Entre otros aspectos, la pandemia ha puesto de relieve la conexión profunda entre sociedad y subjetividad. Hay muchas creencias que tienden a pasar por alto esta conexión. El mito sobre el self-made man y otros parecidos (que influyen en la cultura vía películas y libros, pero también en teorías psicológicas con enfoques ahistóricos e individualistas) tienden a dejar de lado el impacto de las condiciones sociales en las condiciones subjetivas.
La pandemia, por el contrario, ofrece de forma privilegiada la oportunidad de ver cómo los cambios de la situación se acompañan también de cambios subjetivos y de reelaboraciones de la experiencia personal y social.
Es posible señalar algunas fases y reacciones más o menos comunes. Evidentemente, las reacciones personales y grupales están mediadas por múltiples variables y por situaciones particulares, pero es posible trazar el recorrido afectivo que hemos tenido durante esta crisis.
En los ya lejanos días previos a la pandemia, las noticias de esta en otras partes del mundo, de su gravedad y de las medidas tomadas en otros países estaban acompañadas por cierto temor difuso, pero también por cierta negación de su gravedad. El conteo deportivo de los primeros días de marzo y el no registro de casos se vieron acompañados de oraciones y de ruegos de que el virus no viniera a Guatemala [1].
Al aviso del primer caso y de las medidas de restricción se vino una ola de ansiedad y de preocupaciones que se puede simbolizar en la estampida hacia supermercados por adquirir provisiones, incluidas cantidades industriales de papel de baño.
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Al instalarse la crisis y sentirse los efectos de la restricción de la movilización, de los despidos o del fallecimiento de seres queridos por covid-19, un ánimo depresivo se instaló como afecto dominante. Las múltiples pérdidas generaron reacciones marcadas por el pesimismo [2]. Pero también se produjeron conductas de desafío como las de las personas que violaban el toque de queda o las de los jóvenes de estratos medios altos que fueron sorprendidos en pleno festejo, lo que puede representar reacciones maníacas de negación o de indiferencia frente al peligro (todavía poco conocido y elaborado).
El manejo errático del gobierno de Giammattei, que incluye la poca preparación sanitaria y el abandono de los hospitales, así como el manejo opaco y corrupto de los fondos, la atención deficitaria a las consecuencias de las tormentas Eta y Iota, etcétera, también generó un profundo enojo que se materializó en las protestas de noviembre del año pasado, que después de mucho tiempo (al menos en el ámbito urbano) incluyeron enfrentamientos con la policía.
La necesidad de seguir adelante (la pobreza y la informalidad no se detienen) ha conllevado también la adaptación a regañadientes de las condiciones, aunque también se detectan señales de cansancio. La manifestación de mujeres de sectores medios altos (acompañadas de sus trabajadores domésticas) exigiendo el retorno de sus niños al colegio es una muestra de este cansancio [3]. También es evidente el que genera lo virtual y que se ha colado en todos los espacios de la vida cotidiana.
Imposible prever los caminos por los que seguiremos transitando. Pero creo que colectivamente falta crear espacios de alegría y de esperanza.
* * *
[1] La expresión sobre que el virus no viniera es intencional. Ha habido un lenguaje antropomórfico para referirse a este, del que se habla como si tuviera intenciones y se comportara de una forma u otra.
[2] Creo que aquí radica la importancia afectiva de ciertos eventos, como el baile del Lobo Vásquez, como una manifestación de alegría en momentos de decaimiento colectivo.
[3] Debo reconocer que, personalmente, no tengo ninguna simpatía por esta manifestación. Frente a las condiciones educativas de sectores populares (falta de espacios apropiados, falta de acceso a recursos tecnológicos y de todo tipo, baja calidad de los sectores público y privado) y al trabajo agotador de madres de estos sectores, las dificultades de los estratos medios altos se relativizan.
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