Cuando Nicolás Sarkozy ofreció su discurso aceptando la derrota electoral, fueron necesarios únicamente dos minutos para comenzar a escuchar toda una apelación a la francesidad y a la defensa de la República. De más está decir que, acto seguido, se entonó La Marsellesa.
Ahora bien, para aquellos mexicanos que crecimos bajo los ideales republicanos españoles, Francia fue siempre, y ante todo, el modelo. Fue el idioma a estudiar para tener conversaciones privadas, Francia era el modelo de educación, de moda cultural, gastronómica pero, por encima de todo, la referencia de la Résistance como modelo de valores e ideales era la regla. En ese mundo de los cafés de españoles republicanos que estaban ubicados en el centro histórico de la ciudad de México (hasta que Slim modernizó el área y derribó los viejos entornos…), entonar La Marsellesa era entonar en forma paralela el himno de la Resistencia, de la democracia y de una república basada en la voluntad popular. Digamos, para efectos prácticos, que la escena sería más similar al café de la película Casa Blanca donde los oficiales nazis abandonan la sala cuando la muchedumbre entona el himno francés para mostrar su sentimiento de insubordinación.
Entonada La Marsellesa en boca de los fis papa seguidores de Sarkozy, el sentido es otro, aunque las letras sean las mismas. El himno se transforma en una apología de la Francia cristiana y blanca por no decir, neoconservadora, ´moderna´ y berlusconiana. Una República basada únicamente en el respeto a las reglas del juego.
Es simbólico que el punto de reunión de los partidarios de Hollande fuese Toulouse y la plaza principal estuviese llena de rosas rojas. No fue tampoco extraño –si siguió la transmisión en la televisión pública francesa– escuchar de lejos el canto del himno de la resistencia francesa. Sonó la versión de Ives Montand, y la versión de Jean Ferrat. Faltó solamente la canción de Leonard Cohen, ´Partisano´ para que la noche hubiese sido perfecta.
Fue un momento de respiro y esperanza. Porque el problema para España, para Italia, para Francia y Europa es que las políticas restrictivas, con el pacto de estabilidad y fiscal producen más desempleo, desigualdades y empobrecimiento, pues a los putos mercados les importa un bledo las condiciones básicas de bienestar de los trabajadores. ¿Cuánto más hay que abaratar el empleo y las condiciones mínimas para que los mercados financieros (dígase, especuladores y niños de papi con títulos de economía neoclásica) decidan dejar de levantarse cada mañana con depresión mientras el resto de los mortales entrega sus casas para pagar la mitad de las hipotecas? ¿Quién juzga a las instituciones financieras? ¿Y a la banca irresponsable? ¿Cuánto más hay que apretarse el cinturón? Y todo ello, ¿Esperando la buena voluntad de los héroes empresarios? (Que es cierto, no crean todas las burbujas especulativas pero tampoco se quejan de ellas…).
Ojalá, que con Hollande a la cabeza, haya un movimiento de reacción que pueda contagiar otros países, particularmente pensado en las elecciones alemanas del 2013. Si la clase política griega, –a diferencia de los antiguos griegos que resistieron la invasión de Oriente– no fue capaz de virilmente oponerse a las bestiales imposiciones de la Unión Europea y ha sacrificado el bienestar de su población, la victoria de Hollande puede abrir una posibilidad de poder articular un nuevo sentido de la resistance popular.
Hollande lo ha expresado muy claramente al afirmar que podrán darse todos los recortes presupuestales pensados al Estado Benefactor y, ni con eso, se pagará la deuda. Tampoco estarán los mercados satisfechos. Su lógica es mucho más cercana a la política sugerida por Krugman y tibiamente aplicada hasta ahora, en EEUU: Mantener un gasto elevado para atender la demanda agregada mientras los mercados despiertan (pero no sacrificar las garantías sociales ganadas a partir de la postguerra).
Ojalá con Hollande pueda darse una explosión de movimientos populares que permitan que la clase política pueda domar, domesticar a los mercados y no, viceversa. Difícil sí, pero no imposible. Si algo nos enseñó Francia fue el increíble poder de la resistencia popular cotidiana.
Decían los partisanos, "la flamme de la resistance française ne doit pas s'eteindre et ne s'eteindra pas".
Ojalá así sea.
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