Ya con las plazas vacías, al menos momentáneamente, hay señales que apuntan en ese rumbo o, como mínimo, a una recomposición de las fórmulas recientes.
Es un movimiento en dos fases. La primera comenzó con el nombramiento de Alejandro Maldonado Aguirre como vicepresidente y continúa con su “gobierno de salvación nacional”, según la denominación que él mismo le dio. Tras haber postulado una terna conservadora en la que resultó electo vicepresidente, contra la mayoría de los pronósticos, Juan Alfonso Fuentes Soria, el menos público y conservador de los candidatos, pero también el menos muñidor, el menos operador, ayer el Presidente renovó parte del gabinete. La elección no debe confundir a nadie: concede dos ministerios secundarios en la práctica, Cultura y Ambiente, a dos profesionales sin mácula, Ana María Rodas y Andreas Lehnhoff, y eso le granjea admiración y amortigua las críticas. Pero al mismo tiempo designa en los puestos estratégicos, como la secretaría técnica del Consejo Nacional de Seguridad, a un ex viceministro de Gobernación de Otto Pérez de larga y controvertida trayectoria, Julio Rivera Clavería, o, como en el ministerio de Educación, a un televisivo maestro que solía representar al sector de los que veían la educación como negocio, Rubén Alfonso Ramírez .
La mesa está servida si a eso se le añade que el secretario de la Paz, Antonio Arenales Forno, abogado del más puro conservadurismo de Estado y asesor muy cercano de Pérez Molina durante la crisis, es hoy por hoy el preferido del presidente para ocupar la embajada ante Naciones Unidas, aunque parece que aún no es decisión tomada.
De las dos fases, la primera es la más precaria en el proceso, por breve e inestable. De la segunda dependerá en buena medida si podremos hablar de restauración o de recomposición. Y comenzará a desarrollarse con plenitud en el momento en que haya un ganador de las elecciones presidenciales: si Jimmy Morales o si Sandra Torres.
La victoria de Torres supondría, grosso modo, tomar sin escrúpulos la ruta de la recomposición del sistema con el que hemos convivido en los últimos lustros: un Estado feudalizado en el que el acceso a los recursos del Estado se distribuiría de forma más coordinada entre caudillos locales, empresarios emergentes, sector privado organizado en el CACIF y en el G8, y se aderezaría con un mayor impulso a los programas sociales.
La victoria de Morales implicaría, si nada cambia las tendencias actuales, el principio de la restauración efectiva: algunos de los militares de cuño más extremo y con acusaciones severas de crímenes de lesa humanidad (ni siquiera los llamados “institucionalistas”, cuyo resultado ya hemos visto en este gobierno) ocuparían puestos estratégicos en la nueva administración, mientras CACIF, ahora consciente de la forma en que ha perdido terreno y dominio en los últimos años, aprovecharía para invadir el Gabinete y desde ahí rearticularse y retomar una posición de fuerza y reconfiguración del sistema de la que no goza desde hace bastante tiempo. La restauración completa es imposible, dado que las transformaciones que la sociedad y el Estado han experimentado desde finales del siglo pasado son cruciales, pero sí podría ser el principio de una restauración esencial, de fondo.
Ninguna de las dos opciones supone un avance hacia una democracia completa, ninguno de los dos escenarios es seguro, pero ambos son ahora mismo los más probables.

Tampoco podemos dejar de atravesar estas ideas con otros matices y cálculos institucionales. A la espera de que los diputados en venta transfuguen o se realineen, la fragmentación de fuerzas en el Legislativo, la mayor de años recientes, pronostica un Congreso ingobernable para ambos candidatos , pero si cabe, aún más para Morales, con una bancada menor y más inexperta. ¿Bueno o malo? El tiempo dirá. Por el momento, Lider ha mejorado sus resultados de 2011 en todos los distritos, según cálculos de Raúl Bolaños, y aunque Baldizón, su aglutinante, ande de capa caída, pocos creerán con seriedad que la lógica de negocios vaya a desaparecer de la que hoy es su bancada electa. El Organismo de Justicia, bajo una presión inaudita de la calle y de la dupla MP-CICIG, está tramitando los casos de alto impacto, pero es difícil saber si mantendrá el ritmo cuando deje de sentirse golpeado por el oleaje de la indignación.
De modo que para que ninguno de estos escenarios termine de consolidarse, para que no se vuelva al mismo punto después de los temblores que resquebrajaron el sistema será crucial cómo se muevan los actores que están fuera de él o en sus márgenes (algunas agrupaciones populares, los movimientos sociales, la ciudadanía), y también ese otro que está dentro y fuera a la vez (la CICIG, con el MP). Pueden hacerlo cada uno por su lado o uniéndose, como en los meses recientes, en un baile intenso, pasional y con altibajos como un tango.