Ester Pablos, licenciada en Historia por la Universidad de Cantabria y conocedora de la mitología vinculada a las religiones antiguas, dice de los jinetes apocalípticos en la mitología universal: «El corpus mitológico, quizá más que ninguna otra cosa, constituye un fiel reflejo de la psique humana oculto tras una cortina de palabras, disfrazado por una letanía de experiencias e historias prodigiosas que, lejos de ser simples fábulas, esconden una ingente cantidad de información simbólica. Si los personajes principales de estas historias son dioses, monstruos, magos o simples mortales, carece de relevancia. A los protagonistas de estos cuentos legendarios los consumían las mismas cuestiones, los mismos deseos y los mismos miedos».
Es decir, los dichos jinetes no son exclusivamente bíblicos y con todo su corpus, mitológico y no mitológico, han sentado reales en nuestro país.
Pablos argumenta acerca de tres horrores primitivos que para nosotros los guatemaltecos son un cruel y despiadado presente. Me refiero al hambre, la guerra y la muerte. Estos horrores están representados, cada uno, por un caballo y su jinete.
El jinete del caballo negro, el del hambre, está campeando como no se había visto en las últimas tres décadas. Del hambre en Verapaz escribí hace un mes: «Sabemos de los niños que buscan comida en el basurero de Cobán. Sabemos de la hambruna que hay en el Corredor Seco. Sabemos de situaciones similares en otras regiones de Guatemala. Y no pocas veces silenciamos nuestra conciencia ofrendando una limosna. Pero, seguro estoy, muchos ignoran que esas terribles condiciones han comenzado a alcanzar a clases sociales consideradas hasta ahora acomodadas. Es decir, llegó lo inimaginable para algunos estratos».
El jinete del caballo rojo, el de la guerra, nos ha alcanzado a manera de guerras no convencionales. Ahora hay guerras de pandillas, de facciones del crimen organizado y de la delincuencia que no están codificadas, pero que, igual que los otros bandos en conflicto, cobran vidas a diestra y siniestra. En el entretanto, nuestro Estado hace mutis agobiado por la burocracia y la falta de una dirigencia acertada, honesta y confiable.
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El jinete del caballo bayo, el de la muerte, nos está acometiendo por todos los flancos, y son dos los estrados donde cabalga a su sabor y antojo. El primero es el de la salud pública. Tenemos cientos de casos de dengue, y a todo el mundo le viene guango. Incluso, pareciera que a las poblaciones ya no les importara contraerlo. Ni siquiera hay intentos grupales de mantener patios y entornos debidamente saneados, y hasta en las calles hay receptáculos (como los neumáticos en desuso) que son el hábitat perfecto para el transmisor, el mosquito Aedes aegypti. Es decir, la abulia ya no es solo estatal, sino también personal. El segundo corresponde a la destrucción de los hábitats naturales que permiten la vida. Cientos, miles de árboles talados en el norte de Guatemala explican por sí solos la pérdida de ríos, lagunas y corredores biológicos, con la consecuente suspensión de la cadena de la energía y la producción de alimentos. A ello deben sumarse la aporofobia, el rechazo y la estigmatización del pobre. Se les endosa la culpa de las talas a las comunidades rurales empobrecidas, pero nadie hace cálculos acerca de cuántos metros cúbicos de leña consume diariamente una secadora de cardamomo (a manera de ejemplo). Y muy pocas personas sabrán a ciencia cierta cuántas de esas secadoras, las consumidoras de leña, hay en funcionamiento en los territorios cardamomeros de Guatemala.
Felizmente, hay un jinete (el del caballo blanco) que, según Pablos, es más universal que los tres anteriores. Se trata de la esperanza. Dice toralmente: «Sin embargo, si hay algo aún más universal, que siempre ha seguido a los tres jinetes anteriores y ha triunfado por encima de todas las adversidades contra todo pronóstico, ese jinete es sin duda la esperanza».
A ese jinete debemos aferrarnos: a la esperanza. Porque, mientras no la tengamos, nunca seremos un país seguro. Y si no podemos con nosotros, ¿cómo vamos a acoger a los otros?
Entiéndase de una sola vez: Guatemala no es un país seguro.
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