CAPÍTULO I
Acercamiento a la violencia en el oriente de Guatemala
El objetivo de la guerra psicológica es ganar los “corazones y mentes” de las personas para que acepten los requerimientos del orden dominante, y por lo tanto, acepten como bueno, e incluso “natural” cualquier tipo de violencia que sea necesaria para mantenerlo.
Violencia en Centroamérica.
Ignacio Martín-Baró,
En vez de ver la violencia simplemente como una serie de acontecimientos discretos, lo cual obviamente puede ser, la perspectiva que estoy argumentando busca desenterrar esos procesos enraizados mediante los cuales se ordena el mundo social o se construyen culturas que constituyen en sí mismas, formas de violencia: una violencia que es múltiple, mundana, y que quizás sea todavía más importante por el hecho de ser una violencia escondida o secreta a partir de la cual se moldean las imágenes de la gente, se coaccionan las experiencias de los grupos, y la violencia en sí misma se engendra.
Las Violencias de la Vida Cotidiana.
Arthur Kleinman,
Se ha escrito mucho sobre la violencia en Guatemala, un país conocido por el contraste entre su belleza espectacular y su sufrimiento indescriptible. Sin embargo, este libro no aborda la violencia política y directa en el altiplano perpetrada contra los Mayas, un tipo de violencia por la cual Guatemala se ha dado a conocer durante mucho tiempo, sino la violencia cotidiana que se manifiesta en las vidas de las mujeres ladinas de oriente, una parte del país que pocos extranjeros, ya sea académicos o turistas, se atreven a visitar. Este libro aborda una violencia que no puede ser atribuida directamente a acciones individuales perpetradas con el propósito de causar daño, y que se encuentra enraizada en las instituciones y en los aspectos de la vida cotidiana —familiar, rutina, etc.—; una violencia que es tan común y que se entremezcla tanto con la vida que frecuentemente no es identificada como tal. En contraste con muchos de los trabajos que se han realizado sobre Guatemala, este libro trata el tema de la violencia que únicamente se visibiliza cuando se habla de sus consecuencias, manifestadas a través del sufrimiento. Se aborda la violencia que las mujeres habitualmente viven, la cual se entremezcla con otras formas de violencia que han prevalecido en Guatemala durante mucho tiempo.[1]
Guatemala es una sociedad que está lidiando con el resultado de casi cuatro décadas de terror estatal (Grandin 2000; Manz 2004) y que actualmente enfrenta una “inseguridad ciudadana”, que se manifiesta con altos niveles de violencia, una impunidad persistente y la imposibilidad de poner fin a la inestabilidad post-conflicto (Torres 2008: 2). Aunque ha transcurrido más de una década desde la firma de los Acuerdos de Paz en 1996, los guatemaltecos aún viven las consecuencias de un conflicto armado interno que fue, en algunos aspectos, el más brutal que se vivió en la región durante el Siglo XX. Según la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH), instancia creada por las Naciones Unidas, aproximadamente 200,000 personas fueron asesinadas —la mayoría por las fuerzas estatales— durante el conflicto de 36 años que llegó a su fin en 1996. Las víctimas fueron, en su mayoría, civiles indefensos y los métodos empleados por el gobierno fueron extremadamente crueles. De acuerdo con la comisión de la ONU, podría decirse que los métodos empleados por el Estado constituyeron “actos de genocidio”. El conflicto armado dejó al país inmerso en armas, con redes de personas entrenadas para usarlas y una sociedad civil acostumbrada a los horrores de la violencia. El conflicto no sólo dejó viudas, huérfanos y comunidades enteras traumatizadas; también dejó a una población que desconfía de las autoridades.
La reciente literatura sobre la violencia en Guatemala (Benson, Fischer y Thomas 2008; Snodgrass Godoy 2006; Steenkamp 2009) durante la postguerra y los tiempos de paz, revela que el país actualmente tiene de los índices de homicidio más elevados del hemisferio, secuestros diarios, extorsiones, robos, linchamientos y feminicidios, una nueva ola de asesinatos que tiene como blanco a las mujeres, no importa cuál sea su filiación étnica. Los guatemaltecos enfrentan múltiples formas de violencia, que a veces suceden con más frecuencia que durante el conflicto armado. Angelina Snodgrass Godoy (2005) hace notar que en Guatemala los límites entre el crimen “común” y “político” se han desvanecido, lo cual significa que las diferencias entre las dos ya no pueden ser analizadas separadamente de manera empírica. De hecho, es difícil concebir estas condiciones como “condiciones de paz”.
Guatemala también es uno de los países más desiguales del hemisferio en cuanto a la distribución de la riqueza, lo cual significa que la violencia estructural moldea muchos aspectos de la vida y se manifiesta de diversas maneras, entre ellas, múltiples formas de explotación, extrema pobreza y enormes desigualdades en el acceso a los beneficios de la sociedad. Pero al describir la situación de Guatemala hoy en día, es necesario tomar en cuenta que estas condiciones no se remontan al pasado reciente. Son la culminación de una larga historia de abuso, explotación y represión engendrada por el legado del colonialismo español, la política exterior estadounidense y las recientes reformas neoliberales, factores que han sido ampliamente documentados (Smith 1990; Cojtí Cuxil 1997; Manz 2004; Hale 2006; Lovell 2010). Por lo tanto, parte de la violencia que Guatemala ha experimentado se vincula directamente a la militarización de la vida durante el conflicto político, mientras que otras formas de violencia se relacionan con las inequidades estructurales que Guatemala ha padecido durante siglos. Estas causas de violencia están vinculadas: no se trata de examinar las causas hasta llegar a uno u otro factor sino de reconocer que múltiples formas de violencia inciden unas sobre otras y que todas se padecen simultáneamente. Como hace notar Paul Farmer (2004), la violación sistemática de los derechos humanos como resultado del capitalismo no está desvinculado del uso de la violencia perpetrada por el Estado y ocurre como consecuencia de la misma (ver también Binford 2004). Por lo tanto, los vínculos entre la vulnerabilidad, la inequidad, las violaciones de derechos humanos y el ajuste estructural promovido por el neoliberalismo son de importancia clave para poder comprender las causas que yacen en la raíz de las múltiples formas de violencia, como muestra el trabajo de Benson, Fischer y Thomas (2008) y Benson y Fischer (2009) sobre Guatemala, Moodie (2006) sobre El Salvador, y Gill (2007) sobre Colombia, así como el análisis cuantitativo de Burkhart sobre la relación entre el capitalismo y las violaciones de derechos humanos. Como observan Benson y Fischer (2009: 153) en su trabajo sobre Guatemala, “al implicar las ideologías y políticas neoliberales en la generación de la nueva violencia, complicamos las evaluaciones simplistas de los logros y fracasos de los Acuerdos de Paz y desafiamos la premisa de que las fuerzas del mercado irrestrictas son necesarias para lograr la paz y la seguridad”.
Al examinar las múltiples formas de violencia que se manifiestan en las vidas de las mujeres ladinas en la Guatemala oriental, quienes viven lejos de las áreas donde el terror político directo era “una forma de vida” (ver Green 1999), se exponen las consecuencias profundas, amplias y, con frecuencia, indirectas de vivir en una sociedad donde la población ha sido brutalizada, donde la vida se ha vuelto frágil y se ha desvalorizado, y la violencia “extiende su largo brazo”. Al señalar la violencia presente en las vidas de las mujeres, éstas no se convierten en patológicas. De hecho, sería más fácil recurrir a los marcos enfocados en convertir al individuo en un ser patológico que tratar de diseccionar los múltiples sistemas de opresión y exclusión que generan sufrimiento como hago en este libro. Las vidas de las mujeres ladinas son mucho más complejas y examinarlas de cerca revela la existencia de esas fuerzas externas que les causan sufrimiento. He hecho todo lo posible por plasmar esa complejidad en este trabajo. Mientras que las mujeres recurren a otras personas en tiempos de necesidad, frecuentemente son las acciones de esas personas —amigas, familiares, esposos y vecinas y vecinos— las que generan la violencia que existe en el entorno que habitan estas mujeres. Por este motivo, en las argumentaciones intercalo instancias de consuelo con narrativas de sufrimiento, ya que éstas se entrelazan de formas complejas en la vida real. Sin embargo, mi objetivo es enfocarme en el análisis de la violencia y el sufrimiento con el propósito de extraer de estos fenómenos residuos de normalidad y, de esta manera, proponer formar alternativas para analizar la violencia,[2] posiblemente, como afirma Kleinman (2000: 231), una crítica de “lo normal así como del orden social normativo”.
Objetivo principal de este libro
Mi objetivo principal es traer a luz una violencia poco conocida que las mujeres experimentan en los espacios familiares y comunes. Busco revelar una violencia que es difícil de ver y de evaluar (y por lo tanto, difícil de definir como violencia), ya que no se limita a acciones individuales o crímenes horribles que pueden ser reportados o cuantificados. Me enfoco en, como afirma Kleinman (2000: 226), “el efecto de la violencia social a la cual los órdenes sociales —locales, nacionales o globales— someten a las personas (énfasis del autor citado)”. Trato de resaltar la violencia encubierta en las formas de control social sobre las mujeres, la cual resulta en el auto-desprecio, la humillación, el hecho de bajar la mirada. Un tipo de violencia que no conmueve al observador porque es parte de la cotidianidad, pero que se vincula profundamente con las acciones más visibles que infligen heridas físicas, ya que ambos tipos de violencia surgen a partir de las mismas estructuras. Por lo tanto, los tipos de violencia que examino aquí se vinculan con y hacen posible (aunque quizás no sean la causa), mediante la devaluación de las vidas de las mujeres, las expresiones más horribles que se manifiestan a través del feminicidio en Guatemala, un debate al cual regreso en la conclusión del libro. Los vínculos sobre los cuales llamo la atención también se evidencian en otros contextos, como los casos documentados por los periodistas Nicholas D. Kristof y Sheryl WuDunn (2009) desde una perspectiva de derechos humanos, en Cambodia, India, Pakistán, Congo, Etiopía, entre otros países, trabajo en el cual describen las múltiples y mutantes formas de opresión y violencia en contra de la mujer que surgen de las múltiples inequidades estructurales.
En este proceso trato de desarrollar un enfoque de las estructuras de violencia basado en las experiencias de las mujeres. Este enfoque captura el sufrimiento en las vidas de las mujeres que resulta de las profundas inequidades en cuestión de acceso a recursos —basadas en la posición socioeconómica— superpuestas en las humillaciones y el temor que limitan las vidas de las mujeres, las cuales se expresan en un contexto de miedo e inseguridad. La desnutrición, la falta de oportunidades para encontrar un empleo digno y las inequidades en el acceso a la educación y a la salud son manifestaciones de las formas de violencia que examino. Sin embargo, también incluyo los tipos de violencia física externa, más fuertemente asociados al fenómeno de la violencia, ya que en la vida real se entrelazan. Como Irina Carlota Silber hace notar (2004), cuando las mujeres son económicamente vulnerables, también se vuelven más susceptibles a la violencia sexual y a la explotación ejercida por el hombre, y además son culpadas por las condiciones que sufren, lo cual limita su capacidad de exigir un resarcimiento. Aunque mi proyecto busca visibilizar múltiples tipos de violencia en las vidas de las mujeres, no deseo retratar únicamente este aspecto ni argumentar que todos los aspectos de su vida son violentos. No le haría justicia a la complejidad de sus vidas si las presentara como vidas que transcurren en una subordinación total o en una patología social y espirales de violencia imposibles de vencer. Además, mi enfoque en la dominación de género y la violencia no debe excluir el potencial para el empoderamiento de género y la sobrevivencia. Por lo tanto, también enfatizo, en las esferas de la vida que examino, los espacios con los que cuentan las mujeres para socializar y las dimensiones colectivas de sus experiencias. Lo hago enfocándome en la presencia de otras mujeres en sus vidas —familiares, amigas, correligionarias y compañeras de trabajo, entre otras, lo cual les da el potencial de crear espacios de oposición y respuestas a sus condiciones. Al mismo tiempo, evito retratar en blanco y negro la presencia de otras personas en las vidas de las mujeres, como simplemente fuentes de apoyo que carecen de dinámicas complejas y contradicciones. Estas relaciones sociales también se construyen en un contexto más amplio de violencia.
Aunque actualmente existen esfuerzos y múltiples respuestas de Organizaciones no Gubernamentales (ONG), nacionales e internacionales, así como de grupos organizados de mujeres, ante la violencia que permea las vidas de las mujeres, menciono sólo algunas en las conclusiones de este libro porque, sin ignorarlo ni sugerir que las mujeres son víctimas, me he enfocado en cómo se vive y se normaliza la violencia en la vida cotidiana de mujeres que no tenían conocimiento de los esfuerzos anteriormente mencionados. La naturaleza de las formas de violencia que examino en el libro frecuentemente escapa a la atención de estos grupos, ya que son “consecuencias violentas del poder social” (Kleinman 2000: 228).
A pesar de que la violencia que sufren las mujeres frecuentemente se concretiza en acciones específicas que se le atribuyen a los integrantes masculinos de la familia, cabe notar que el libro no se enfoca en las acciones de los hombres per se. Busco ubicar analíticamente las formas de violencia en las vidas de las mujeres al margen del individuo. Enfocarse en los hombres como “perpetradores” o en sus acciones individuales de manera aislada, sin tomar en cuenta un contexto más amplio, podría conducir a un análisis superficial y erróneo que serviría para legitimar y esconder las causas más profundas de la violencia. Como Paula Godoy-Paiz (2008: 42) hace notar: “Al enmarcar la violencia contra la mujer como un fenómeno puramente interpersonal, el aparato legal despolitiza la violencia de género”. De hecho, los individuos cuyas acciones constituyen la violencia que examino en este libro no son las causas principales del sufrimiento. Mi trabajo revela las inequidades de poder que se entrelazan cuando moldean la vida cotidiana —como afirma Kleinman (2000: 228), “las consecuencias violentas del poder social… algo que con menos frecuencia se conoce como violencia”. Pero, como observa George Kent (2006: 55), “El hilo conductor en todas estas formas de violencia es el hecho de alcanzar los objetivos de una parte a expensas de los otros. La violencia conlleva el ejercicio del poder”.
En muchas formas, este libro explora cómo algunos de los grupos sociales más desfavorecidos y algunos de los individuos más vulnerables viven una geografía de la marginación en algunas áreas de la periferia. Busco entender los procesos sociales en relación con las condiciones en que las mujeres viven, trabajan, aman y crean. Las relaciones sociales no son reacciones mecánicas a esas condiciones, ni constituyen algo que flota de manera independiente respecto de ellas. Deben de entenderse como parte de un proceso más amplio de producción y reproducción social, como un proceso dinámico y no como las “características” monolíticas de un grupo o de los individuos. Desde este punto de vista, un análisis de las relaciones sociales en el contexto más amplio de la violencia nos permite entender las consecuencias de vivir dentro de jerarquías múltiples de poder y de qué manera éstas operan conjuntamente.
Aunque los vínculos directos entre las causas de la violencia y el sufrimiento son difíciles de establecer, especialmente cuando se trata de formas de violencia que no siempre se reconocen como tales, el hecho de vivir en un contexto en el cual se conjugan múltiples formas de violencia tiene efectos palpables en las vidas de las mujeres en el oriente de Guatemala. Utilizaré como ejemplo un fragmento de lo que narró una de mis entrevistadas para ilustrar este punto. Hortensia tenía treinta y cuatro años cuando la conocí. Nunca había ido a la escuela, pero había aprendido a leer y a escribir en un programa de alfabetización para adultos. Se ganaba la vida vendiendo comida en la calle, era viuda y madre de cinco hijos (uno había muerto durante la infancia). Pagaba Q50 (unos US$10 en 1995) al mes por el alquiler de una pequeña casa de adobe, más la luz. Su vivienda, de techo bajo, tenía pocos muebles: dos camas, un armario, una silla y una mesa en el cuarto principal. Hortensia quería contar cómo había logrado amueblar su casa:
Hubo un tiempo en que ni siquiera tenía cama, pero gracias a Dios, las cosas que tengo aquí se las debo a los Bomberos Voluntarios. Hace un año hicieron una rifa y mi hijo pequeño quería comprar un boleto. Acababa de vender Q2 de tostadas en el parque y le dije que era todo lo que tenía. Como quería comprar el boleto, le dije, está bien, andá y colaborá con los bomberos. Imagine mi sorpresa cuando anunciaron que mi niño había ganado el premio mayor. ¡Era una refrigeradora! Creí que era una broma y hasta lloré. Le pregunté a mi vecina y me dijo que había oído la noticia en el radio, así que era cierto. ¡En ese entonces vivía en una casa que no tenía agua (potable) ni luz y mi niño se había ganado una refrigeradora! Cuando fuí a recibir el premio estaba temblando; ni siquiera podía caminar. Así que mi prima tuvo que acompañarme. Fueron tan amables que hasta me la llevaron a la casa. Hasta tomaron fotos. Me dijeron: “mire señora, si necesita comprar otras cosas venda la refrigeradora y compre lo que le haga falta. Aquí están todos los papeles de la refri”. Así que vendí la refrigeradora. Compré la cama, el armario, la televisión. Quería comprarle una televisión a mis hijos porque antes veían las caricaturas desde las ventanas de la gente, y a veces la gente les decía que se fueran, usted sabe cómo la gente se porta con los patojos pobres; los tratan peor que si fueran animales. Ahora en esta casa pueden ver la televisión cuando quieran y ahora tengo un armario para guardar la ropa.
Las palabras de Hortensia no contienen ninguna referencia a la violencia directa o al daño físico ocasionado por una bala, por ejemplo. Pero expresan la violencia multifacética que se manifiesta mediante la pobreza y la falta de acceso a salarios decentes y servicios sociales, así como el maltrato y las humillaciones que los pobres deben sufrir y que forman parte de las experiencias cotidianas de las mujeres ladinas que llegué a conocer en oriente. La violencia expresada en las palabras de Hortensia se entrelaza con manifestaciones más directas de violencia, como aquéllas que se infligen mediante insultos y agresión física. Descubrí que la historia de Hortensia no era inusual.
Un punto clave en mi análisis es el hecho de que las diferentes manifestaciones de violencia se construyen mutuamente. Por lo tanto, las injusticias que engendra un régimen despótico y que se manifiestan mediante un conflicto político abierto, también se manifiestan en los microprocesos de la vida, además de vincularse con la violencia estructural que existe y que da lugar a profundas inequidades en el acceso a trabajos bien remunerados y servicios sociales. Al mismo tiempo, estas inequidades alimentan y moldean diferentes expresiones de la vida cotidiana y formas simbólicas de violencia, que incluyen la exclusión social, la humillación, el desprecio, la pérdida de la autoestima y el maltrato, las cuales constituyen los marcos simbólicos que rigen las acciones de las personas y les permiten interpretar el mundo que los rodea. Estas formas de violencia se unen a la violencia de género para crear un contexto que causa, y también normaliza, el sufrimiento de las mujeres. Es en este contexto de “violencia social” (Kleinman 2000: 226) que los asesinatos de mujeres, el fenómeno llamado feminicidio, puede ocurrir. Por lo tanto, para entender esta ola de crímenes contra las mujeres en la Guatemala actual, es necesario entender (y reconocer) las múltiples formas de violencia normalizada que moldean sus vidas. Al resaltar las diferentes formas de violencia presentes en varios aspectos de la vida cotidiana de las mujeres, mi análisis puede contribuir a identificar causas de sufrimiento que están tan enraizadas en el medio social que parecieran ser parte de la tradición. La falta de reconocimiento social, como hace notar Nancy Fraser (2007), es una de las causas fundamentales de la inequidad de género...
[1] Otros académicos han formulado argumentos similares acerca de las posibles consecuencias que puede tener vivir en condiciones de extrema pobreza, exclusión social, violencia intrafamiliar y otras formas de violencia de género, en las vidas de las mujeres (ver Godoy-Paiz 2007, 2008; Goldín y Rosenbaum 2009).
[2] Sigo el análisis de Veena Das (1997, 2007), en el sentido de que en esta investigación, la violencia no es una acción que interrumpe el curso de la vida, es decir, una acción que puede ser presenciada; sino que la violencia es parte de la vida, de la cotidianidad.
Ficha técnica
Editorial: Ediciones del Pensativo en Coedición con Flacso/Guatemala
Año: 2014
Páginas: 293
Traducción al español, publicado originalmente como Endurign Violence: ladina women’s lives in Guatemala.
Sobre la autora
Cecilia Menjívar es profesora titular de sociología en la Universidad Estatal de Arizona. Ha llevado a cabo investigaciones de campo en Guatemala, así como entre inmigrantes centroamericanos en varias ciudades estadounidenses, como Los Ángeles, San Francisco, Washington DC y Phoenix. También ha realizado investigaciones en Moscú, Rusia y en zonas rurales en Mozambique. Su investigación se ha enfocado en entender como los diferentes contextos moldean relaciones interpersonales, partiendo analíticamente del género y la generación.
Presentación
Ciudad Capital: martes 18 de noviembre, 17:30 horas. Auditorio Rene Poitevin de FLACSO, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO. 3ª. calle 4-44 Zona 10. cargo de Ana Silvia Monzón, Claudia Dary y Cecilia Menjívar. Exposición de fotos "Mujeres de Santa Rosa" de la periodista Ingrid Roldán.
Antigua Guatemala: Jueves 20 de noviembre, 18:00 horas. Casa Pensativa (4ª calle Oriente #38).