Nos ha recordado que estamos padeciendo una época donde la verdad no importa, tampoco la ciencia, la capacidad, el conocimiento, la moral, la veracidad. Donde todo es relativo. Donde los valores elementales como la dignidad, la justicia, la solidaridad y la tolerancia, son pisoteados. Una época donde la verdad se forja en los círculos de negocios políticos, donde un día se puede ser de un color y a los pocos de otro, siguiendo al mejor postor, al que ofrece mejores dividendos.
Estamos en la época en la cual los candidatos no desean ganar para servir sino que necesitan ganar para salir de aprietos. La época donde todo es negociable, donde la norma es comprar voluntades, donde los contendientes construyen festividades hipócritas para engañar de manera más certera.
La época donde se mira al votante como un sujeto miserable que puede ser engañado, un sujeto hambriento que puede ser acarreado, cuyo precio es un almuerzo, una lámina, la promesa de un saco de cemento, de un quintal de fertilizante, de un salario más. La época donde este sujeto no merece un debate de altura, no merece el intento de exprimir el cerebro para ofrecer una solución estructural, inteligente, de largo plazo, de rescate de la dignidad humana perdida y de revalorización de los derechos fundamentales del ciudadano.
La época en la cual los candidatos, en sus círculos más íntimos, que al final ya no son tan íntimos, negocian con lo que no es suyo para afianzarse del poder y hacen pactos políticos alrededor de la idea de regalar una tortilla para erradicar la desnutrición, de compartir la administración de un megaproyecto, de obtener un negocio jugoso, de un Ministerio, de inmunidad y otras tantas dádivas.
La época en la cual, luego de ser pillados en sus negras intenciones, los políticos llaman “eco histéricos” a los que tienen el valor de denunciar las calamidades ambientales que impulsan. La época en la cual se descalifican propuestas y acciones que buscan romper el statu quo, calificándolas de “ideológicas”.
Necesitamos que alguien mire a las personas como personas no como limosneros y al país como país no como una selva donde el depredador más poderoso se impone con el terror que emana de sus garras y sus colmillos. Necesitamos que los medios de comunicación dejen de ser tan complacientes con los corruptos, permitiendo que se presenten en sus programas disfrazados de mansas palomas para emitir falsos discursos de compromiso con Guatemala. Necesitamos que se deje de machacar y reciclar análisis de la realidad y pasar a la acción bajo el liderazgo de los mejores; necesitamos modificar radicalmente las instituciones políticas para recuperar su credibilidad, atraer a los mejores y expulsar a los corruptos; necesitamos recuperar la capacidad de sorprendernos frente a los crímenes sanguinarios que se vuelven más cotidianos; necesitamos dejar de escondernos, de tener presos a nuestros hijos, de tener la posibilidad de vivir más seguros solo si se puede pagar. Necesitamos dejar de ver con normalidad que nuestros paisanos puedan estudiar, comer o recibir asistencia médica solo si los demás van a comprar un “BigMac”.
Necesitamos empezar a humanizarnos, a pensar en la persona. Si los que están ahora tratando de vendernos esperanza, no saben cómo hacerlo y no tienen credibilidad, únicamente deberán ser merecedores de la anulación del voto y con eso les diremos que no somos más parte del juego, aunque ellos así lo crean.
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