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El milagro de un día con agua

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El milagro de un día con agua

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Sea lunes o sea domingo, la vida en San Migue Aroche, una aldea de Chiquimulilla, en Santa Rosa, empieza antes de que salgan los primeros rayos del sol. No solo porque la comunidad de origen xinca se dedica en su mayoría a la agricultura, sino porque deben estar atentos a la llegada del agua.

A primera hora, los hombres alistan su mochila y su machete para salir al campo, van a chapear el monte de las fincas. Las mujeres, jóvenes y ancianas, preparan sus tambos plásticos e inician una procesión hasta la pila más cercana a sus casas.

Por su ubicación cercana al Océano Pacífico se pensaría que allí el agua no escasea, pero lo hace. Habitualmente, el agua está disponible en horarios incómodos y los lugareños deben elegir entre desvelarse o madrugar antes.

Aquí acarrear el agua no es cosa rara. Sí lo son los horarios en que deben hacerlo: de 11:00 de la noche a 5:30 de la madrugada. Hay días en los que no hay agua y responsabilizan a la pequeña hidroeléctrica que llegó a instalarse en 2012, llamada El Libertador.

La escasez en la aldea tiene una explicación compleja. Empieza por la instalación de la hidroeléctrica en una comunidad aledaña que utiliza fuentes que antes se dedicaban exclusivamente al consumo de los vecinos; sigue por el descuido de las autoridades locales que no han puesto un sistema de distribución y gestión, y termina en la más inevitable: que cada vez llueve menos.

Hoy, 11 de julio de 2019, es un día peculiar. La comunidad ha gozado de agua todo el día. Antes habían pasado entre tres y cuatro días sin agua, informan con preocupación. No es extraño que suceda en los últimos tiempos. En periodos como esos, su intranquilidad va creciendo paulatinamente, porque no tienen reservas. Se les filtra en la voz la inseguridad y el miedo de que la sequía malogre sus siembras o afecte a sus animales. Las actividades del hogar también comienzan a desarrollarse con anomalías.

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La mayor carga la llevan las mujeres, por su labor doméstica. Cuando no hay agua en las pilas, caminan mucho más lejos para buscarla. Cuando la hay, dedican entre media jornada y una completa a portarla hasta sus casas. O bien, se quedan en las pilas a la lavar ropa, el maíz de las tortillas y aprovechan para bañarse. Es también el tiempo de platicar con sus vecinas. Al terminar, todavía deben regresar para hacer el aseo o preparar la comida.

Hoy el chorro ha estado abierto todo el día, hasta que se ha rebalsado el agua. No han dejado de llegar personas en ningún momento. Es como un milagro que haya agua tanto tiempo, y no quieren desaprovecharlo. Saben que puede adelgazarse y desaparecer en cualquier momento.

A las seis de la mañana, Reyna García, de 63 años, va de camino a la pila a llenar sus tres tambos plásticos para llevar agua a su casa, a unos 15 metros de distancia. Es el segundo viaje que hace en el día que apenas empieza. 

Reyna ha sido la primera en llegar a la pila comunitaria construida en 1998, antes de las 6:00 de la mañana. Una vez abre el chorro, éste ya no se cerrará en toda la jornada. Las vecinas saben que ese día es un buen día porque hay agua y tiene presión. Empiezan a bajar jovencitas, llevan ropa para lavar y también maíz. Lo remojan para pasarlo por el molino, más tarde. 

Las mujeres de la pila de Alta Vista, que entre broma y broma se denominan “amazonas”, por la fuerza que deben tener para acarrear agua varias veces al día, cuentan que Aroche tiene menos agua que antes. No es una medición científica. Lo saben porque hace años, cuando abrían el chorro, había agua de día y de noche. Ahora deben madrugar para poder aprovechar las pocas horas que la hidroeléctrica deja correr libremente el agua.

Las casas de Aroche nunca han tenido agua, pero no por escasez. Hace algunos años no tenían tubería, y ahora que las tienen, les falta una bomba. Cada pila abastece a 60 casas, aproximadamente, calculan

Francisca Pérez no recuerda exactamente cuántos años tiene, pero está segura de que son más de cien. Hace más de 80 llegó a vivir a San Miguel Aroche. Se había casado con un hombre que tenía un terreno y familia en la comunidad. Recuerda que siempre ha sido difícil conseguir agua. Siempre han tenido que acarrearla. Desde el año pasado unas vecinas la ayudan porque ya no puede sostener el peso de los tambos en su cabeza. Hace dos, su esposo falleció por una enfermedad.

Paulina Veralí tiene 16 años. Desde que sus padres fallecieron el año pasado, se encarga de llevar agua a su casa, de lavar el maíz y de lavar la ropa de sus dos hermanos. Uno de 18 años y otro de 10. Cursa el tercer año de básicos y quiere seguir estudiando en la universidad para convertirse en agrónoma. Una profesión poco popular entre las mujeres de la aldea, pero muy ligada al oficio de la mayoría de los hombres de la comunidad: el corte de monte en las fincas y la agricultura de subsistencia.

Elvia (izquierda) y Paulina (derecha) son vecinas del mismo sector y mejores amigas. Cuando hay suficiente agua, hacen entre uno y cinco viajes desde su casa hacia la pila y de regreso, en un solo día. Solo se van cuando los aldeanos de la parte baja cortan el agua. Ambas viven en Alta Vista, un barrio ubicado en el camino de la salida del pueblo. Elvia dice que al terminar de estudiar prefiere buscar trabajo. «Para mí es difícil seguir estudiando, como somos varios», cuenta mientras remoja una camisa pequeña. 

A la pila también se acerca Denis. Es tímido, pero le gusta acercarse cuando hay otras jóvenes y conversar con ellas. Entre sonrisas, se intimida porque Paulina le dice que se deje fotografiar. Denis trabaja chapeando terrenos en las fincas del sector junto a su padre y hermano. Gana entre Q15 y Q30 al día. Estudió hasta primero primaria, no le gustaba estudiar. Denis tiene dos hermanos más, una mujer y un hombre. Cuenta que los hombres ayudan acarrear agua, usualmente, en verano. Pero no es verano en San Miguel Aroche. Es el inicio del invierno y todavía no llueve. Algo inusual en la aldea. 

Olimpia Zacarías, de 42 años, es madre de diez hijos. En el sector en el que vive, asegura, nunca han tenido agua. Todos los días sale de tres a cuatro veces con sus dos hijas adolescentes a recogerla. En tambos de cinco galones acarrean el agua para consumo diario. Sin embargo, no es suficiente para cubrir las necesidades de doce integrantes, además de los animales de corral que ella y su esposo cuidan para una vecina. A veces cargan los tambos, otras veces los llevan a caballo y cuando les sobra algo de dinero, piden a un vecino que los lleve en su pick up.

Es casi mediodía en la aldea. El momento más caliente de la jornada. Reyna García, junto a la hija de una de sus vecinas, aprovecha que ese día hay agua suficiente para bañarse en la pila comunitaria. Como es un lugar público, se lavan con ropa. La gente pasa por ahí como si nada. Es una estampa habitual. 

Lester Solares es uno de los encargados en su familia de ir a recolectar agua a la pila comunitaria. Para facilitar el acarreo pidió prestado el burro de un vecino.

En las faldas del Volcán Tecuamburro, Mariano Melgar, agricultor, aprovecha las mañanas para preparar la tierra de una de las pequeñas parcelas comunitarias que los vecinos de San Miguel Aroche se unieron y compraron para sembrar diferentes tipos de verduras, legumbres, frutas y flores para preservar el área y ayudar a alimentar a sus propias familias. Durante junio y julio, casi no llovió en la aldea. Los vecinos estaban preocupados por las siembras y animales, pero las lluvias de agosto les devolvieron la tranquilidad.

Regino Ramírez es el presidente del Cocode en San Miguel Aroche. Algunos comunitarios lo tachan de no haber podido solucionar la problemática de acceso al agua en sus siete años de gestión. Él, en cambio, dice que la responsabilidad es de la Municipalidad de Chiquimulilla, que no ha querido comprar una bomba para el pueblo. Vive con su familia, hijos y nietos en una de las casas cercanas al centro de la aldea. Ahí nunca les falta agua. Al lado, está el nacimiento de un manantial que solo abastece a unas pocas casas, y se encuentra en la parte más baja de la aldea. La gravedad los favorece. Es dueño de una de las cinco tiendas que hay en la comunidad. Dice que este año terminará su mandato y no buscará la reelección.

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