Fieles a la historia, los guatemaltecos hemos reaccionado de manera dividida e irreconciliable. Quienes se alegran por la condena al asesino, y quienes reaccionan con furia por la injusticia contra el héroe.
No es correcto alegrarse del mal ajeno. Pienso en las horas aciagas por la que está pasando la familia del señor Sperisen –víctimas inocentes de todo este drama– y sólo puedo sentir pena.
Las apasionadas reacciones están obviando aspectos importantes. Principiemos por el desatino del gobierno de Berger de modificar la ley y los Acuerdos de Paz para que personas sin formación en seguridad ciudadana pudieran ocupar los altos mandos de la Policía Nacional. Esto fue seguido por el nombramiento de un ginecólogo como sub-director policial y la llegada de 35 militares al sistema. Erwin Sperisen carecía de experiencia en puestos similares, si bien se declaraba un entusiasta de las armas y respaldaba su nombramiento con cargos menores en el ámbito de seguridad municipal. Es como decir que un jardinero califica para ministro de Agricultura. Además, el Ministerio de Gobernación se entregó a un empresario. Lo que mal empieza, mal acaba.
Es decir, sectores sin la experiencia necesaria decidieron que con entrega y dedicación podrían resolver un problema que requería de capacidades que ellos no tenían pero, por ser una causa justa, recibirían apoyo y condonación divina. Luego, todo se les fue de las manos.
Lo que pasó en el penal –el acto por el que fue juzgado y condenado el exdirector policial– ha sido justificado como un caso de defensa legítima ante un ataque armado de los internos. “Se recuperó el penal”. Sea limpieza social o no, cabe preguntarse: ¿Cómo entraron al centro las supuestas armas y municiones? ¿Hubo alguna acción penal en contra de las autoridades del Sistema Penitenciario, del propio centro de detención, de los guardias…? ¿Era ésa la única cárcel corrupta? Las respuestas son necesarias para comprender el origen y final de este fallido proyecto.
Hay otras preguntas incómodas. ¿Por qué no hay reacciones ciudadanas apasionadas contra la negligencia y falta de voluntad del Gobierno y las empresas de telefonía para terminar de una vez por todas con los criminales que operaban y siguen operando desde las prisiones?
Quienes defienden al señor Sperisen dicen que la culpa es de la CICIG, de los izquierdistas y de los defensores de criminales que actúan bajo la bandera de los Derechos Humanos. Al contrario, algunos que lo condenan dicen que fue un instrumento de la oligarquía para asesinar sumariamente a criminales y activistas sociales sin hacer distinción entre ellos. Que integraban una red criminal que combatía a otra.
Es ahí donde caemos al pozo de siempre, a la terca lucha ideológica que ya mató suficiente gente.
Los guatemaltecos deberíamos estar unidos para establecer el Estado de Derecho. Ésa es una causa común. El sistema debe funcionar, sin privilegios de clase, etapa por etapa, sin ríos revueltos que lleven ganancia a los pescadores ilegítimos. Quien la haga, que la pague, pero todos con las mismas garantías procesales. Sin privilegios. Imperio de la ley. ¿No es ésa la Guatemala que soñamos?
A puro martillazo de lucha ideológica queremos justificar nuestros errores y reparar todo lo que está mal. En el juego de ponerle la cola al burro, como sociedad seguiremos poniéndosela en la nariz, si no entendemos que sólo haciendo causa común lograremos salir del oscurantismo político del que tanta ventaja saca el putrefacto sistema de caudillos y partidos políticos, apoyados por los inversionistas de turno. Si seguimos como vamos, sólo gana la impunidad.
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