Había tanto que no podíamos explicar cuando comenzamos a observar nuestro entorno. Leíamos el cielo porque no había otra cosa, era el único referente para medir el tiempo y para orientarnos. Su predictibilidad era equivalente de calma. Las inexplicables alteraciones en la naturaleza nos trajeron temor y las convertimos en presagios. Poblamos el mundo de mensajeros de dicha o desgracia, de seres malignos que obraban a través de lo inexplicable y nos refugiamos en seres benignos que nos dieran protección.
Con conocimiento le hemos ido ganando terreno al miedo y vivimos más tranquilos. Dominamos el fuego. Aprendimos a prevenir y curar muchas enfermedades, a iluminar donde nuestros ojos no ven. Comprendemos los fenómenos celestes y los geológicos, sabemos cómo prevenir ciertos desastres, sabemos que hay fenómenos a los que, más que temor hay que tenerles respeto. Inventamos la ciencia: ya no tememos a lo desconocido, lo abrazamos. Dedicamos vidas enteras a descifrarlo y disfrutamos los beneficios.
El tercer episodio de Cosmos nos cuenta la historia de Halley, Newton y Hooke, por demás humana sin importar la brillantez de sus mentes: tres genios prolíficos, uno con corazón de oro, uno antisocial y el otro mezquino. Sabíamos, por Copérnico y Kepler, “cómo” se mueven los planetas alrededor del Sol, pero seguíamos buscando el “por qué”. Newton dio con la causa y le arrancó a la naturaleza el secreto de la gravedad. Halley puso a prueba el modelo y predijo la trayectoria de un cometa que nunca vio y que lleva su nombre. La comunidad científica esperó pacientemente y vio cumplirse la profecía de Halley. Las profecías basadas en modelos bien fundamentados se cumplen, si no, se mejora el modelo. Aun así, hay insensatos que prefieren creer profecías sin fundamento alguno, inventadas por charlatanes para beneficiarse con el temor de otros.
La ciencia continúa escarbando los secretos mejor guardados de la naturaleza, entre ellos, el origen del Universo. Creíamos que el Universo era estático hasta que descubrimos que las galaxias se alejan unas de otras a gran velocidad. Si retrocedemos al pasado, la conclusión lógica es que antes estaban más cerca y que, en algún momento –hace casi 14,000 millones de años–, todo el Universo estuvo concentrado en un solo punto. Una gran explosión generó el espacio-tiempo que continúa expandiéndose. Lo llamaron Big Bang. El prometedor modelo necesitaba más evidencia y mejoras para explicar los “detalles” de la formación del Universo. Predecía que, cuando el Universo tenía 380,000 años, se enfrió lo suficiente para separar la luz de la materia con la que coexistía en un oscuro abrazo cuántico. La luz habría escapado en un destello, la radiación cósmica de fondo, que viajaría por todo el Universo y sería el horizonte del Universo visible, pero nadie lo había detectado. En 1965 lo encontramos y pudimos ver más de cerca el “principio”.
Para fabricar nuestro Universo, se requería una expansión inicial violenta, más rápida que la velocidad de la luz, que le provocara las “estrías” que dieron origen a todo lo que conocemos. Se llamó inflación y varias teorías proponen cómo ocurrió. Mirando más de cerca y con mejores instrumentos, detectamos esas “estrías” en la radiación de fondo, en 1992. Se afinaron los modelos y se predijo que, durante la inflación, se produjeron ondas en el espacio-tiempo que dejaron un patrón de polarización en la luz de la radiación de fondo. El 17 de marzo de 2014 recibimos la noticia de que el patrón predicho fue detectado. Otra gran confirmación de que el modelo es muy sólido y la base para desechar todas las variantes de la teoría que no encajan con esta evidencia.
Encontramos el grito del Universo recién nacido, una señal del principio de los tiempos que nos llevó 40 órdenes de magnitud más cerca del secreto del origen. Lo ocurrido antes de los 380,000 años del universo era hermosa matemática esperando la evidencia. ¡Hoy podemos ver hasta 10^ ̶ 35 segundos! Lo que falta ver es la millonésima de la millonésima de la millonésima de la millonésima de la millonésima de la cienmilésima parte del primer segundo. Y no tememos a lo que hay de desconocido en ese instante inimaginablemente pequeño, seguiremos acercándonos. Celebramos otro triunfo de la ciencia, del método, de esta grandiosa empresa colectiva, la recompensa al trabajo de una vida. Es hermoso.
En lugar de alimentar miedos, alimentamos sueños. Soñamos con acercarnos a hermosos secretos, tocarlos y regalarlos como nuestra herencia más valiosa.
* Closer, canción de la banda Nine Inch Nails, del álbum The Downward Spiral (1994)
Más de este autor