Se hace necesario reconocer primero, la fatalidad de la existencia humana. En efecto, ningún otro ser vivo parece ser consciente de su finitud, de lo fugaz de su tiempo en esta tierra. Una existencia tan sólida como un mar de cristal. Por ello, es tan crítica la pregunta elaborada por Camus, ¿Qué sentido tiene la vida de ser vivida? Preguntarle a Sísifo si tiene sentido su constante labor de recoger la roca es lo mismo que preguntarnos ¿Para qué vivir? ¿Para qué el esfuerzo constante del aprendizaje? ¿Para qué mantener las convenciones y formalismos sociales? ¿El esfuerzo estéril de planear hacia el futuro? Todo esto cuando la única certeza es que hay un ataúd esperando por usted y por mí.
En sentido de oposición a Camus, Sartre (vaya polémica histórica entre ambos inmortalizada en Les Temps Modernes), plantea que la existencia humana no recibe sentido alguno sino éste debe ser construido por cada sujeto en cuanto a su capacidad de comprender y ser consciente de su historicidad. Aunque fatal y finita, esta existencia puede resultar al mismo tiempo un proyecto apasionante en cuanto a la necesidad del sentido de vida y del horizonte de mundo que cada sujeto construye.
Y por ello supongo, la fascinación con la inmortalidad.
Se dice que en las sociedades iniciáticas antiguas y en algunas fraternidades modernas que reviven estos ritos, el iniciado que desea pasar a grados superiores es inquirido en cuanto a su deseo de ser inmortal. Para entender la inmortalidad, se debe recitar fragmentos de piezas hermosas y eternas: Homero, Virgilio, Plutarco, Shakespeare, Keaton… y entender que, ´lo bello es real, pero también lo hermoso se hace eterno porque enamora al mundo´.
Hay simbologías más interesantes en relación a la inmortalidad.
Por ejemplo, el autor de Peter Pan, James Mathew Barrie sufría de criptorquidia. Interesante, dado el contenido de la obra: Niños que no maduran, no envejecen y siempre se mantendrán como inocentes. Bien se puede desprender la conceptualización de perder la ´inocencia´ en la medida que notamos que la inmortalidad no es posible.
Otras apelaciones a la inmortalidad en formas discursivas. El cristianismo con su invitación a alcanzar la vida eterna sin dejar de reconocer que, para ello hay, una invitación a beber la Sangre. En muchas ocasiones he argumentado lo cercano de esta conceptualización cristiana y la figura del Vampiro, dicho sea de paso, otra narrativa en apelación a la Vida Eterna que sigue dominando la ciencia ficción.
Hay algunos libros que popularizan sabiduría antigua en relación a inmortales; podemos citar Tales of the Taoist Immortals de Eva Wong (republicados con éxitos en el 2001). Hay otro libro interesante, The Eight Immortals of Taoism: Legends and Fables of Popular Taoism publicado por Kwok Man-ho pero traducido al inglés por Joanne O'Brien. Vale la pena leerlos.
Pero no nos quedemos con lo poco conocido. La literatura de la ciencia ficción durante los años ochenta generó una fijación con los personajes inmortales. Karl Edward Wagner escribe la historia de Kane, un misterioso guerrero que luego de aniquilar a su gente recibe el castigo de la inmortalidad por parte de sus dioses. Susan Cooper publica en 1979, The Dark Is Rising, otra novela donde los seres inmortales están obligados a vagar por la Tierra haciendo el mal o el bien.
Probablemente en el contexto de la ciencia ficción ochentera en relación con la inmortalidad sea el personaje creado por Gregory Widen, ´Highlander´ (el escocés inmortal) el más famoso de todos. Widen vendió los derechos de autoría pero la esencia de su personaje trajo de vuelta la música Queen y además resucitó la pasión por las espadas, particularmente la katana japonesa pero otras menos conocidas: La Schiavona, la escocesa Sinclair Hil y la Mortuoria Inglesa. (llamada así por ser la espada que decapitó a Carlos I).[1]
Es fácil suponer la razón de toda esta línea de ciencia ficción en los años ochenta: Ante la posibilidad de un mundo bipolar al borde del holocausto nuclear, lo ideal, ¿Quién no quisiera evitar el desastre y prolongar la vida? Pero la vida de los inmortales no es perfecta. Basta recordar la obra de Oscar Wilder, ´El retrato de Dorian Gray´ o el castigo impuesto por los dioses a Sísifo, quien nunca muere, pero encuentra una existencia ridícula.
El dilema es entonces, una existencia mortal vivida apasionadamente pero de sensibilidad absurda (pues la existencia mortal es absurda) o, una existencia inmortal que de alguna forma sería tediosa.
Y sin embargo, la pregunta de Farrokh Bomi Bulsara (más conocido como Freddie Mercury) sigue siendo tentadora: ¿Quién quiere vivir para siempre?
[1] Todas estas son espadas que rompen con la típica espada propia de la Baja Edad Media, la cual podía llegar a pesar cercana a las 100 libras y requería utilizar ambas manos. Levantarla era un esfuerzo increíble y producía un combate cuerpo a cuerpo muy lento. Las espadas producidas a partir del 1600 (Schiavona, Sinclair y la Mortuoria Británica) son espadas provistas de una ´canasta´ para proteger la mano, son livianas, permite cortar la carne con precisión, penetrar con rapidez. Son fáciles de manejar con lo cual el combate se hace mucho más ágil.
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