencia del votante guatemalteco. El conservadurismo tradicional, moralista e ingenuo se despachó a su antojo con los actores que quiso para preservar su propia hegemonía.
Se dice que triunfó la antipolítica en un rechazo a la corrupción de la clase política tradicional, pero basta ver los elementos en los que se ampara la credibilidad del triunfador de la primera vuelta para constatar que el triunfó fue del hábil marketing de la antipolítica, que no es otra cosa que la reproducción de la política convencional dirigida al segmento urbano de clase media y media baja: una adhesión fundada en el miedo al voto del campo y en la manipulación de esa esperanza demencial en la moralidad caudillista defraudada por Otto Pérez Molina, ahora encarnada en Jimmy Morales. Esta no es la representación de la antipolítica. Es en realidad la quintaesencia de la política tradicional: la apelación oportunista al argumento emocional más que a la lucidez de un proyecto político coherente. Este es el tipo de fuerza emotiva que llevó al Gobierno a un Serrano Elías, el que aún extraña a un Ríos Montt.
El voto clientelar siguió su predecible inercia y el voto del miedo la suya. En ambas Manuel Baldizón siguió siendo el elemento central del sistema: se votó a favor o en contra de él, pero nunca independientemente de él. Un voto emocional en su contra y una esperanza construida a base de marketing electorero por parte de Jimmy Morales configuran los números que vemos hoy. Todo indica que el amo del clientelismo se convirtió en el espantapájaros del statu quo. El doctor Baldizón se convirtió en el tonto útil del sistema, que se renueva gracias al desagrado que infunde en la clase media. La lección aprendida por las élites en esta votación es que es necesario siempre un sambenito en toda fiesta electorera. Héroes como el comediante Morales lo son precisamente en virtud de las características reales o imaginarias atribuidas a nuestro gran perdedor.
Para ello, qué mejor que votar contra el cuco, y confiando emocionalmente en esa figura familiar de la televisión que tan bien retrata con su humor el imaginario racista del ladino urbano. No es un error del guatemalteco. Es su profundo analfabetismo político, del cual son responsables la historia y la misma lógica electorera de la que ni siquiera la izquierda tradicional se escapa. Los mejores garantes del statu quo son estos espantapájaros que cada cuatro años vuelven héroe y estadista incluso a un analfabeto político. Sin Baldizón, todo sería un poco parecido. Sin este elemento revulsivo en las urnas capaz de establecer los puntos que delimitan el bien y el mal, posiblemente el abstencionismo hubiese sido mayor. Resulta que sus propios anticuerpos son los grandes animadores de este sistema.
Es comprensible que, bajo este panorama, algunos estén particularmente decepcionados ante la expectativa de los posibles resultados de la movilización de la clase media, que quizá era demasiado optimista en cuanto a su influencia en estas votaciones. Un voto consciente, que aparentemente no se reflejó en las urnas como se quería, se vio dramáticamente relegado a las últimas posiciones, pero pese a todo debe entenderse que un voto difícilmente puede ser inconsciente: se elige en función de la representación que hacemos de lo político de acuerdo a nuestras construcciones sociales. Los electores racionalmente eligen abrazarse a sus emociones (las cuales son apetecidas por el marketing político con buenos resultados, como se acaba de ver). Sin embargo, ese espejismo llamado voto consciente debería ser llamado por su verdadero nombre, que no es otro que formación política a secas. Como podía preverse ante la ausencia de tal formación, la lógica de los mercados electorales capturados prevaleció independientemente de nuestras convicciones racionales. De nuevo nuestro voto no contó, tanto el voto conservador por las opciones de derecha, que manifestaban algo como un proyecto coherente, como el de las izquierdas, que ahora, no obstante, tendrán algunos escaños para demostrar qué pueden hacer cuando tienen una cuota de poder en sus manos para empujar la mencionada reforma política.
Dados los resultados de los comicios, en los que el 40 % del total de la población rechazó o se mostró indiferente al sistema actual (algo menos de 10 % de votos nulos o en blanco y 30 % de abstención), se revela la lejanía entre las personas y lo político como mecanismo de intermediación entre la sociedad y el Estado. Se vota por miedo, por favores o emociones, nunca por un horizonte político definido. Por eso es fácil, en apariencia, monopolizar el juego, siempre y cuando se cuente con los recursos y la astucia mínima para jugarlo. Una conclusión poco sofisticada pero no por ello menos certera es que los resultados de esta elección tendrían que poner a pensar de inmediato que las reformas al sistema político no se harán solas, ni mucho menos por la buena voluntad de los recién votados.
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