La masacre de Totonicapán es un desafío ético para la clase media.
Este es el país de lo que los psicólogos sociales llaman: “catástrofe social”. Permanentemente estamos en crisis colectivas sin importar el origen, y la clase media no es excepción. La masacre del ejército le movió el tapete a la clase media capitalina mestiza.
Se ha estudiado cómo los pueblos necesitamos tener (y sentir) certidumbres en nuestro entorno, y que los colectivos con rasgos comunes compartimos valores, actitudes y percepciones ante hechos de crisis que amenazan con movernos el tapete que conocemos.
En la capital solemos creer (por razones históricas), que el ejército es el defensor de la patria. Que las indígenas son aceptables como empleadas domésticas, pero no como activistas sociales; y que las “buenas familias” de la élite económica son el rol model sociocultural a seguir, además de los garantes del “progreso”. Al menos a mí me enseñaron eso. Pues bien, Totonicapán, en la era de las redes sociales dio al traste con nuestros referentes mamados desde la cuna. Es una “catástrofe social”.
Ante este ataque constante que la realidad hace a nuestras identidades, afrontamos el trauma político usando lo que la misma cultura (racista y clasista) nos ofrece (e impone). Nuestro “general de la paz”, nos tranquiliza diciendo que nuestros soldados (indígenas) dispararon al aire ante la agresión de la turba. El “niño bien” del CACIF, dice que la ley y el orden deben prevalecer ante todo. Ambos insisten (para nuestra tranquilidad psicológica), que el ejército seguirá patrullando las calles; y Emisoras Unidas reporta que la Fundación contra el Terrorismo, exige al MP persiga a los “delincuentes” (o manifestantes) para nuestra defensa, y para que “nuestra economía” no se interrumpa más. El conformismo social es pues, un mecanismo psicológico que tiene la función de darnos sensación colectiva de seguridad. Esto explica en parte, nuestra cercanía (y dependencia) cultural, política e ideológica con el poder (la élite y la cúpula militar).
Por mi parte, actualmente llevo algo más de un año de escribir en medios como este y otros. He entrevistado a sujetos sociales subalternos de esta estructura social, dentro de los que yo mismo me encuentro en realidad. Con eso he puesto distancia con el poder. Pero, ¿para qué?
La ¨historia desde abajo¨, es un concepto de ciencias sociales que conozco recientemente de las discusiones en AVANCSO sobre historia de resistencias populares en Guatemala, tanto del campo como de la ciudad, de mayas y mestizos. Concepto propuesto por Manolo Vela Castañeda, que aproxima a esas relaciones interétnicas e intergénero entre oprimidos, y sus motivos para rebelarse (incomprendidos y falseados).
Si ayer estos sectores convergíamos en guerrillas; ¿dónde convergemos hoy? Creo actualmente, convergemos en acompañamientos desde ONGs, frecuentemente financiadas por extranjeros, administradas por mestizos y con mayas como beneficiarios.
Continúa la subalteridad, precarizando la acción social, y a pesar de que la defensa territorial (y las vidas que cuesta) son invalorables; esto no es una revolución.
La acción contrainsurgente en Totonicapán, es una disputa ética, porque para que los valores de la dignidad humana triunfen, debe repolitizarse la sociedad. Invocar la condena moral de la injusticia, la represión y la subalteridad de unos por otros. Repolitizar una sociedad despolitizada, porque ha triunfado la cultura política hegemónica burguesa del formalismo representativo, que no permite otra ética a parte de la ¨neutralidad¨ (poner mineros y monocultivos usurpadores territoriales y promotores de represión y subdesarrollo social, en la misma balanza moral que manifestantes, responsabilizándoles igualmente de las crisis).
Despolitizada, por efecto a largo plazo del terror, que hace temer la condena de la cultura burguesa hegemónica, que se impone en muchos columnistas citadinos bien intencionados; porque este terror mata también las ideas.
La “catástrofe social” de la clase media, le impide responder éticamente ante la corrupción de los sectores “jefes”, porque implica sacrificar certezas conocidas (verdaderos delirios), aunque también es una oportunidad de rehacerse a sí misma.
Mariano González preguntaba recientemente: ¿qué pueden hacer hoy los subalternos (incluida la clase media) contra el poder? La Revolución Democrática fue posible en su día por la esperanza de los oprimidos por un mundo mejor. Hoy se discute la desmilitarización y el modelo económico. Otra ética es posible desde la opinión, la clase media debería tomar distancia del poder, contando la historia desde abajo.
* Artículo publicado anteriormente en la Revista Público.
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