Seiscientos guatemaltecos, jóvenes y católicos han estado recorriendo desde muy temprano en el día hasta muy entrada la noche, las calles gaditanas, hablando con personas de esta ciudad o con peregrinos de Panamá, Lituania, Canadá, Rusia, Francia, Paraguay y Ecuador. Los días en la diócesis de la Jornada Mundial de la Juventud han comenzado, y mientras escribo, todos están regresando de nuestra primera catequesis de estas dos semanas.
La semana pasada quise introducir una serie de columnas que buscan abrir debate sobre nuestra identidad religiosa, el sentido que ésta da a la vida de muchos; y vectores de acción católica que contribuyan a la construcción de una sociedad guatemalteca más justa y más digna. Estando precisamente en Cádiz (sin televisión, sin teléfono, con Internet limitada), el tiempo para recuperar el diálogo entre jóvenes fluye espontáneamente.
Jeral del Cid es una amiga de muchos años ya. Nos encontramos en la universidad, las dos únicas católicas practicantes en esa época (y tal vez en la actual también). Pasábamos tiempo discutiendo los clásicos temas polémicos y tratando, desde una óptica crítica que nos daba la carrera que estudiábamos, cada uno de ellos. Ahora ella comparte conmigo este encuentro y hemos decidido escribir esta columna, a cuatro manos.
Cuando yo le pregunto a Jeral qué piensa de que los jóvenes tienen que encontrar en Cristo el sentido de su vida, palabras con las que nos recibe el obispo de Cádiz y Ceuta lo que ella me responde es: “Las palabras del obispo llevan el sentido mismo del lema de la Jornada, ‘Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col. 2,7), que refleja la postura de los católicos de echar raíces en la fe que Jesucristo nos enseñó. El sentido de nuestras vidas, debe consistir entonces, como jóvenes, como seres humanos, en apegarnos a las enseñanzas y ejemplo de un Jesús espiritual, pero también histórico. El sentido es, en una palabra: amor al extremo y en coherencia con todo nuestro ser, es decir, el compuesto de nuestro obrar, pensar y sentir’”.
Es también ese Cristo histórico el que nos hace alargar la plática. ¿Cómo nos interpela ese Jesús en nuestra realidad actual, en nuestro devenir como historia y no solo una historia comprendida como pasado? Al estar en España, en Cádiz de donde salió Cristóbal Colón hacia América, pensamos mucho en nuestro proceso de colonización, en el que según Jeral, se “nos trasmitió, con la cultura, la religión”. Nos encontramos con españoles que ven la necesidad de una conquista a la reversa, una conquista de valores humanos, de “raíces” como dice mi amiga apegada al lema. Nos enfrentamos a una España amable en muchos sentidos y hostil también al pensar equivocadamente que venimos a ver al Papa. En eso estamos muy claros: venimos a encontrarnos con el Amor.
Se ha convertido en pocos días en una experiencia de hablar del sentido de la vida por muchos jóvenes. Por ejemplo, aquellos que al tener que hacer una denuncia por pérdida de papeles, se han puesto a hablar de su ser católico en la comisaría, o el encuentro en las esquinas con jóvenes y adultos que nos preguntan por qué venimos, por qué venir hasta España para encontrar a un Señor que está en todas partes. Como me dice la Jeral enojada y con razón: “Nos enfrentamos a huevazos, a comentarios groseros en algunas calles, a miradas inquisidoras, eso es nada frente a toda la avalancha de amor que se nos entrega en donde hemos aprendido y es nuestra opción de vida, compartir, irradiar y definitivamente edificar nuestras vidas, nuestras raíces y sentido de vida”. Venimos a peregrinar de una manera diferente, a conocer a Dios en espacios en los que ya no se pregunta por él, en tiempos en que se olvida cuestionarse para qué estamos acá.
Cuando le pregunto a Jeral el porqué de ser católicos en estos tiempos, antes de darnos la vuelta y dormir en las camas inflables del polideportivos que nos han abierto, se queda (nos quedamos) un rato pensando —yo transcribo su respuesta: “En estos tiempos el planteamiento de los sistemas económicos y sociales han ido deshumanizando a las personas, automatizándolas en un sistema consumista en donde así como los bienes materiales, o productos de consumo, las emociones, las experiencias, las relaciones, adquieren también un sentido consumista y desechable. Es en estos tiempos en que ser católicos coherentes, en un mundo de jóvenes superficiales manipulables, implica un reto muy grande que vale la pena…”.
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