Ir

Quince minutos, eternos, en taxi

La PNC registra que en 2010 se cometieron 15,706 delitos contra el patrimonio, 17,188 en 2011, 17,767 en 2012 y 17,274 en 2013. No obstante, el MP registra en sus informes anuales que en 2010 se tienen 56,299 denuncias de robos y 48,620 en 2011, es decir, un aumento de 259 y 183 por ciento sobre las cifras presentadas por la PNC.
“Yo no me llamo Carlos, este taxi no existe y no existe el número de teléfono que te di”.
Ilustración de Nora Pérez
Tipo de Nota: 
Información

Quince minutos, eternos, en taxi

Historia completa Temas clave

El taxista le pregunta: “¿Sabes de qué trabajo? Ahorita vas a ver”. Así comenzaron los 15 minutos eternos de K.

K es un estudiante con pensum cerrado de una carrera universitaria y trabajador de un proyecto que le pone en contacto con una población vulnerable. Pese a las duras condiciones de vida de dicha población, a K le encanta su trabajo, que es ayudar a prevenir enfermedades.

Un viernes fue a realizar un trámite a la universidad y, de paso, a reunirse con su hermano y varios amigos para beber unas cervezas.

Como en toda reunión social se habló de distintos temas: de los problemas con las novias, de los políticos payasos que hay en el país, etcétera. Después de tomar unas tres cervezas, K vio que ya era hora de irse. Salió a la calle y le preguntó a un taxista cuánto le cobraba para ir a donde vive. No se decidió. El taxista, amablemente, le dio su número y le dijo que lo llamara cuando ya se fuera ir.

Los amigos le dijeron: “no te vayas con él. Tomá, este es el número de un taxista de confianza. Esperá y te vas con él”. Pero K ya tenía el número del otro taxista y al cabo de un rato lo llamó. A los pocos minutos apareció y K subió al taxi.

Se sentó a la par del conductor y empezó a platicar. K es así, sociable y comunicativo. En su trabajo saluda a medio mundo con un abrazo y se lleva bien con todos. El taxista le dijo que se llamaba Carlos.

Mientras conversaban, K sentía cierta incomodidad que no pudo formular claramente. A la altura de un centro comercial en el periférico, el taxista recibió una llamada: “Sí, ahorita voy para San Juan. Llámeme dentro de un rato. Sí, yo voy para allá. Nos vemos”. Otro viaje, seguro.

Antes de llegar a su destino, vieron un retén de la policía. Carlos dijo: “Ojalá que estos no nos paren”. K empezó a sentir que el viaje se estaba volviendo extraño, pero no dijo nada. Muy pocos indicios y muy vagos. Podría ser que el taxista no tuviera los papeles en orden o que tuviera algunas multas atrasadas y esa fuera su preocupación.

Claro que ya lo habían asaltado (¿a quién no en esta ciudad?), pero nunca le había pasado nada en taxi. Hasta ese viernes.

Le indicó al taxista que podía cruzar en determinado lugar, pero el taxista le dijo que no, que mejor más adelante. Pasaron unos túmulos muy lentamente. K pensó: “De plano tiene muy malos los shocks”. En ese momento vio que un vehículo se les había pegado y que había cruzado por el mismo lugar en que Carlos dobló. K le dijo: “¿Ya viste que un carro se nos pegó atrás?”

Fue entonces cuando le dijo: “¿Sabes de qué trabajo? Ahorita vas a ver”. “Pero Carlos…”. Y entonces el taxista le contestó: “Yo no me llamo Carlos, este taxi no existe y no existe el número de teléfono que te di”.

En ese momento K sintió que le golpearon la cabeza con un objeto pesado. Ahora supone que era la cacha de una pistola de un tipo que se subió a la parte de atrás del taxi. Seguro que lo hicieron para amedrentarlo, porque no había puesto resistencia. No le dieron tiempo.

Le pidieron su celular, sus lentes, su billetera. No le pidieron el reloj que llevaba porque lo mantuvo bajo un suéter, fuera de su mirada. Le pidieron que desbloqueara su celular ―alcanzó a ver la hora: 11:50― y le preguntaron insistentemente cuánto tenía en su cuenta de banco y por el PIN de su tarjeta. Les repitió las cifras varias veces, todas las que le preguntaron.

Empezaron a moverse por diversos lugares. Lo primero que pensó fue: “Niños, trasplante de órganos”. Empezó a pensar muchas cosas.

Sin embargo, al cabo de unos minutos que se le hicieron eternos lo dejaron cerca de una gasolinera. Le dijeron que caminara recto, que iban los dos vehículos y una motocicleta. Que no se acercara a la gasolinera porque si no el de la moto lo iba a matar y que no dijera nada.

Temblando, se bajó del taxi de Carlos, del Carlos que no se llamaba así, que no tenía número de celular y que tampoco tenía un taxi con el que transportaba y asaltaba a las personas.

Eran las 12:05 como pudo ver en su reloj.

Esperó a que se fueran los dos vehículos y que no viniera ninguna moto y se acercó a la gasolinera. Le habló a un joven que estaba allí y le pidió que le diera una llamada para avisar a su hermano. El joven no sólo le dio la llamada, amable e inesperadamente, se ofreció a llevarlo a su casa: dentro de todo, hay personas buenas. 

***

Las estadísticas de las distintas instituciones del sistema de seguridad y justicia son deficientes. Las causas de esta deficiencia son diversas. La misma naturaleza de los hechos de violencia hace que en ningún país del mundo las estadísticas coincidan con los hechos.

El problema es que en ciertas condiciones, como las que existen en Guatemala, hay razones que acentúan la no denuncia: la creencia que las autoridades son cómplices o son ineficientes, así como el miedo a las represalias o la sensación de inutilidad, no se arregla nada con ir a denunciar.

Hasta donde se puede comparar, las denuncias de robo presentadas al MP son mucho más grandes que las presentadas a la PNC.

La PNC registra que en 2010 se cometieron 15,706 delitos contra el patrimonio, 17,188 en 2011, 17,767 en 2012 y 17,274 en 2013. No obstante, el MP registra en sus informes anuales que en 2010 se tienen 56,299 denuncias de robos y 48,620 en 2011, es decir, un aumento de 259 y 183 por ciento sobre las cifras presentadas por la PNC.

Pero es seguro que el MP tampoco tiene un registro adecuado. Estudios de victimización del Programa de Naciones Unidas Para el Desarrollo (PNUD) y de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) señalan consistentemente que hay más hechos de violencia que no se denuncian que los que se presentan a las autoridades. A las abultadas cifras del MP habría que añadirles una cantidad mayor de hechos.

Muchos hechos parecidos al que sufrió K no llegan a ninguna institución y no entran a formar parte de las abultadas estadísticas.

***

Quien piense que el episodio acabó cuando K entró a su casa se equivoca. En el momento del asalto y de estar indefenso a merced de varios asaltantes lo que se sintió fue un miedo intenso. Miedo por la posibilidad de morir o de que lo lastimaran. De desaparecer. Pero también sintió rabia, cólera, impotencia.

Al llegar a la casa, el encuentro con los padres, ambos tienen problemas de salud y K tenía la preocupación de no asustarlos. Sin embargo, el apoyo de la familia es insustituible. Con ellos se puede llorar.

Posteriormente, el recuento de los daños. Afortunadamente sólo fue lo material, pero también los documentos. Con perdón del lector, pero, ¿por qué putas se llevan los documentos? Tanta vuelta que hay que dar: DPI, licencia de conducir. El cheque. ¡También el cheque del trabajo!

K llamó inmediatamente a otro amigo para pedir el teléfono del jefe. En la mañana del sábado lo llama y llama al contador de su trabajo. Éste le tranquiliza y le dice que cancelará inmediatamente el cheque y que no perderá su salario. Una preocupación menos. Ahora a denunciar. ¡Por lo menos cumplirá con su deber de ciudadano de denunciar! Y, además, evitará que su teléfono sea usado! No les dará ese gusto a los ladrones. 

*** 

El informe más reciente del PNUD declaró que la aplicación de “mano dura” no ha funcionado en los países que se ha implementado y que, contrariamente, puede provocar el aumento de la violencia. Entre otros ejemplos, meter a los jóvenes a las cárceles no elimina el delito. Es una medida que especializa a los jóvenes en delitos más graves.

Este informe hizo que el gobierno guatemalteco aclarara que la mano dura era un eslogan de campaña para referirse a la aplicación de la ley. Una ligera imprecisión semántica.

Por otra parte, se muestra que en América Latina, la principal preocupación de seguridad no son los homicidios, pese a lo trágico que resultan, sino los robos hechos a los ciudadanos de a pie: se producen mucho más y afectan directamente a más personas. Dice el resumen ejecutivo:

“El robo se ha convertido en una de las amenazas que más afectan a los ciudadanos: uno de cada cinco reporta haber sufrido algún tipo de robo en el último año (LAPOP-PNUD 2012). Lo anterior ayuda a explicar por qué, para los latinoamericanos, el delito común es considerado, en la mayoría de los países del estudio, como la amenaza principal, incluso por encima de la delincuencia organizada y de las pandillas criminales”.

Si bien hay algunos robos que resultan “más suaves” que el sufrido por K[1], en innumerables casos hay insultos, gritos, lesiones y amenazas que atemorizan en aquellos que los sufren. 

***

Ese mismo sábado en la mañana, K va a las oficinas del MP. Es temprano y solo encuentra ocho personas antes que él. Pensó: “Voy a salir rápido”. Se equivocó. Tardó tres horas y media en poner la denuncia. Sólo había una persona para atenderlos.

Sin embargo, en el ínterin, también se da cuenta de la suerte que tuvo de que su asalto no pasó a más. Durante la espera, escuchó de un señor que también fue asaltado en un taxi. Sin embargo, la cosa no sólo quedó en asalto. Según le dicen, al señor lo adormecieron con alguna sustancia y lo dejaron tirado. Aunque no pudiera moverse y estuviera medio inconsciente, sintió que lo penetraban. Además, en una muestra de sadismo, le regaron con algún tipo de ácido en las nalgas y la cintura, sufriendo quemaduras.

¿Será consuelo escuchar esto? Probablemente sí, por comparación. Pero no deja de causar cierto estremecimiento el escucharlo.

Ya cuando lo atienden entra a un universo kafkiano. Primero, “Mire, yo tengo, el nombre y el teléfono del taxista”. Respuesta: “Sí, pero mire, fíjese que eso no ayuda mucho. Tendría que ir a la policía y poner la denuncia. Y luego ver si lo atrapan, pero ya el riesgo es suyo”. Descartado.

Segundo: “Mire, yo quiero bloquear mi teléfono, sé que con la nueva ley se puede hacer”. Respuesta: “Esos son cuentos, eso dicen las telefónicas para que ya no molesten, pero en realidad no hacen nada. Sino mire, desde que entró la nueva ley y las denuncias de robo a celulares no han bajado”.

Termina la denuncia solo para que pueda recuperar sus documentos y hacer los largos trámites que sabe que le esperan. 

***

Recientemente Lily Muñoz, de INTRAPAZ, señalaba varias características de los estudios sobre violencia política, violencia común, violencia de género y violencia intrafamiliar que se realizan en Guatemala.

Entre otros aspectos, evidenciaba que, al parecer, violencia política después del conflicto armado interno no existe en el país. Los desalojos, enfrentamientos entre pobladores o comunidades, son hechos que simplemente no se hallan en los trabajos académicos ni en la discusión pública, con alguna excepción.

Otro “hoyo” epistémico que mencionaba es que en los estudios de violencia común, se encuentran gráficos y estadísticas, pero es muy poco lo que se encuentra sobre aspectos centrales que ayudan a comprender las distintas manifestaciones de violencia: las relaciones de poder ―incluyendo el Estado como productor y reproductor de violencia―, así como las causas estructurales. Y si no se entiende esto ni se discute, las acciones y esfuerzos de prevención se quedarán muy cortos.

Estos son señalamientos muy duros que las instituciones que realizan este tipo de investigaciones deberían tomar muy en cuenta. 

***

El lunes, K cuenta en el trabajo lo que le pasó el fin de semana: el asalto, lo que sintió, la decepción de la denuncia. Varios amigos le consuelan diciendo que, afortunadamente, fue solo lo material, que no le sucedió nada a él ―nada físico, por supuesto―. Alguno intenta bromear sugiriendo que le den una “chilca”.

Sin embargo, las preguntas no dejan de presentársele: “¿Y si me hubieran hecho algo más?” “¿Y si hubiera estado con mi novia?” Seguramente rondarán en su cabeza durante un tiempo más.

Además, los maleantes se llevaron sus papeles y saben donde vive y donde trabaja. Se pregunta si los ladrones usarán esa información para vigilarlo o extorsionarlo. Por las dudas, la mamá le dice que vea bien alrededor a la hora de salir de casa. La novia le pide que no salga solo.

No. El asalto no se termina cuando finalizan esos 15 angustiosos minutos. 




[1] Un amigo me contó la siguiente anécdota: hace algunos años iban con su esposa en un bus. Se subieron algunos asaltantes y él les dio Q.30.00, diciendo que eran los de él y su esposa. El asaltante se contentó con la “cuota” que ofreció por los dos. 

Autor
Autor