En su momento expliqué cómo la doctora Adela Cortina Orts (disertante) se refirió a las noticias falsas, a la distorsión emotiva de la realidad y al rechazo al pobre, y relacioné cada término (bulos, posverdad y aporofobia) con los sucesos que en orden a las elecciones generales estamos sufriendo los guatemaltecos.
Hoy arguyo acerca de la propuesta que la doctora Cortina presenta para superar «el mundo de los bulos, la posverdad y la aporofobia» [1] en la búsqueda de consolidar una democracia justa. Se trata de una invitación a poner en práctica la ética de la razón cordial.
En el numeral 5 del documento que contiene su ponencia [2], ella explica: «De lo que hemos venido diciendo se sigue que, para superar el mundo de los bulos, la posverdad y la aporofobia, y con la meta de consolidar una democracia justa, sería necesario redactar —como se ha dicho en ocasiones— una “constitución digital” que recoja el marco de derechos y obligaciones de los ciudadanos en el mundo digital. De hecho, el pasado año se presentó en la Universidad de Deusto la Declaración Deusto Derechos Humanos en Entornos Digitales, y la Unión Europea elaboró un documento sobre ciudadanía digital. Es este un camino que está en progreso porque las regulaciones jurídicas son indispensables en ese mundo de redes sociales que es ya el nuestro, tanto el de los nativos digitales como el de los inmigrantes digitales» [3].
Y más adelante nos hizo saber que no basta solamente con el derecho. También dijo de la política y la economía: «Pero con el derecho no basta. El marco político debería ser el de una democracia liberal-social dispuesta a hacerse cargo de los derechos de los ciudadanos de primera y segunda generación [sic]. Una democracia que fomenta el procedimiento comunicativo, enraizado en unas instituciones sólidas. La economía, por su parte, debería ser una economía ética, una economía social de mercado, dispuesta a ocuparse de los más vulnerables» [4].
Propuso entonces, desde una plataforma educativa que exija formar ciudadanos compasivos y capaces de encarnar el sufrimiento de los demás, un entramado cuya raíz sea «una ética dialógica de la razón cordial, que cuenta con la razón y el corazón, recordando con Pascal que conocemos la verdad no solo por la razón, sino también por el corazón» [5].
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Razón y corazón: dos términos desconocidos en el mundo de la política actual. Veamos el porqué.
La racionalidad implica inteligencia y voluntad: inteligencia para buscar siempre la verdad y voluntad como impulso para alcanzarla.
El corazón es concerniente a asumir los grandes desafíos sociales con sensibilidad humana, a encarnar la amargura de los migrantes, a saber discernir las causas del hambre y del desamparo de nuestros hermanos y a dolerse del sufrimiento de quienes padecen de extrema pobreza (los más pobres entre los pobres).
Pero ¿qué razón y qué corazón hay en ese mundo político de diatribas, amenazas, pistolones, confabulaciones con el crimen organizado y partidos que no son sino vulgares empresas que emergen cuatrienalmente?
Un camino propone la doctora Cortina Orts: formar ciudadanos compasivos, capaces de asumir la perspectiva de los que sufren, pero sobre todo de comprometerse con ellos.
Esa solución no es inmediata, pero, a largo plazo, quizá sea la única posible. Y no será sino a partir del empoderamiento político, social y económico de los millennials y los centennials, pues los integrantes de esas generaciones, de acuerdo con su tipología, tienen y tendrán habilidades mejor desarrolladas, un liderazgo más reflexivo y una cercanía al prójimo mayor que la nuestra. Además, en lo que a política respecta, están desprendidos de los modelos tradicionales.
La esperanza es la última condición que se pierde, y nosotros los guatemaltecos debemos tenerla omnipresente, ya que la ética de la razón cordial es un horizonte posible y sus cánones —que modelan el comportamiento humano— son absolutamente alcanzables.
* * *
[1] Cortina, A. (2019). Ética, política y bulos (fake news) —lección inaugural del ciclo académico 2019—. Guatemala: Editorial Cara Parens, URL. Págs. 19-20.
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