Siempre hay frases que pasan desapercibidas. Sé muy bien que puedo sonar como un comunista o terrorista (la nueva palabra) por contravenir lo que los diarios tradicionales callan por miedo a perder patrocinios. Además, puede que esta afirmación sea el prefacio –o la continuación o el soporte- de algún texto periodístico, escrito por alguien más.
En el famoso juicio del siglo, en el que por primera vez se juzga en Guatemala a un exjefe de Estado militar, se han abierto ventanas pestilentes. Edelberto Torres lo dijo: ya nadie en el planeta podrá negar que el ejército de Guatemala fue un asesino brutal. Bueno, de eso se tratan las guerras, podrá refutar alguien. Pero, ¿qué defendía esta guerra? ¿Qué provocó esta guerra?
Por supuesto que el contexto histórico es innegable: la Guerra Fría como telón de fondo donde dos potencias hacían un pulso para ver quién dominaba qué. Pero no sólo eso. Los disidentes, los indígenas, los excluidos; los que ahora protestan contra las minas, que son los mismos que hace cientos de años fueron despojados de sus tierras, encontraron en la guerrilla un eco a sus reclamos.
¿Qué nos queda ahora a los que estamos en contra de este régimen mercantilista? ¿Crear un partido político y comprometernos con el narcotráfico para poder tener presencia en todos los municipios? ¿Negociar el alma con Ángel González para conseguir espacios en la televisión abierta?
La Iglesia católica, a través del comunicado de la Conferencia Episcopal del 26 de abril lo dijo muy bien, el trasfondo de los problemas se deriva de una historia de “despojo y opresión”. Eso defendía el ejército. ¿Quién, por el amor de Dios, es el rey del despojo? Cinco letras: C-a-c-i-f.
Héctor Rosada, negociador de la paz, en el juicio del siglo, textualmente señaló “los grandes capitales fueron los ideólogos de las masacres”. Los llamó los “herederos del despojo”. De estas afirmaciones ni pío dijimos en los medios. ¿Por miedo? Y Rosada lo ratificó cuando declaró que en una reunión sobre los Acuerdos de Paz, en 1986, el general Héctor Alejandro Gramajo, al retirar al Ejército de la guerra, le espetó a los dirigentes del Cacif: “No vamos a seguir peleando sus guerras”.
Los empresarios prestaban helicópteros para bombardear, para sacar a los “indios revoltosos” de sus fincas. Bien se sabe que no hace tanto (para los chinos, 500 años es poco tiempo) esos territorios pertenecían (aunque la propiedad privada no estaba legitimada para entonces) a los pueblos originarios. Nadie puede negarlo. El lío acá, como en todos lados, sigue siendo por la tierra y los detonantes salen a luz en estos días cuando vemos los conflictos generados por las instalaciones mineras en el país.
Solución: no la tengo. Me gustaría pensar en el diálogo pero a veces sólo me queda un poco de esperanza en el poder de las masas, de los estudiantes. Como reza el proverbio hindú: una telaraña es capaz de derribar a un león.
* Álvaro Montenegro cree que el periodismo es la ficción más creíble de todas. Busca conocerse a través de las palabras.
Nació en 1988. Ha estudiado derecho, filosofía y letras. Participó en la antología poética Los 4X4. Actualmente labora como reportero en elPeriódico. Durante un año fue parte del programa de reporteros junior en Plaza Pública.
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