La reorganización del movimiento estudiantil que se gestó, especialmente desde las protestas de 2015 y la recuperación de la Asociación de Estudiantes Universitarios Oliverio Castañeda de León (AEU) en 2017, muestra un movimiento estudiantil diverso, con contradicciones y divisiones, pero vivo y con capacidad de realizar acciones significativas y exitosas.
Capaz de dialogar cara a cara con el rector y con el Consejo Superior Universitario (CSU), logró la aprobación de un conjunto de acuerdos, entre los cuales se incluyen aspectos sobre la ampliación del gobierno universitario y otros que resultan críticos para una reforma necesaria.
No fue sencillo. Desde el principio existieron diferencias en las posiciones del movimiento estudiantil. En la toma participaron varias organizaciones como la AEU, el CEU, Reto Estudiantil, el FERG, el Colectivo Kemb’al Noj y asociaciones de varias unidades académicas y de centros regionales, así como el STUSC y el Sindinusac (sindicatos de la universidad).
Incluso al final de la movilización hubo momentos críticos. Tras la aprobación del acuerdo del CSU que ratificaba las negociaciones con el movimiento estudiantil, los grupos mantuvieron diferencias respecto a la toma de las instalaciones.
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Se produjo una reunión tormentosa en el periférico de la USAC, que empezó a la medianoche del lunes 26 y se prolongó por varias horas durante la madrugada del martes 27. En esta se discutió sobre la continuidad de la toma en apoyo a la solicitud de algunos representantes de centros regionales. Pero los mismos centros regionales no tenían una postura unificada. Algunos representantes reconocían que en los puntos negociados se incluían espacios para sus demandas y otros no. Las posiciones estaban divididas al respecto y por un momento casi se llega a las manos.
Afortunadamente, no se llegó a ese extremo, pero las opiniones se mantuvieron divididas y no existió una postura conjunta. Ese mismo día la AEU anunció su disposición de dejar la toma y respetar los acuerdos con el CSU, lo que otros colectivos vieron como una traición, por lo que mantuvieron la toma por dos días más, hasta que finalmente entregaron la universidad el jueves 29 en horas de la tarde.
La división trascendió el movimiento estudiantil. Hay quienes apoyan la postura de respetar los acuerdos que tomó la AEU y hay quienes apoyan la postura del CEU y de los demás colectivos de mantener la toma en respaldo a la postura de algunos centros regionales. Esto demuestra una contradicción en el movimiento estudiantil, lo cual no es necesariamente malo. Puede dar origen a una dinámica política estudiantil fuerte y competitiva [1].
Lo más importante, empero, es que los distintos colectivos y las distintas tendencias dentro del movimiento estudiantil universitario puedan reconocer su fuerza al actuar conjuntamente en temas estratégicos aunque existan diferentes posturas y rivalidades en su propio seno. Este es un elemento normal de la política.
La toma de la universidad fue exitosa y los distintos grupos que componen el movimiento estudiantil, heterogéneo y complejo, deben reconocerlo y prepararse para continuar un proceso que apenas está comenzando.
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[1] Hay que recordar que la vida estudiantil universitaria no ha sido homogénea ni ha estado exenta de contradicciones. Un ejemplo famoso es la rivalidad entre Frente (cuyos militantes pertenecían a la Juventud Patriótica del Trabajo —JPT—, del Partido Guatemalteco del Trabajo —PGT—) y el FERG (con militantes del Ejército Guerrillero de los Pobres —EGP—) en la segunda mitad de la década de los 70 del siglo pasado. Durante el conflicto armado, el movimiento estudiantil no fue unitario ni homogéneo, aunque por momentos la represión igualó trágicamente las diversas tendencias.
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