Como compensación, y para hablarlas luego con él, leía las biografías de los ajedrecistas de los libros que él compraba. Por su parte, él nunca fue un buen jugador, pero encontró en la repetición de las jugadas de los grandes maestros una forma de pasar sus solitarias madrugadas de insomnio sin molestar a nadie. Así que, cuando vi Gambito de dama, una parte de esa infancia perdida se me vino llena de nostalgia.
Gambito de dama es una de las últimas miniseries que Netflix lanzó al mercado. Según dicen, es de las más exitosas en los últimos tiempos. Si ello es cierto, sin duda responde a las expectativas que los estadounidenses tienen de sí mismos, de sus elecciones presidenciales y de la futura vacuna contra el covid-19, entre otros asuntos.
La trama, situada entre los años 50 y 60 del siglo pasado en Kentucky, en plena Guerra Fría, remite a un momento especial de la historia mundial que a estas alturas debería formar parte, precisamente, de la historia. Es decir, un conflicto por la hegemonía mundial en el cual ganó el capitalismo, pero que, al parecer, es necesario reafirmar. Sobre todo cuando se está dando la carrera por la creación de la vacuna del covid-19 para beneficiar no solo a la salud de todos, sino también a la economía de los de siempre.
En síntesis, Gambito de dama gira en torno a una niña huérfana que, con una mente prodigiosa, a los nueve años aprende a jugar ajedrez. Es adoptada en la adolescencia y ello le permite competir en diversos concursos de este juego y ganar hasta el punto de convertirse en campeona nacional de Estados Unidos y, luego, en campeona mundial en la Rusia comunista.
Basada en el libro homónimo de Walter Tevis, la historia refleja, a través de un personaje femenino, episodios de la vida de algunos ajedrecistas famosos, especialmente de Bobby Fisher. Con una banda sonora creada para el efecto, el confinamiento y la incertidumbre a cuestas, no es difícil identificarse con la protagonista. En el trasfondo, algunas críticas al sistema estadounidense, sutiles por cierto, y mucho de cliché.
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Entre las críticas sutiles figura el hecho de que a los niños de los orfanatos estadounidenses de los años 50 del siglo pasado, para mantenerlos tranquilos, les daban unas pastillas que con el tiempo les generaban adicción. Por otro lado, los orfanatos, si bien se muestran como sitios despersonalizados, eran casi verdaderos paraísos comparados con los guatemaltecos del siglo XXI. Es decir, las niñas no eran abusadas sexualmente de ninguna forma, estaban relativamente seguras y, una vez que salían del orfanato, contaban con una educación que les permitía ganarse la vida e incluso acceder a los estudios universitarios. También hay una crítica a las Iglesias fundamentalistas, que a través del apoyo financiero ven en cualquier actividad la posibilidad de expandir sus redes.
Por otro lado, algunos clichés. El primero y más evidente: si se vive en Estados Unidos, realizar los sueños y alcanzar la cima no solo es probable, sino una realidad a la vuelta de la esquina. Ello se facilita, por supuesto, si se es blanco, de clase media, con cierto talento y con algunas expectativas de superación. Se logra aun cuando se sea mujer, huérfana y afrodescendiente. El segundo: Estados Unidos es el país de las oportunidades, de la libertad, de la democracia. Siempre triunfa frente a los países con otros regímenes políticos. Curioso porque, en la serie, los ajedrecistas comunistas, si bien están controlados por el Estado, gozan de las prerrogativas de ser campeones. Los de Estados Unidos no. En la libertad individual, deben recurrir incluso a préstamos para lograr sus triunfos. Eso sí, aunque el Estado no hubiese hecho mayor cosa por apoyarlos, una vez que obtenían el triunfo, los recibían hasta en la Casa Blanca. El tercero: aunque se cuente con la libertad para consumir drogas y alcohol, el éxito se obtiene en la abstención total. Un último: el éxito es cuestión de talento, de estudio y de saber lo que se quiere. La lógica que subyace en la frase: «Piense y hágase rico».
Un poco para reflexionar. ¿O no?
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