La OIM advierte que tres millones de migrantes están varados en el mundo. Considerando que la mayor parte de la migración es irregular y no pasa registrándose por ninguna ventanilla, podemos asegurar que la cifra real es mucho mayor. En el año de la inmovilidad no solo se ha tratado de impedir el paso de fronteras, sino también el ir al trabajo, a la escuela o al mercado, con lo cual aumentó como nunca antes el control sobre las personas. El quédate en casa no ha sido solo para migrantes. El frenazo ha sido de golpe. Foucault tenía razón al hablar del «biopoder».
No sabemos si ese biopoder, usado de otra manera, habría disminuido la cifra de muertos que a día de hoy va por el millón y medio. La movilidad intenta ser controlada por los Gobiernos y las tecnologías de la comunicación, pero también por medio de la militarización global que hemos experimentado este año.
El que fue primer comisionado de López Obrador en el Instituto Nacional de Migración de México, Tonatiuh Guillén, ha escrito un artículo revelador del cambio de política migratoria que México realizó para obedecer a Trump: «Un paso adelante, tres atrás. La política migratoria en tiempos de AMLO y Trump». Este gran conocedor de la migración —fue presidente de El Colegio de la Frontera Norte— afirma: «La política migratoria de México se alineó de forma conveniente, lo que, sumado a los acuerdos de “tercer país seguro” que aceptaron los gobiernos de Guatemala, Honduras y El Salvador, estructura una entente antimigrante regional muy poderosa» [1]. Una de las claves es el cambio que a última hora se le hizo a la ley de creación de la Guardia Nacional para que tuviera funciones de control migratorio. Aun así Trump amenazó con aranceles. Y AMLO aceptó después extender los Protocolos de Protección a Migrantes a toda la frontera norte para recibir a todos los que Estados Unidos expulsara. México se convirtió en el muro de Trump, como ya han señalado muchos. Y parece que lo hace no solo por agradar a Trump, sino también por un militarismo político, como denuncian algunos. Hasta el defensor mexicano de los derechos humanos alerta por esta militarización de la autoridad migratoria. Una foto de un periodista chiapaneco, premiada entre las 100 mejores del mundo, es el símbolo de esta respuesta militar a la migración.
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La militarización es también cultural, pues se ha quedado en las palabras y los hábitos que ya vemos como normales, como el toque de queda, los hospitales de campaña o el estado de alarma: el lenguaje militar ya es cotidiano. En Guatemala, la cacería del migrante que Giammattei desató contra la caravana de migrantes de octubre, sin haberles impedido primero el ingreso en la frontera, buscaba una imagen de guerra contra ellos al decretar un estado de prevención en seis departamentos fronterizos. Lo peor es que se pidió a la población «denunciar» a los migrantes a través de un Protocolo de Alerta Temprana en Zonas Fronterizas. Esta militarización cultural es el peor balance que nos deja el año de la inmovilidad: balseros del Suchiate se niegan a transportar migrantes, un profesor mexicano recomienda llevar personas migrantes a campos de concentración y quemarlas, y agentes federales cazan migrantes por su color de piel y por su olor.
Sin embargo, la migración sigue siendo la única salida para los que lo han perdido todo. Los huracanes climáticos y los huracanes políticos siguen dejando a la intemperie a las personas más vulnerables, que no tienen nada que perder si se ponen en camino. Son los descartados que Francisco defiende. En las últimas décadas, los picos de emigración centroamericana coincidieron con los huracanes Mitch (1998) y Stan (2005). Las caravanas que se anuncian para las próximas semanas recogerán en su cauce a miles de descartados, motivados además por el fin de la era Trump. Aun en el caso de que Biden no cambie sustancialmente la política migratoria, el cambio de gobierno será un detonante. Esos ríos de gente llevan la certeza de que no hay tercer país seguro, ni cuarto, ni quinto…, porque si algo hemos aprendido en este 2020 es que vivimos en un mundo inseguro y que la única respuesta posible es cuidarnos en fraternidad, tal como nos lo propone el papa en su última encíclica. Un símbolo de esa fraternidad es la colaboración entre científicos migrantes de países tradicionalmente enemigos: Sahin y Türeci, matrimonio turco, y Albert Bourla, griego. Ellos lograron la primera vacuna contra el covid después de haberse vacunado contra la intolerancia y contra los muros del odio.
Esa es la esperanza para 2021: poner fin al distanciamiento, a los muros y al militarismo para poder crecer en libertad y fraternidad.
[1] Becerra, Ricardo, y Woldenberg, José (2020). Balance temprano. Desde la izquierda democrática. Grano de Sal. Pág. 126.
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