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Siempre he podido escribir más de los otros que de mí misma

No sabía a lo que me enfrentaba al criar a mis hijos sola, sin embargo, no puedo quejarme.
Soy asesora de imagen porque quiero que las mujeres rompan estereotipos, con la edad, con su figura, con lo que impone la sociedad.
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Siempre he podido escribir más de los otros que de mí misma

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“… nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos…”, escribió Virginia Woolf, en 1929, en “Una habitación propia”, el ensayo en el que plantea la necesidad de que las mujeres tengan un espacio propio para crear, para hacer que se escuche su voz. En esta serie, Plaza Pública reanuda la pregunta: ¿Cómo construyen su habitación propia las mujeres guatemaltecas? Aquí responde la periodista y asesora de imagen Haydeé Archila

Siempre he podido escribir mejor de los demás que de mí misma. No sé por qué. Quizá son gajes del oficio de periodista, ese que elegí o que me eligió, nunca lo sabré a ciencia cierta.

Cuando recuerdo cómo comencé a escribir, me remonto a mis 8 ó 10 años, cuando vivía en mi natal Cobán. Allá crecí en el seno de un matriarcado dominado por mi abuela Elisa (o mamaíta como le decíamos) y Delia, mi mamá. A mi mamá y a mis hermanas nos dejó mi papá cuando yo tenía apenas año y medio.

Crecí rodeada por mujeres –excepto por mi abuelo (papaíto), quien trabajaba en Raxuhá por largas temporadas y a quien veía de cuando en cuando– con la mentalidad de que una mujer puede hacer todo lo que se proponga.

Desde pequeña traía esto de escribir. Desahogaba mis pensamientos y emociones en diarios.  Incluso redacté un primer escrito llamado “Niñez sufrida”. Ahora me da risa ese título porque era como una especie de Cenicienta cobanera. Así me sentía entonces, no sufrida en el contexto real de la palabra, sino más bien diferente, ajena a mi entorno.

Simone Dalmasso

Soy católica, estudié en un colegio de monjas españolas y solo para mujeres llamado La Inmaculada, donde me gradué como maestra de primaria. Aunque agradezco que me educaran con valores, también me inculcaron muchas culpas, algunas que, hasta la fecha, me persiguen como plagas. Hubo un tiempo, mientras estudiaba, que deseé ser santa, pero desistí cuando me enteré de que una santa no se podía casar o tener hijos.  

Cuando se es de un pueblo, una crece con más libertad. Al menos, en aquel entonces, solía caminar todo el tiempo para ir por mi mamá a su trabajo o simplemente, salir con mis amigas para ir a los “repasos”, practicar natación o vóleibol. Crecí libre, sin restricciones y sin celulares.

Tuve una infancia linda. Desde entonces, además de coleccionar revistas para adolescentes como Tú o Eres, descubrí otra de mis pasiones: la moda, aunque en casa a nadie le interesaba eso. Una tía política era quien me remodelaba los pantalones para darles mi toque personal. Ya cuando pude, yo misma rediseñaba mis prendas en la máquina de coser de mi abuelita o lo hacía a mano.  MTV o Disney eran las plataformas para mantenerme actualizada en aquel pueblo donde ser fashion era lo que menos importaba.

De niña nunca me sentí bonita, pero sí diferente, incluso rara. Había días en que podía ser la más amiguera en el colegio, en otros simplemente desaparecía en la biblioteca para engullir los libros de las monjas. Otros, no hablaba con nadie. Así de contrastante era. A las maestras y superioras les daba mucho trabajo porque me aburrían las clases. Para que pusiera atención me sentaban en el escritorio de enfrente. De hecho, esa fue una de las razones por las cuales nunca llevé una bandera, porque argumentaban que tenía “mala conducta”; tampoco me importó demasiado eso de los honores.

Simone Dalmasso

Siempre supe que tenía que salir de Cobán. Algunos en mi familia pensaron que no lo lograría porque soy la menor de tres hermanas y la consentida de mi mamá; no cocinaba ni sabía hacer “oficio”, así que las probabilidades de sobrevivencia en la “gran ciudad” eran nulas. Contra todo pronóstico, aquí estoy todavía.

En la ciudad

Mi sueño era estudiar en la Universidad Rafael Landívar. Sin embargo, las posibilidades económicas no eran favorables. No recuerdo como, pero averigüé sobre el crédito educativo que ofrecían e hice todas las gestiones. Cuando le notifiqué a mi madre, ya me habían aprobado para formar parte de su programa. Feliz, empaqué mis cosas, un catre viejo (cuyo colchón se despenicaba), y una madrugada partí hacia la capital para estudiar Ciencias de la Comunicación. Nunca me arrepentí de haber tomado esa decisión, nunca di vuelta atrás. Pero eso sí, tampoco nunca pensé que ser de pueblo era tan estigmatizante en la ciudad.

En la universidad no tuve suerte para conseguir amigas. Quizá porque ya se conocían de colegios anteriores o no sé muy bien por qué. Casi todas tenían carro, computadora y celular, mientras que yo debía trabajar tiempo completo, transportarme en bus urbano de la oficina a la U, estaba en desventaja en comparación con ellas. Nunca llegué puntual a las clases, me costaba realizar las tareas porque no tenía “compu”. Ignoro hasta la fecha la razón para no caerles bien, nunca lo supe y nunca me lo dijeron. Recuerdo que una vez teníamos que viajar a Cobán para una investigación. Quedaron en que pasarían por mi a las 5 de la mañana en una parada de bus en la salida al Atlántico. Tomé un taxi desde la zona 5, que era donde vivía, llegué a las 5 y 05 a.m. La dueña del carro no me quiso esperar, me dejó tirada y sola en aquella parada de bus. Me aterré. El señor del taxi, buena persona, me llevó hasta la zona 1 para tomar un bus y cumplir con la asignación; cuando las vi ni siquiera se disculparon. En muchas ocasiones, le pedía a las licenciadas que me dejaran terminar por mi cuenta las tareas y accedían. Fue una etapa dura, la cual agradecí que finalizara.

No imaginé la jungla que podía ser la metrópoli, donde hasta la fecha conocí lo mejor y lo peor de las personas.

Simone Dalmasso

Modelaje y anorexia

En un principio mi mamá me dio soporte económico, pero tuve que buscar la manera de ganarme la vida para estudiar, pagar la renta de un apartamentito, comer y vestirme. Hice de todo: desde recepcionista o secretaria de un director ejecutivo evangélico; encuestadora en los supermercados para determinar cuál jamón era el mejor. También laboré pasando encuestas en los mercados, en el guarda, la palmita o el central. Me pagaban Q1 por encuesta y con eso logré comprarme mi cama. En una ocasión ¡tomé cursos para vender nichos en un cementerio!, pero renuncié cuando comencé a soñar con muertos.

Fue mi trabajo como modelo lo que me ayudó a generar ingresos más estables en esa etapa. Quizá mi estatura (mido 1.73), ser delgada y la facilidad para relacionarme con la gente ayudó para que me contrataran junto a las reinas de belleza y top models de Guatemala, donde lo único que tenía que hacer era sonreír o modelar la ropa. Aunque ganaba bien, comenzó a afectar mi salud.

Dejé de alimentarme porque en una ocasión en la que nos estaban conociendo para darnos la ropa que usaríamos en una entrega de premios, la encargada pasaba de una en una halagándola porque se veían delgadas. A mí me miró con desdén de pies a cabeza, expresó enfrente de todas, que no tenía idea de lo que podría quedarme bien. Me afectó de tal manera que comencé a rechazar la comida. Anorexia quizá. Recuerdo que dejé de desayunar y de cenar, solo almorzaba, ¡y un bocado de pollo! Nada me apetecía y relacionaba la comida con gordura y fealdad. Quería encajar en ese molde de perfección para que la siguiente vez no me rechazaran por mi cuerpo. Mi mamá vino de Cobán a visitarme, como si presintiera que necesitaba su ayuda. Me encontró extremadamente delgada, con la tez amarilla y ojeras. Inmediatamente buscamos el apoyo de un psicólogo. Me sentenció a que, si no salía de eso, me regresaría a Cobán. Con fuerza de voluntad, luché por comer de nuevo y lo logré. No fue fácil, por eso ahora hago ejercicio, como sano y ya no he vuelto a padecer algo similar.

El mundo del modelaje me dio para sobrevivir, pero me plantee que, además de dañarme a nivel emocional, si no aplicaba para un trabajo serio se me pasaría la oportunidad de adquirir experiencia como periodista. Me animé a hablar con Silvio Gramajo, director de la carrera de Comunicación en ese entonces, y le pedí que me refiriera en algún periódico. Me contó sobre una plaza en Siglo XXI, en la sección de Cultura. Llegué, hablé con la editora -aunque no sabía mucho del tema- le ofrecí mis servicios gratuitos durante dos semanas: si funcionaba, me quedaría con el empleo y si no, me iría con las manos vacías. Me arriesgué y obtuve el trabajo. Fue el primer escalón a mis siguientes empleos en elPeriódico, Canal Antigua, Revista Contrapoder y una gran cantidad de revistas independientes. Quizá Silvio no me recuerde, pero ese hecho cambió mi destino.

Simone Dalmasso

Familia

Al mismo tiempo que obtuve mi primer empleo quedé embarazada. Me asusté demasiado ante la posibilidad de ser madre soltera, porque en ese momento no sabía que yo podía salir adelante sola. Me casé por lo civil y me divorcié cuatro años después. De esa unión nacieron Valeria y Santiago, mis hijos, mis motores, la razón de mi vida y mis esfuerzos.  

De nuevo, como cuando conocí la ciudad por primera vez, descubrí lo difícil y estigmatizado que es ser madre soltera. Hubo proposiciones indecorosas por parte de jefes o conocidos, las que amablemente rechacé. Reconozco que muchos hombres, y la cultura machista en la que vivimos, creen que una madre soltera está necesitada de un hombre, que necesita sexo y atenciones. Pero esto no es así, ser madre soltera no significa estar necesitada.

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No sabía a lo que me enfrentaba al criar a mis hijos sola, sin embargo, no puedo quejarme, tanto los abuelos paternos como mi madre han sido de gran ayuda las veces que me ha tocado viajar o trabajar lejos de casa.   

Luego de unos años vino una prueba más: a mi hijo Santiago, de 11 años entonces, le diagnosticaron diabetes tipo 1. No sabía que era la diabetes y ni porqué mi hijo tan pequeño la tenía. Estuvo cinco días en el intensivo, debatiéndose entre la vida y la muerte. Se recuperó. Tuve que aprender todo sobre ese padecimiento para apoyarlo en su recuperación. Ya tiene 15 años, con idas y venidas al hospital, enfrentándonos a lo caro que es su tratamiento, el cual es permanente. También, como con otras condiciones, existe mucha ignorancia al respecto. Cada vez que me preguntan, les hablo y les explico que no tiene que ver con sobrepeso, un 20 por ciento es heredado y muchos de nosotros somos propensos a padecerla alguna vez.

Amor

Solo me he enamorado una vez. Pero para saber que era amor, pasé por un proceso de fuego. Este comenzó cuando recién me divorcié. Estaba vulnerable y conocí a un músico. No era guapo, pero a mí me gustaba. Salimos por dos años y medio. Fue una relación tan mala que aprendí todo lo que no quería en un hombre. Recuerdo que de lunes a jueves me hablaba; los viernes, sábados y domingos, se desaparecía. Pese a ello, no lo podía dejar, se había convertido en una relación enfermiza, de codependencia, hasta que toqué fondo. Él, que era un don Juan, embarazó a una chica y se casó con ella. Gracias a Dios por eso pude dejarlo.  Después de esa experiencia, decidí estar sola para curarme. Comencé a leer libros de auto ayuda, fui a terapia donde comprendí cómo la ausencia de mi padre, influyó para entablar relaciones con personas equivocadas.

Después de esa experiencia, sané. Fue en esa etapa que llegó, lo que considero hasta el momento, el amor de mi vida. Siempre digo que, si me toca morir mañana, lo haré en paz porque he hecho todo lo que he querido, pero principalmente, porque he conocido el amor. Fue en un evento de moda en el que un alemán se atravesó en mi camino, cruzamos un par de miradas, conversamos, me dio su mano y durante cuatro años fuimos novios. Así sin más.

Simone Dalmasso

Con él aprendí lo que es una relación buena, amorosa, de respeto. Llegó al país para trabajar en la embajada de Alemania y por esa misma razón se fue. Al separarnos, la relación se enfrió, por lo que terminamos. No voy a negar que me dolió mucho, pero sé que estuvo en mi vida para enseñarme lo que debe ser un noviazgo estable y de confianza. Actualmente somos amigos. Un tanto en broma un tanto en serio, digo que siempre lo llevaré en mí corazón.

Cuando terminamos, me sentí triste; fueron meses duros. Tomé ese dolor y lo convertí en un blog de estilo de vida y moda, con la ayuda de mi buena amiga Mercedes Azurdia. Cree el espacio para fusionar mis dos pasiones: escribir y modelar. No quería ser una más, quería que lo que escribiera tuviera sentido para otras mujeres, por lo que decidí estudiar Asesoría de Imagen y Personal Shopper en la UNIS. Puedo decir con certeza que ese blog transformó mi vida, me brindó nuevas oportunidades de trabajo y pude crear una nueva versión de mí.

Soy asesora de imagen porque quiero que las mujeres rompan estereotipos, con la edad, con su figura, con lo que impone la sociedad. Deseo ayudarlas a que salgan del cuadro y fortalezcan su interior.

No creo en la edad, para mí solo es una forma más de encasillar a las personas, de mandarlas a un baúl y segmentarlas. No soy un número frío e inerte; yo me transformo cada día. Llevo una vida sana, sin alcohol o tabaco. No tomo café o ingiero carne roja. Han pasado los años (aunque no veo el tiempo como los demás) y sigo tan inquieta como aquella niña extrovertida en el colegio de monjas, que continúa soñando como cuando dejó su natal Cobán.

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