Dos medios impresos recién surgidos, Publinews y Contrapoder, se dedicaron a la ahora ya no muy complicada tarea de encontrar las frases, párrafos e ideas no originales que en la tesis doctoral del Sr. Manuel Baldizón podrían haber. Los hallazgos en el texto recién presentado motivaron ese interés, mismo que evidentemente muchos ciudadanos también podría tener.
Apareciendo el Sr. Baldizón primero en las encuestas electorales, todo lo que a él se refiere es noticia, más aún si son sus errores. Todos los medios estarán interesados en descubrirlos para anotarlo entre sus logros, pues lo que a los medios comerciales les interesa es atraer lectores para ofrecerlos a los anunciantes como futuros clientes, y notas como ésas evidentemente atraen a los lectores. Todo, pues, legítimo dentro de las reglas del mercado de la información que predominan y las que el Sr. Baldizón, como comerciante que es, conoce de sobra.
Los sistemas de educación superior (SES) con un mínimo desarrollo en sus estudios de postgrado han sido regulados desde el ámbito público, de manera que no sólo se garantice la producción de conocimiento –y no simplemente su repetición- sino que se preserve a los posibles consumidores de esos conocimientos y contratistas de esos egresados, que unos y otros son confiables. Existen, pues, reglas mínimas para la creación de maestrías y doctorados, las que todas las instituciones deben respetar y cumplir. Así pasa en Costa Rica y en México, sólo para citar los casos más próximos. En esos SES para ofrecer posgrados se exige que un grupo de académicos especializados se dediquen de tiempo completo a producir conocimiento, y entre sus tareas esta, además, la docencia y asesoría de tesis en el postgrado. Por eso no son considerados serios los programas de tiempo parcial, mucho menos los de fines de semana, pues no tienen cuerpos académicos permanentes y sus estudiantes no tienen el tiempo suficiente para su preparación académica.
Y todo esto tiene claras explicaciones: las maestrías están para ofrecer conocimientos especializados y los doctorados para la formación de los cuerpos académico-científicos. Las primeras duran entre 9 y 24 meses, y los segundos no menos de cuatro años. De allí que cada vez más se exija a las universidades que sus docentes tengan doctorado, siendo la condición mínima cuando se abre una plaza a concurso.
En ese entramado entran las tesis de doctorado. No son simples cuadernos de apuntes, ni mucho menos amontonado de ideas sacadas de aquí o de allá y presentadas como propias. En muchos países, los doctorados no son escolarizados, sino constituyen el proceso de acompañamiento largo de un investigador ya formado -doctor con por lo menos cinco años de titulado- a un estudiante que, dedicado a tiempo completo a su formación, quiere desarrollarse en el área donde el docente es experto.
En estos ambientes, el director (asesor) de tesis es el principal aliado del estudiante, pero también su principal crítico, pues su prestigio está totalmente vinculado al trabajo del estudiante. Una buena tesis es una carta de presentación del investigador “senior”; una mala tesis le puede condenar a ya no tener recursos para investigación. Como es de suponer, la tesis inicia con la discusión seria y amplia de la propuesta de investigación y en este proceso de redacción de múltiples borradores, el tiempo se consume en bibliotecas y levantamiento de informaciones directas. Son estudios con supuestos de investigación que se intentan demostrar, y no se espera que tengan recomendaciones, sino aportes de nuevos conocimientos, pues el doctorando se ha ido convirtiendo en especialista en el tema.
En el caso del candidato descubierto como plagiario es evidente que no es especialista en el tema de su tesis de doctorado -tratados de libre comercio- no existiendo ninguna otra publicación suya sobre el asunto, ni antes ni después de su titulación. Y el hecho viene a mostrar la pobreza y marasmo en que los intereses corporativos tienen sumidas a todas las instituciones de educación superior (IES) del país. Aquí lo que tenemos es un amontonado de instituciones que, cuando mucho, tratan de hacer bien la formación de licenciatura, sin estar preocupadas por producir efectivamente conocimiento. Así, sus programas de postgrado son de muy baja calidad, pues no hay cuerpos académicos especializados que los sustenten, sino docentes “taxis” que llegan, ofrecen una clase y se largan a tareas totalmente distintas. La inmensa mayoría de sus alumnos son trabajadores que hacen como que estudian, que quieren el diploma para colgarlo en la pared y les digan “doctor”, pues no tienen la más mínima intención de dedicarse a la vida académica.
Todo en el país se construye en base a la lástima o el dinero: o se otorgan diplomas porque “pobre el Sr., todo el esfuerzo que hace en venir a clases los sábados”, o porque “cómo lo podemos reprobar si ya pagó todo el año”. Ante esas condiciones, la calidad en la formación queda postergada.
De allí, a presentar trabajos plagados de copias de textos de baja calidad -pues se plagia lo primero que se encuentra- sólo para salir del paso, sin el mayor debate de ideas, no hay más que un paso.
Bienvenidas sean, pues, las investigaciones periodísticas que permitan a las instituciones de educación superior enfrentar sus atrasos y, de paso, cuestionar la idoneidad de los candidatos. Y es de esperar que, al menos, códigos de ética establezcan con claridad que el plagio no sólo es delito, sino causa de suspensión del título y grado sin que tenga que existir denuncia formal del plagiado, tal y como lo hicieron recientemente en las IES alemanas.
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