Si bien lo político a veces explota y es necesario tomar medidas radicales y al parecer esporádicas (como aquellos plantones de 2015), lo que más preocupa a la mayoría es cómo encarar el día a día.
Quienes han detectado este vacío existencial, este sinsentido de la vida que a veces no se puede explicar, pero que subyace en el fondo de muchas personas, han aprovechado esta veta y han producido toda una industria (multimillonaria por cierto) de libros, audiolibros y demás para tratar de dar la fórmula mágica sobre cómo vencer ciertos temores (el miedo a hablar en público entre ellos), cómo mejorar la autoestima, cómo superar relaciones codependientes, cómo convertirse en un líder o cómo ganar más dinero solo con pensarlo.
Fórmulas así entusiasman, sobre todo a las clases medias urbanas, porque estas ven que, pese a su trabajo arduo, a su esfuerzo continuo, a su dedicación constante para mejorar su calidad de vida y la de los suyos, su situación empeora en lugar de mejorar. Sobre todo en países como el nuestro.
En este contexto no es difícil, entonces, explicarse cómo tienen tanto éxito conferencias como las que impartió John C. Maxwell en días recién pasados. Fueron tantos los asistentes que se congestionó aún más el ya congestionado tráfico de las horas pico en algunas zonas de la capital.
Pero ¿qué tienen estos libros y sus autores que atraen tanto? El principio es simple: se basan en un profundo conocimiento psicológico de las necesidades de un público de clase media ansioso por escalar social y económicamente de manera honrada y honesta. Además, los libros están redactados de forma convincente, con un discurso que muestra el camino para superar las limitaciones personales, mejorar la autoestima y lograr superar los obstáculos que el mismo individuo se pone en el camino. Al seguir esos pasos, se asegura, se alcanzará no solo el éxito personal y económico, sino también la felicidad.
Y, sin duda, en algunas sociedades cuyos valores responden al pleno y descarnado individualismo, esa clase de fórmulas, al menos en algunos casos, aún debe funcionar. El problema se da cuando, ya sea de forma individual o colectiva, se quiere trasplantar este tipo de planteamientos copiándolos literalmente de las obras en que se explican a países como el nuestro.
¿Y por qué es un problema? Veámoslo así. Si quiero convertirme en un líder en Estados Unidos, por ejemplo, tengo todo a mi disposición. En primer lugar, leyes que me protegen y un sistema judicial efectivo que hace que esas leyes se cumplan. En segundo lugar, si quiero ser un líder empresarial, confío en mis empleados, les pago bien para que trabajen menos y ganen más, etcétera.
En Guatemala, por el contrario, la norma general es la desconfianza total en los trabajadores, y el pago del salario mínimo o menos (hay quienes se desgarran las vestiduras hablando sobre las ventajas del salario diferenciado) es un hecho para la mayoría.
En conclusión, en un país donde casi 10 de cada 16 personas son pobres y 4 viven en la miseria (es decir, no cuentan con lo mínimo para vivir con dignidad), estos proyectos de individualismo craso no funcionan porque la estructura política, social y económica simplemente no lo permite.
Por ello digo que estos son discursos que matan. Están llenos de una perversidad manipuladora, ya que generan ciudadanos egoístas e insensibles (sobre todo teniendo en cuenta que, cuando leen, solo acceden a esta clase de obras). Muchas de estas personas incluso llegan a ser funcionarios públicos y creen que son buenos líderes, cuando en realidad solo se preocupan por ellos mismos. No logran ver, porque simplemente no pueden, que a un lado del camino millones mueren de hambre y se retuercen en la más cruda miseria por la falta real de oportunidades y de equidad.
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