Juan José Arévalo llegó a Jalapa como profesor y luego como inspector, siempre en el área de la educación. Conoció a Bertita, mamá de doña Alba Gloria, cuando ella tenía alrededor de 17 años y terminaron por enamorarse. Bertita era conocida como la “Belleza de Oriente” de los años 1920 y Arévalo la cita en su libro La inquietud normalista, en donde le dedica versos de juventud como “Sonríeme ahora / mujer seductora”. Doña Alba Gloria me enseñó fotos de época, en las que aparece una pareja ena...
Juan José Arévalo llegó a Jalapa como profesor y luego como inspector, siempre en el área de la educación. Conoció a Bertita, mamá de doña Alba Gloria, cuando ella tenía alrededor de 17 años y terminaron por enamorarse. Bertita era conocida como la “Belleza de Oriente” de los años 1920 y Arévalo la cita en su libro La inquietud normalista, en donde le dedica versos de juventud como “Sonríeme ahora / mujer seductora”. Doña Alba Gloria me enseñó fotos de época, en las que aparece una pareja enamorada al borde del río Chipilapa, tomándose de la mano por detrás. Vi a un Arévalo muy joven y bastante delgado: tan diferente a la clásica foto de libros de historia en las que aparece serio, sin sonrisa y con banda presidencial. La pareja se separó por una beca de estudios de Arévalo y al regresar Bertita ya estaba casada.
Al salir de la casa de doña Alba Gloria me dije que la historia de esta familia tiene algo que ver con la de todo un país. Es cierto que la historia no está hecha sólo de anécdotas, como tampoco sólo de un engranaje de hechos “objetivos” o de fechas y nombres exactos. Definitivamente, no es sólo una materia más que aprobar en la escuela o la universidad, no es un requisito. O no debiera de serlo. La historia debiera ser un pilar esencial para la persona humana que la ata a un contexto específico. Debe permitir la posibilidad de entendernos en la raíz de nuestros problemas como sociedad, de analizarnos como país.
Pero la historia debiera también de hablarse, no sólo aprenderse; de transmitirse en círculos en los que normalmente no se habla de que pasó o cómo si vivió un momento determinado de la historia de Guatemala. Lo importante de este ejercicio es comprender que lo que se vive involucra a las personas y sus vidas, permite identificarse con sentimientos, con insatisfacciones, con amores, como es el caso de Bertita; les pone cara y corazón a las personas. Nos lleva espontáneamente a sensibilizarnos de la importancia de nuestro pasado, es decir de mucho de lo que somos y cómo somos como seres sociales.
La historia de su bisabuela contada por doña Albita en las sobremesas de los fines de semana, o en los momentos en que se comparten esas historias de la familia a los más pequeños, influyeron seguramente en la decisión de mi colega para estudiar seriamente los discursos del presidente que dio un giro a muchas dimensiones de la política social del Estado guatemalteco, no por gusto tildado de “gobierno revolucionario”. En la medida en que empecemos a hablar de Guatemala entre los que ya llevan recorrido unas cuantas décadas y aquellos que no tanto, tendremos las herramientas para entendernos y para pensarnos críticamente.
Más de este autor