La importancia relativa del sector de las industrias extractivas ha disminuido con los años, pero en 2008 representó, en conjunto, el 12.97% del PIB nacional. Conforme estimaciones del Sistema de Cuentas Nacionales del Banco de Guatemala, para ese año, este sector absorbió el 44.37% del personal ocupado respecto del empleo total.
El bajo nivel relativo del valor monetario de las industrias extractivas, expresado en relación al PIB —y el consecuente impulso a los sectores secundario y terciario, por supuesto— no refleja, sin embargo, las dimensiones del impacto en los ecosistemas.
Iarna-URL estudió la extracción de materiales en el territorio nacional para el período 2001-2006 y clasificó los bienes derivados de las industrias extractivas en combustibles fósiles, minerales —metálicos y no metálicos—, materiales para la construcción y biomasa —agrícola, forestal maderable y no maderable, pesca y acuicultura, ganadería y caza—. Los resultados indican que la masa promedio extraída para el período 2001-2006 alcanza cifras de nueve toneladas por hectárea por año, de las cuales el 69% corresponde a biomasa, 21% a combustibles fósiles y el resto a minerales y materiales para la construcción. Este valor es superior a la media mundial de 3.6 toneladas por hectárea por año e incluso mayor a la tasa de otros países latinoamericanos, como Chile, que tiene una tasa promedio de 8.3 toneladas por hectárea por año. Guatemala se encuentra entre los países con las tasas más altas de extracción de materiales —bienes naturales— por unidad de superficie, sobrepasando el promedio de los países con similares indicadores económicos, cuya tasa de extracción promedio es de 4.8 toneladas por hectárea por año.
Adicionalmente, es necesario indicar que las actividades extractivas agrícolas, ganaderas y mineras son responsables de “sobreuso” en, al menos, el 15% del territorio nacional. Además, las industrias extractivas, en total, inducen un nivel de “erosión” potencial de las tierras del orden de las 3.4 toneladas de suelo perdido por cada tonelada de biomasa extraída.
Es evidente que las industrias extractivas degradan, contaminan e inevitablemente agotan bienes y servicios naturales. Dicho en términos concretos, la industrias extractivas han degradado tierras, contaminado cuerpos de agua, agotado bosques de todo tipo —manglares, pinos, encinos, cedros, caobas, pinabetes, entre otros—, poblaciones marinas, y en general, poblaciones silvestres de flora y fauna. En no pocos casos, las industrias extractiva son el origen de conflictos sociales, sobretodo, en territorios donde los bienes y servicios naturales ya son escasos.
Este modelo extractivo, base de la acumulación financiera de un pequeño segmento de la sociedad, simplemente no ha generado desarrollo para la mayoría de los ciudadanos. ¿Cuál ha sido el destino de la riqueza derivada de las industrias extractivas? Buena parte de ella está, pienso yo, en los grandes centros comerciales, las gasolineras, los restaurantes, los bancos, los edificios de apartamentos u oficinas, en los centros recreacionales privados o fuera del país, entre otros destinos. ¿Dónde están los bienes públicos derivados de las industrias extractivas? Me refiero a hospitales, escuelas, caminos rurales de primer orden, infraestructura hidráulica para almacenamiento y conducción de agua, infraestructura de saneamiento, centros de recreación pública, ente otros. ¿Por qué no hay recursos para garantizar la protección efectiva de las “áreas legalmente protegidas” que aún contienen los escasos remanentes de ecosistemas poco intervenidos, o para garantizar la calidad del agua en los principales lagos del país?
Simplemente, no hay bienes públicos o son tan precarios que no contribuyen a generar ciudadanía o a mejorar la calidad de vida de la mayoría de los guatemaltecos. Es más, sucumben cada día, en medio del triangulo de la incapacidad, la indiferencia y los interés particulares.
Todo parece indicar que el modelo se agotó. Las industrias extractivas, por su naturaleza, son degradantes ambientalmente. Asimismo, por su incapacidad de distribuir riqueza, son excluyentes socialmente. Además, no se pueden pasar por alto los enormes niveles de corrupción que durante décadas han sido el sustento de las industrias extractivas. Instancias políticas o personajes en posiciones de poder público han sido cooptados por éstas o bien han llegado a tales espacios para impulsarlas. Grandes flujos de recursos naturales, y los consecuentes beneficios monetarios, han sido el botín de tales acuerdos. Basta recordar las voluminosas operaciones forestales que tuvieron lugar en la década de los años 70, 80 y mediados de los 90 y que fueron amparadas por los diferentes servicios forestales.
En síntesis, dos de los flamantes productos de las industrias extractivas están a la vista: pobreza y crisis ambiental. Esas reiteradas cantaletas que claman, una vez más, por la utilización de los escasos recursos naturales para generar “desarrollo”, ya no tienen sustento, más bien rayan en lo ridículo e insultan la inteligencia.
La sociedad necesita debatir sobre un nuevo modelo. Sistemas agropecuarios gradualmente mejorados sobre bases agroecológicas, integración efectiva de bosques plantados y la industria en territorios con aptitud preferentemente forestal, turismo de bajo impacto, “reservas ambientales” adecuadamente identificadas y respetadas, son solo algunas de las líneas de acción que deben nutrir el nuevo modelo. Políticas públicas que incluyan estas líneas, implementadas sobre la base de una institucionalidad ad hoc es una condición ineludible. Asistencia técnica, capacitación, investigación, organización rural, acceso a mercados, acceso a créditos y caminos rurales, son elementos mínimos que esa institucionalidad debe garantizar y facilitar con suficiencia, continuidad y efectividad.
Mientras las realidades descritas anteriormente nos sacuden y nos platean un presente caótico y un futuro incierto, el Gobierno de turno se empeña en dar la estocada final a los reducidos espacios y bienes naturales que aun sobreviven, recordándonos, con los casos de la extracción de petróleo en el Parque Nacional Laguna del Tigre y la intención de extraer minerales en las playas del Océano Pacifico, su muy acertado slogan: “Vamos por más”.
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