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Tierras áridas, cosechas perdidas: En Panzós padecen a siete meses de Eta e Iota

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Tierras áridas, cosechas perdidas: En Panzós padecen a siete meses de Eta e Iota

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Se viene la segunda siembra del año y todavía hay terrenos cubiertos de arena. Han pasado siete meses desde que las tormentas tropicales Eta e Iota desbordaron el río Polochic. Hay familias que resisten y tratan de recuperarse, aunque un viento es capaz de botarles la milpa. Otras, no pueden sembrar y la ayuda de un proyecto económico del MAGA, FAO e IICA, es la esperanza, pero tarda en llegar por la burocracia.

Manuel Ichic Cacao y su esposa Olivia, tenían como principal preocupación la amenaza de un desalojo. Ahora deben sumar la pena de los efectos del cambio climático en sus siembras. Vivir en Bella Flor, una finca en la cuenca del Polochic, es vivir con miedo.

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El lugar es una planicie con tierras fértiles que estaba en desuso. En 2011, 27 familias se asentaron en el lugar. Aquí las personas viven sin pagar renta, en una tierra fértil, a cambio se someten a una subsistencia sin servicios básicos. El agua la toman de un nacimiento y la trasladan a través de mangueras. No tienen energía eléctrica ni drenajes. No hay escuela para los niños.

La finca está ubicada a dos kilómetros de Panzós. Este municipio de Alta Verapaz fue uno de los más afectados por las tormentas Eta e Iota a finales de 2020.

En Bella Flor siembran maíz tres veces al año, y es el sustento principal de la familia. Manuel refiere con pena que la milpa se ahogó por el desbordamiento del río Polochic. Era tanta el agua que terminó por extenderse sobre poco más de dos kilómetros de tierra y a un nivel que, en las partes más bajas, les cubría arriba de las rodillas. «Todo se pudrió», resume.

A Olivia se le llenan los ojos de lágrimas cuando piensa en que, para sobrevivir sin la cosecha tuvieron que pagar un quetzal y cincuenta centavos por cada libra de maíz que consiguieron en el mercado municipal.

Algo inimaginable para quien trabaja la tierra de sol a sol y acostumbra a vender ese producto a nada más que un quetzal.

En enero tenían que haber cosechado la siembra que se perdió. En febrero, la familia terminó de limpiar el terreno y volvió a empezar. A inicios de mayo, algo parecido a un remolino se formó en la planicie y revolcó la milpa. Las hojas están verdes y ya asoman mazorcas, pero ya no lucen erguidas. Manuel teme que el producto se le haya dañado y no termine de desarrollar.

Este agricultor de 50 años asegura que por cada manzana de terreno invierte de 2,000 a 2,500 quetzales. Esa cifra no toma en cuenta los días de trabajo intenso que están marcados en su rostro tostado y en sus manos ásperas. La esperanza de este medio año es alcanzar una producción que asome a los 75 quintales por manzana. Una cosecha que no pueden darse el lujo de perder.

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Casas de palo por si tienen que salir

Los habitantes de Bella Flor son resilientes. Fueron desalojados durante el gobierno de Álvaro Colom, que se ofrecía como socialdemócrata. Después de un tiempo dispersos, en lugares en donde no podían sembrar, y desempleados, volvieron a ocupar el sitio porque «no tenemos a dónde más ir», dicen.

Viven en casas hechas con palos de madera atados con lazo y techos de nylon o lámina.  Las construcciones son informales, livianas, por si algún día tienen que salir por la fuerza. Cuando los expulsaron, los policías y soldados destruyeron las casas y las cosechas. Los que se opusieron terminaron presos.

Un desalojo es el peor escenario, uno que no quieren ni pensar pero que inevitablemente deben contemplar.

Están fuera de la mira de las autoridades debido a su situación irregular. A ellos no llegó ni una bolsa de apoyo alimentario. Tuvieron que superar en soledad las consecuencias de las tormentas.

Olivia teje güipiles con hilos de colores fuertes, y tiene crianza de pollos, chuntos (pavos) y cerdos. Este trabajo es adicional a las labores que realiza en casa, y le permite hacer una contribución económica para el sustento familiar.

Los animales que tiene ahora no son los mismos que cuidaba en noviembre. Aquellos murieron afectados porque el nylon no soportó los aguaceros, luego tuvieron que vivir varios días entre el agua, con un clima parecido al de un sauna.

Los tres hijos y dos hijas de la pareja, también contribuyen con el trabajo en la casa. Una de sus hijas ya formó su propia familia y pronto los dejará porque aceptó trasladarse a una finca que el Estado les gestionó en otro municipio de Alta Verapaz.

Mientras, Manuel y Olivia sueñan en conseguir la titularidad de la tierra en la que trabajan. El Estado camina a paso lento para darles una respuesta. Los líderes del grupo de familias han tratado de averiguar a quién pertenece la finca, porque quieren dialogar, pero nadie les da respuesta.

«Queremos comprar», afirman, pero la Comisión Presidencial por la Paz y los Derechos Humanos (Copadeh), que sustituyó a la Secretaría de Asuntos Agrarios (SAA), todavía no toca ni uno de los 1,323 casos de disputas de tierras que le asignaron. De estos, 113 están en el área del Polochic.

A un año de la creación de la Copadeh, todo está atascado en la burocracia. La institución no ha recibido formalmente los archivos y tampoco tiene sede para atender las consultas de la región.

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Tierras cubiertas de arena

En Panzós hay 25 comunidades a las que el Polochic les quitó su capacidad productiva. Después de las tormentas y el desborde del río, las tierras fértiles quedaron arenosas. «Azolvadas» es el término correcto, explica Julio Juárez, técnico de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Juárez tiene en su galería de fotos una imagen de espanto. En la comunidad Xucup, de Telemán, aldea de Panzos, los maizales que el río ahogó, siguen de pie, pero la tierra luce desértica.

Las familias afectadas subsisten con alimentos donados. La situación que viven es crítica, porque antes ya estaban mal y solo producían para subsistir y ahora están en peores condiciones porque no pueden sembrar.

La esperanza de estas familias es un proyecto que inició en febrero y que impulsan la FAO y el Instituto Interamericano de Cooperación Agrícola (IICA) con el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA). Les han ofrecido asistencia técnica, un aporte de mil quetzales e insumos. El beneficio es para 2,792 familias, 1,520 son de Panzós y las demás están en El Estor, Los Amates y Morales Izabal. Los cuatro municipios fueron electos para este proyecto por ser los más afectados por las tormentas Eta e Iota.



A los damnificados de Panzós les darán semillas de maíz, frijol que, se espera, puedan cosechar en octubre. Evalúan si es posible darles yuca y camote, para apoyarlos con otros beneficios nutricionales. El dinero les permitirá arrendar tierra para volver a producir y tendrán acceso a gallinas ponedoras.

Si esta iniciativa tiene éxito, si funciona para estas familias, podrán extenderlo a 105,000 más en 10 departamentos. Parece atractivo, pero tiene varias dificultades.

Dependerá de aportes estatales que, según el MAGA, deben ser gestionados por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides). Además, presenta la terrible dificultad de que es lento. A siete meses de las tormentas, las comunidades solo han recibido capacitaciones.

¿Por qué ha demorado la entrega de los beneficios (aporte monetario e insumos agrícolas y pecuarios)?

Adonay Cajas, asesor del MAGA, expone que se trata de la burocracia propia de este tipo de apoyos externos.

•    «A finales de mayo y principios de junio terminamos de hacer la tabulación (de datos de beneficiarios). También hicimos una validación de datos ante el Renap (Registro Nacional de las Personas), para evitar que se nos pase alguna persona fallecida, y ahorita estamos en la coordinación logística para hacer los pagos. La meta es iniciar a finales de este mes».

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¿Qué es lo que complicó el proceso?

•    «Hubo que aprobar adendas (adiciones al contrato)… No solo es la parte operativa y salir a campo, sino que tenemos que garantizar la coordinación, que quede establecida cuál va a ser la función de cada parte que se involucra, y este es un tema que en paralelo también fue caminando pero no como esperábamos».

Aunque se pidió conocer el informe en donde aparece la evaluación de las familias y el impacto en los cultivos, Cajas dijo que no lo han concluido.

Mientras tanto, el invierno pega con fuerza. Las lluvias mojan las parcelas inservibles. ¿Volverán a ser productivas esas tierras?  

Los vigilantes del río

Romalda Col de Ichic, de 37 años, tiene una tienda frente al río Polochic. Vende bebidas frías en bolsa, algunas botellas de gaseosas y ricitos. Desde su puesto de madera logra ver toda la actividad que hay en ambos lados del río.

Camiones cargados de productos de consumo básico, de gaseosas, de agua purificada, galletas y «chucherías» como los que vende en su puesto, cruzan el afluente a través de una plataforma de hierro. El viaje demora menos de 10 minutos y cuesta 10 quetzales. Los tuc tuc llevan a pasajeros hasta los bordes del río y ahí están los potenciales clientes de Romalda.

Es temporada de lluvias y después de un breve aguacero se alborota el calor. Ella ya no se inmuta, parece que no le afecta. Ni su negocio ni su casa, construidos con madera y lámina a unos pasos del río están seguros.

En noviembre el río se desbordó y a ella no le quedó más que dejarlos. Junto a sus hijos salió de emergencia para refugiarse en una escuela en la zona urbana de Panzós. Si vuelve a ocurrir está preparada para huir.

No tiene muchas pertenencias y no ha podido recuperar lo que perdió el año pasado. En su terreno tampoco puede sembrar. Antes producía plátanos, maíz y frijol, pero la tierra ya no funciona. Los agricultores dejan sin uso los terrenos que están cerca del Polochic porque saben el riesgo que corren los cultivos.

«A veces los hijos quieren una fruta, pero por las inundaciones la tierra queda como arena», dice Romalda. Acostumbra venir por temporadas, y se retira cuando las aguas color café del Polochic empiezan a subir de nivel. Mientras habla en su natal q´eqchi´, algunos de sus hijos merodean curiosos. Unas ronchitas les cubren el rostro, pero ellos sonríen.

Erick Samuel Cuc Cac, de 45 años, lleva nueve años como el encargado del «ferry», si es que así se le puede llamar a esta plataforma de metal. Cuando Eta e Iota azotaron el país, fue el único que se atrevía a subir a la estructura. No había carros o personas para trasladar, pero era su responsabilidad evitar que el río la llevara.

Su trabajo era mantener activa la estructura, cuidarla, moverla de un lado para el otro «porque si no, la creciente hace que se junte la basura y se rompa el cable».

Erick también es el representante legal de la comunidad Corazón de Maíz, una finca que colinda con Bella Flor. Ahí viven 35 familias y por tener el título de la propiedad tienen acceso a energía eléctrica.

Las tormentas los afectaron, pero dice que no tiene mucho de qué lamentarse. «Perdí la tercera cosecha del año, pero antes saqué dos buenas, por eso me conformo. Ahorita esa milpa doblada el aire la botó, pero nosotros también la doblamos para que si llueve mucho no le entre mucho el agua», cuenta.

Si la lluvia los afecta tienen que improvisar alguna alternativa para que no los perjudique tanto. Erick es capaz de pronosticar el comportamiento del río. Su técnica es sencilla. Cuando el río está muy tranquilo hay que preocuparse.

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En cambio, si llueve con frecuencia en las partes altas, el afluente crecerá rápido y el agua fluirá sin afectarlos mucho. Eso le permite respirar tranquilo porque el río ha tenido buena actividad en lo que va de este invierno.

El año pasado, en las vísperas de las tormentas, el río estuvo muy tranquilo. «En las noticias dijeron que se venía la tormenta y aquí se llenó todo en segundos», recuerda.

 

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