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«No nos van a ver venir». ¿Por qué el movimiento Semilla y su candidato Bernardo Arévalo llegaron a la segunda vuelta? Interpretación sociológica en tres tiempos (Segundo momento: ¿Por qué no les vimos venir?)

De modo que tampoco escucharon los consejos de su principal socio y amigo: Estados Unidos.
Otro grave error de las elites de poder ha sido creer que la democracia era una rutina, como también lo eran las elecciones.
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«No nos van a ver venir». ¿Por qué el movimiento Semilla y su candidato Bernardo Arévalo llegaron a la segunda vuelta? Interpretación sociológica en tres tiempos (Segundo momento: ¿Por qué no les vimos venir?)

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No vamos a adentrarnos en otros momentos cruciales como la contrarrevolución de 1954, que usó esa narrativa pendular y dicotómica para clasificar a la población de modo binario: indígenas/ladinos, comunistas/anticomunistas, izquierda/derecha, y cuyo enfrentamiento provocó revueltas, rebeliones y revoluciones y causó grandes estragos en la sociedad civil, sobre todo en las poblaciones más vulnerables, como las mujeres, los jóvenes y la población maya; cuya finalidad ha sido, en la mayor parte de las ocasiones, consolidar un sistema de explotación, de exclusión y de dominación.

Con este preámbulo, un poco largo pero ilustrativo, sobre el manejo del discurso dominante, solo pretendemos dar algunas pinceladas antes de adentrarnos en la pregunta: «¿por qué no los vimos llegar?» Quiero hacer un análisis de los diferentes sectores o grupos del porqué no los vieron, ni se lo imaginaron. Empecemos, pues, por el vértice de la pirámide:

Las elites de poder

Entendiendo el término como lo hace Wrigth Mills: aquellos grupos de la clase dominante que concentran una cantidad desproporcionada de poder económico, poder político, poder militar y poder mediático; lo que él llama «los círculos del poder».

Iniciemos por las clases dominantes, el núcleo oligárquico o las redes familiares –como prefiero denominarlo yo– que, a juicio de Juan Alberto Fuentes Night, son aquellas que pactan y hacen negocios con el Estado para seguir obteniendo contratos y prebendas para sus negocios; de ahí la importancia de la financiación ilícita y del acercamiento previo a los candidatos en las elecciones para negociar los votos.[1]

Hasta hace muy poco, el CACIF –como representante de este núcleo oligárquico– se mantenía cohesionado y actuaba como un bloque que, a pesar de las fisuras internas, lograba reunificarse en torno a la estrategia para la expulsión de la Cicig. A partir de ello, asumió una deriva aparentemente legalista y constitucionalista que, en realidad, pretendía castigar, criminalizar y expulsar del país a aquellos jueces, fiscales, abogados, periodistas, defensores de derechos humanos, mujeres indígenas, mestizo/ladinas y artistas que se oponían a la arbitrariedad y a la corrupción del gobierno, los grupos del narcotráfico y del crimen organizado. Los casos del periodista José Rubén Zamora, la fiscal Virginia Laparra o la defensora de derechos humanos, Nanci Sinto, y Rigoberto Juárez, fueron algunos de los muchos que llenaron el vaso de la indignación y de la colera de la población.

Estos grupos son liderados, en su mayor parte, por el MP y el fiscal de la FECI. La Fundación contra el Terrorismo –su vocero y la que ha sido financiada por unas cuantas familias que siguen ancladas al pasado y no han sido capaces de modernizarse– se convierte en la expresión de ese poder ilegal e ilegítimo de hacer justicia en nombre de la ley. Son éstas las que toman las riendas para ejecutar, a diestro y siniestro, un plan de venganzas personales y juicios sumarios, construidos con el fin acallar y amedrentar a la población y así poder llegar a las elecciones copando todo el aparato judicial, jurídico y estatal desde el que perpetrar el fraude electoral; fraude previamente preparado con la expulsión de aquellos candidatos que les eran adversos o molestos, como Telma Cabrera, Jordán Rodas, Carlos Pineda o Roberto Arzú (en este caso, por pugnas interoligárquicas entre hermanos) o del candidato a la alcaldía de la capital, Juan Francisco Solórzano Foppa.

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Una vez conseguidos sus fines, creyendo que llegaban a unas elecciones tranquilas y controladas por sus aparatos mediáticos (netcenters), jurídicos y judiciales, ¿para qué y por qué se iban a molestar por un candidato que ocupaba los últimos lugares en las encuestas electorales, que carecía de fondos y de apoyos internos e internacionales para llegar a la segunda vuelta? Es más, una pléyade de partidos desunidos e insignificantes, como Semilla, Winaq o Vos, proporcionaban al pacto de corruptos un aire de legalidad y restaban votos a otros partidos, a la vez que mostraban la profunda e histórica incapacidad de presentar un frente unido.

Tampoco las élites económicas, las grandes redes familiares se presentaban unidas. Apoyaban a diferentes partidos, aunque en el fondo defendían lo mismo. Por supuesto, «no los vieron venir» porque ni siquiera los vieron, ni los tuvieron en cuenta por un motivo claro: Semilla no pedía dinero a las grandes corporaciones y carecía de los apoyos de los negocios ilícitos. De la misma forma que tampoco ven a los jóvenes indignados por tanta arbitrariedad y tanta pobreza, ni siquiera vieron, aunque sí consintieron, el fraude manifiesto en la elección a rector de la Usac. No se preocuparon de las manifestaciones ni de la rabia contenida de los estudiantes, ni tampoco de las expulsiones de varios alumnos por haberse negado a aceptar a un rector ilegal e ilegítimo, ni siquiera escucharon sus quejas y sus demandas justas. En pocas palabras: No los vieron llegar porque no les importaba que la Usac estuviera cerrada durante casi un año, ni lo que les pasara a miles de estudiantes y escuelas que perdieron sus cursos y que no querían apoyar ese atropello y fraude electoral.

«No los vieron llegar» porque sus hijos estudian en Universidades privadas o en el extranjero y porque, para ellos, esos estudiantes que son el futuro del país, el capital social de las clases medias, no existen, como tampoco existen las mujeres que mueren asesinadas por sus parejas o por el machismo exacerbado. No existen los pueblos indígenas ni nadie que no pertenezca a su clase social. Incluso tampoco existen –o son declarados «traidores» o «chairos»– aquellos empresarios disidentes, más conscientes y con un proyecto de responsabilidad social –que los hay–. No solo existen los empresarios del Consejo Nacional Empresarial (CNE), ni los empresarios de los que habla Alejandra Colom, sino aquellos que, aunque pertenecen a sus redes familiares, han dicho ¡basta ya! de tanta arbitrariedad e incertidumbre jurídica para los negocios, ¡basta ya! de tanta criminalización y tanto juicio ilegal y construido. A esos empresarios «chairos» que abogan en la prensa por situaciones de diálogo y negociación, que hablan de volver al retomar las instituciones y la democracia también se les intentó negar la palabra, atacándoles en público o simplemente marginándolos en sus espacios de sociabilidad y de negocio.[2]

De modo que tampoco escucharon los consejos de su principal socio y amigo: Estados Unidos. Ni siquiera se quisieron unir al plan Call to Action que presentó en Guatemala Kamala Harris para promover el desarrollo del país y evitar la migración. Es más, casi declaran persona non grata a Harris y a su equipo, y, por supuesto, fueron escasos los empresarios modernizantes que aceptaron colaborar, entre ellos Mariposa, Pepsico, Duolingo, entre otros grupos de empresarios con una mayor visión de futuro y de país.

Así se explica para qué y por qué se iban a fijar en un candidato como Bernardo Arévalo y en un partido socialdemócrata como Semilla.

Algunos de los errores de las elites de poder

El primer gran error de las elites políticas y de algunas de las redes familiares que aún siguen apoyando y financiaron las campañas de Vamos, Valor, Cabal –además de la Fundación contra el Terrorismo, y que lo convierten en el vocero oficial de los juicios ilícitos y de las persecuciones políticas– es, a su vez, un error que Maquiavelo nunca hubiera cometido: no desestimes nunca a tu enemigo y estudia muy bien sus estrategias para no cometer los mismos errores.Me cuesta mucho llamar «elites políticas» a un grupo de personas sin preparación, sin fundamentos políticos ni ideológicos; sin una estrategia de acción para el desarrollo del país y sin otra planificación previa de su labor social y de la aplicación de políticas públicas más que la persecución política de sus ciudadanos, el control por medio del soborno y el chantaje, el juicio sumario en contra de los medios de comunicación y el cierre de elPeriódico para acallar la crítica.[3]

Sobre todo, cuando lo fundamenta un grupúsculo que utiliza los resortes del poder para proteger sus negocios y la corrupción generalizada mediante el control de los ayuntamientos y el congreso de diputados. Es decir, lo que se ha venido llamando el pacto de corruptos y, como consecuencia, un Estado cooptado a través de sus instituciones.

Coincido con Edgar Gutiérrez en su calificación de Estado corporativo mafioso, que no es otra cosa que el Estado fascista de los regímenes nacionalsocialistas. También coincido con otros analistas muy brillantes, como Luis Alberto Padilla y Frank La Rue, en el hecho de que una de sus estrategias fue juntar a un grupo pequeño de juristas y políticos para idear un malévolo y perverso plan con el que acallar a la prensa, expulsar a todos los fiscales y jueces, varones y mujeres, criminalizar y negarles sus derechos a los activistas en derechos humanos y cambiar a los miembros de los tribunales y de la CC,  para poner a su disposición toda la maquinaria legal, judicial y mediática liderada por el Ministerio Público y la nueva FECI, para controlar cualquier tipo de contestación o cuestionamiento crítico en contra de ese orden.

Este modelo de Estado cooptado y de economía desbaratada no sé si se parece más a un Estado corporativo fascista o al Estado comunista que tanto repudian, como el de Nicaragua o de Rusia, cuando los métodos de manipulación de las leyes y de los tribunales de justicia son tan similares.

A estas elites gobernantes hay que reconocerles el mérito de intentar lograr, por medio del miedo y la persecución judicial y política, la inmovilidad de la población mediante el uso torticero de las leyes y la justicia. El caso es que esta estrategia ha causado un enorme deterioro en las instituciones del país y un gran daño a la democracia y a sus mejores ciudadanos que se han visto obligados a  exiliarse, han terminado en la cárcel o han sido sometidos a juicios irregulares y arbitrarios, que se eternizan con el recurso a una cadena interminable de sobreseimientos o nuevos juicios para obtener nuevas condenas, que impulsan nuevos recursos, etc.; es decir, un sinfín de trampas legales que, salvo honrosas excepciones, obligan a los «acusados» a abandonar el país. En el fondo, no les ha funcionado porque todo mecanismo excesivo y desmedido termina golpeando a quienes lo utilizan, porque, ya lo dice Pareto, no se puede gobernar en contra de la historia ni de las tendencias hegemónicas, feminismo, ecologismo, luchas de los pueblos originarios, lucha contra la pobreza y el respeto a la diversidad sexual, porque, al final, los pueblos y los ciudadanos/as, hartos de tanta  inequidad, pobreza y corrupción, se cansan, reaccionan y se rebelan contra tanta injusticia y arbitrariedad.

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No los vieron venir porque nunca confiaron en ellos, siempre despreciaron a los ciudadanos/as que los defienden. Creyeron que la propaganda mediática, los netcenters y los juicios construidos eran suficientes para acallar y controlar a la población, pero se olvidaron de un pequeño detalle: «Un ciudadano/a, un voto». Se olvidaron de que la democracia y la soberanía popular se ejercen a través del voto secreto e individual. ¡Tampoco lo tuvieron en cuenta! Este error fue, sin duda, el mayor: no ver llegar a miles de ciudadanos/as, pueblos y comunidades hartos de corrupción, latrocinio y arbitrariedad, hartos de tantas injusticias, hartos de perder todos sus derechos. Fue entonces cuando la población introdujo su voto crítico y reflexivo. Un voto con muchos «en contra» de las elites de poder, de la corrupción, del racismo y del machismo, de la injusticia y la manipulación de las leyes, de la pobreza y la desigualdad en los territorios y comunidades indígenas. En resumidas cuentas, en contra de la autocracia y de las dictaduras, como lo han venido haciendo siempre a lo largo de nuestra historia.

Otro grave error de las elites de poder ha sido creer que la democracia era una rutina, como también lo eran las elecciones. Se ha demostrado que las elecciones no siempre son manipulables, sino una oportunidad de futuro y de cambio de sus gobernantes y que, solo ejerciendo el voto individual y secreto, se puede cambiar el sistema. Las elites gobernantes se olvidaron de sus ciudadanos/as y creyeron que todos se podían comprar o manipular, pero no fue así en esta ocasión.

Podríamos seguir analizado por qué unos no los vieron venir y otros sí, pero eso requeriría un tercer artículo, para el cual no tengo suficiente información.

Solo querría mencionar mi sorpresa y satisfacción al observar el silencio de las Fuerzas armadas y el respeto de las mismas al poder constitucional. Es algo que, en estos momentos, supone una garantía y una confianza en una institución que, hasta ahora, parece que no se decanta por ningún bando y se mantiene en su rol constitucional. Es un aspecto que todos los guatemaltecos/as democráticos y constitucionalistas valoramos positivamente.

Como colofón en este proceso inesperado, no es cierto que el Movimiento Semilla que lidera Bernardo Arévalo saliera de la nada y, de repente fluyera como un géiser; ni tampoco que hubiera fraude o que se hiciera mal el recuento de votos ­–se ha probado su falsedad e inconsistencia– a pesar de que el MP y el gobierno sigan intentando probar lo imposible y allanando las sedes institucionales, como el TSE, el registro de ciudadanos o el partido Semilla por negarse a aceptar sus irregularidades jurídicas y judiciales.

El problema reside en que «no los vimos venir» por múltiples razones: por no haber sido capaces de ver el trabajo que Semilla venía haciendo desde hace mucho tiempo, la óptima preparación de sus miembros fundadores, la organización del partido y la gran consistencia y coherencia de sus planteamientos en el Congreso, su brillante aparato de propaganda o su capacidad de buscar la unidad entre grupos disímiles. Tampoco supimos calibrar el carisma, preparación, la fortaleza y la dedicación de Bernardo Arévalo y de su equipo, a lo largo de esta campaña silenciosa, eficaz y, sobre todo, honesta y coherente.

También hemos de valorar el voto de los ciudadanos, de los jóvenes, de los pueblos indígenas, de las mujeres y de los grupos de LGTBIQ como un voto crítico y razonado, muy bien pensado y reflexionado; no ha sido casual o fruto del azar.

Gracias a ese voto Bernardo Arévalo y el partido que representa –por sorpresa, pero indiscutiblemente– pudo desde el inicio ocupar el segundo lugar y allí se mantuvo con el respaldo de un voto firme y constante. No creímos ni apostamos por él. Yo misma, entre otros, no soy de Semilla, pero sí soy una buena amiga de Bernardo desde hace más de 20 años. Sin embargo, tengo que declarar que tampoco yo los vi llegar: me faltó la confianza y la esperanza en nuestra gente y, además, el panorama del país parecía tan lúgubre y desalentador que nunca pensé ni soñé que iban a llegar a la segunda vuelta. Tengo que hacer una autocrítica pública por no haber confiado ni apoyado a la única fuerza que representa afirmativamente una salida democrática y honesta para todos y todas las guatemaltecas y para salir de esta situación de corrupción, de miedo y de podredumbre en la que se encuentra nuestro país.

Por último, como lección aprendida del pasado, no permitamos que los propagandistas, netcenters y las fábricas de trolls –ahora como en tiempos de la UFCO hizo Bernays– nos convenzan con mentiras y bulos que no se sostienen y que carecen de fundamento. Sigamos luchando para tener una segunda primavera, a partir del 20 de agosto, sin que nos amedrenten las fuerzas oscuras que las manejan y que tienen ya los días contados.

Y solo una frase final que viene de un gran estadista, Napoleón, y que se adapta mucho al momento en que estamos viviendo: «Cuando veas a tus enemigos equivocarse, no les distraigas», sigue adelante con tus propios proyectos y no pierdas tiempo en desmentir sus engaños.


[1] Juan Alberto Fuentes Night, La Economía atrapada, Gestores de poder y estado encadenado Guatemala FyG editores, 2023.
[2] El caso de los intelectuales orgánicos de Leonel Toriello, de Richard Aitkenhead Castillo, de Porras Zadic, entre otros, que han defendido en sus columnas la recuperación de un estado de derecho y el respeto a la democracia y a las instituciones, han sido demonizados y criminalizados, incluso, en algunas ocasiones amenazados.
[3] Para Pareto, este perfil de elites nunca hubiera sido el que el autor hubiera tipificado como elites políticas o gobernantes, formadas por los mejores, más sabios y más preparados de su clase. Wilfredo Pareto, Manual de Economía Política, en, Escritos Sociológicos, Madrid, Alianza,1987
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