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Feliciana Bernal Chávez, 66, se seca el pelo en el patio de su casa, en el caserío Visajvillá, Acul, el día anterior la inhumación de su hijo Diego.En la casa, el esposo de Feliciana, Pedro Cobo, 72, enseña la foto que lo retrata junto con su esposa. Después de tres años de fuga en la montaña, donde su hijo Diego murió de hambre, la familia entera se entregó al Ejército en Nebaj y don Pedro se volvió miembro de las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC)En la madrugada del día siguiente, Feliciana se prepara para viajar a Nebaj y presenciar la inhumación de las víctimas de Xexuxcap, donde espera encontrar a los restos de su hijo Diego. En camino para llegar a la carretera que une Acul con Nebaj, don Pedro señala el cerro La Joya, el refugio en la montaña donde la familia se escondió de los ataques del Ejército durante tres años.En la sede del Movimiento de Desarraigados, en Nebaj, los familiares de las víctimas de Xexuxcap se reúnen desde las primeras horas de la mañana esperando recibir los restos de sus seres queridos. Los restos de Cecilia Matóm Brito son recompuestos por un miembro de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG) bajo la mirada de sus familiares. Cecilia, de 3 años, murió por bombardeos del Ejército en la montaña de Xexocoma. Su hermana Ingracia, de 4 meses, falleció una semana después. De ella no se encontraron restos.La antropóloga forense Candy Veliz muestra el crucifijo de metal perteneciente a Domingo Solís Bacá, muerto a la edad de 54 años en el 1983.Un niño se asoma al ataúd para mirar los restos de Diego Solís López, muerto a los 72 años en el 1982. Según el relato de los familiares, el anciano fue ejecutado por sus vínculos con la iglesia católica. Juana Solís de León llora frente al ataúd de su hermana Jacinta, fallecida en la montaña a la edad de 29 años, en el 1982. A la par, el hermano Rafael.Sombrero y zapatos nuevos acompañan a los restos de Domingo Solís Bacá antes de su entierro.Durante la exposición de ropa, Feliciana observa los restos de ropa de niño que serán identificados como las pertenencias de su hijo Diego. Detrás de ella, Aaron Cardona, arqueólogo de la FAFG, lleva una caja con los restos de un infante ya identificado. La playera roja corresponde a la osamenta 1536-III-1, la cual no fue reconocida. El análisis osteológico indica que correspondía a la osamenta de un niño con un rango de edad entre 1 año 4 meses y 3 años.Para muchos padres y madres, la identificación de ropa representó la última esperanza para reconocer a sus hijos fallecidos.Terminado el proceso de identificación y recomposición de los restos de las víctimas en Nebaj, los ataúdes fueron llevados al salón parroquial de Acul El velorio colectivo en el salón parroquial de Acul que unió a las familias de las 36 víctimas  El día siguiente al velorio, los hombres se reunieron en el cementerio de Acul desde temprano para abrir las fosas y preparar el entierro de sus familiares.Los pequeños ataúdes con los restos de los niños identificados a través de la exposición de ropa fueron enterrados juntos en la misma fosa. Entre ellos, estaba el de Diego. Terminado el entierro, lo que queda en memoria de los niños fallecidos en la montaña de Xexuxcap.

Tras 35 años de duelo, Feliciana pudo enterrar a su hijo

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Tras 35 años de duelo, Feliciana pudo enterrar a su hijo

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Hace cuatro años, Feliciana Bernal Chávez excavaba fosas, descalza, en el cementerio clandestino de Xe’xuxcap, cerca de la aldea Acul, Nebaj. Buscaba los restos de su hijo Diego, muerto por hambre y susto a la edad de un año en la montaña donde su familia había encontrado refugio, después de que el Ejército quemara su casa, en la masacre del 22 de abril 1982.

Simone Dalmassoleer más

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